Mucho antes que Florinda Bolkan o Giselle Bündchen, la brasileña Vera Valdez había logrado subirse al podio de las pasarelas -nada menos que favorita de Coco Chanel- y desarrollar una interesante carrera en el cine. Entre una cosa y otra; en realidad, mientras descubría el mundo y el mundo la descubría a ella, sufrió el cautiverio y las torturas a las que la sometió la dictadura brasileña de Humberto Branco. "Aún siento el frío de la sala donde me pegaban, me dejaban desnuda y me amenazaban con tirarme a un agujero lleno de serpientes", afirma en declaraciones a El País.
Antes, había vivido el trauma del aborto: "Con 16 años me quedé embarazada, pero yo no quería tener hijos. Me escondieron en la parte trasera de un coche, me llevaron lejos y aborté. Pensaba que no sería una buena madre, pero hoy pienso en esa criatura”.
Hoy también, 70 años después, Valdez protagoniza 'La abuela', el último filme de Paco Plaza, recién estrenado en las pantallas españolas tras pasar por distintos certámenes de prestigio; entre ellos, el festival de San Sebastián.
La familia Valdez abandonó Brasil para instalarse en Burdeos. Allí, el porte de Vera llamaba la atención por donde pasaba. Parecía nacida para ser maniquí; con apenas 15 años se instala en París con su madre y comienza a desfilar para la mítica Elsa Schiaparelli, abuela de la que también sería una célebre modelo y actriz: Marisa Berenson.
En aquellos momentos, para triunfar como modelo era fundamental el boca a boca. Los desfiles eran entonces experiencias cercanas con los creadores y las compradoras, damas de la alta sociedad a las que las modelos también impresionaban y hacían soñar. En ese mundo, la belleza exótica y distinguida de Vera no tardó en destacar y llegar a los oídos del propio Christian Dior y de Coco Chanel, con quien tuvo una relación especial. "Cenaba con ella todas las noches, y las otras modelos me tenían envidia. Me regañaba porque salía y llegaba tarde. Llegó a echarme de su casa alguna vez, pero siempre volvía. Veía que era un ser libre, como ella", explica sobre el vínculo que le unía a la creadora de la maison.
Yves Saint Laurent fue otro de sus mentores en el mundo de la moda. Poco a poco, Valdez se convirtió en una imprescindible de la vida bohemia y alternativa de París, en la que el consumo de cocaína y LSD era algo habitual.
"Toda mi familia materna eran actrices. Mi madre, mi tía, mi hermana y yo". Así explica la modelo su cambio de la pasarela al cine, algo completamente natural en el momento de la Nouvelle Vague. Con Louis Malle hizo su debut en un papel secundario en 'El fuego fatuo'. Fue también su pareja, formando uno de los tándems más fascinantes del nuevo cine francés. Malle siguió construyendo una carrera sólida, no exenta de polémica (¿cómo no recordar 'Pretty Baby' junto a una Brooke Shields de 13 años?), y Valdez decidió probar suerte en el Cinema Novo brasileño.
La actriz empezó a rodar filmes revolucionarios clandestinos durante la dictadura militar del Brasil de los 60. Entró en el punto de mira de los militares. En uno de sus viajes, le incautaron una papelina de cocaína. Fue la excusa perfecta para ser detenida y torturada. "Los militares querían que delatara a gente. Éramos la vanguardia, y habíamos hecho películas muy subversivas", recuerda de aquella etapa. Sigue sintiendo la angustia de esos días: "bloqueé el miedo, pero a veces aún puedo sentir aquel frío".
No logró ser liberada hasta la intervención de Bernardo Bertolucci y el propio Malle, quienes le facilitaron su huida definitiva a Francia. En 1982 fue amnistiada y regresó a Brasil, donde no ha dejado de trabajar ni de ejercer la crítica política, la última contra el populista Jair Bolsonaro: "Dijo que el covid era una gripecita. No le gustamos, no le importamos".
En 'La abuela' Vera interpreta a una anciana que, tras sufrir un derrame cerebral, queda bajo los cuidados de su nieta. Valdez es capaz de encarnar el declive de un cuerpo que un día fue joven y bello, y que ahora es la cárcel de una mente también marchita.
Paco Plaza ('Verónica', la saga 'REC') tenía claro que Valdez debía ser su protagonista desde que la vio en un vídeo proporcionado por su directora de cásting. "Quiero tener a esta señora, quiero rodar con ella, pensé. Yo la comparo mucho con los templos romanos que ves que llevan siglos en pie y que tienen esa belleza, que entiendes que han sido de otra forma pero que son hermosos en su manera actual", explica el cineasta en La Razón.
Con el sí de Valdez y de la joven actriz Almudena Amor, en el papel de la nieta, la otra protagonista de la película, el equipo de producción comenzó un rodaje al que pronto sorprendió la pandemia. El rodaje tuvo que interrumpirse abruptamente y Vera le hizo una promesa a Paco Plaza y al productor Enrique López Lavigne: "Me mantendré viva". No se trataba de un lugar común. El coronavirus se cebó con los mayores, así que no hubiera sido extraño que la musa de Chanel, Dior o fotógrafos como Avedon hubiera desaparecido de un día para otro engullida en la primera ola de la pandemia.
Sin embargo, la actriz cumplió su promesa. Logró preservar su salud y acabar el filme en ese caserón cercano al Retiro madrileño, de aires palaciegos y perturbadores. La belleza atávica de Valdez, ese rostro que podría ser el de la Sibila de Delfos, se funde con la energía que late en la casa, convertida, fotograma a fotograma, en una amenaza para la nieta. Es difícil saber cuántas actrices podrían haber desempeñado el papel de Vera Valdez, cuántas operaciones de estética tendrían que haberse deshecho o cuánto bótox desinyectado. El propio Plaza se lo plantea: "al final, Frances McDormand es la única que puede hacer según qué papeles porque mantiene la cara de la edad que tiene".
Para Valdez, evidentemente, las arrugas no son un problema: "son lo que hemos vivido. Las actrices que las eliminan pierden su expresividad. Las miro y me dan pena", afirma sin atisbo de dudas. Imposible tenerlas cuando una lleva dentro a la niña, a la mujer y a la anciana. Cuando, pasados los 80, se tienen todas las edades a la vez. Cuando ya se es eterna.