La hija de Corín Tellado, sobre su madre: "Nos crio sola a mi hermano y a mí, y escribió 5.000 novelas de amor"

  • Entrevistamos a su hija mayor, Begoña: "Sus libros hoy no habrían pasado el filtro del nuevo feminismo"

  • Tuvo que bregar con la censura franquista, pero también con el menosprecio de algunos intelectuales. Mario Vargas Llosa la definió como un "fenómeno sociológico y cultura"l

  • La Reina de la novela de amor nunca empleó las palabras braga, sujetador o calzoncillos. "No es una cuestión de pudor, sino de estética. Mis mujeres saben quitarse la ropa con gusto", declaró

A Begoña Tellado le basta una imagen para recomponer la biografía de su madre, la prolífica escritora Corín Tellado. Su despacho, estanterías atestadas de libro, cajetillas de tabaco mentolado, el café cargado recién hecho desde primera hora de la mañana y la máquina de escribir. En memoria y también en su casa de Gijón, en la misma que vivió Corín buena parte de su vida, casi todo permanece inalterable. Su fascinante universo mental, plagado de personajes e historias que contar, no necesitaba mucho espacio ni otra inspiración que la vida cotidiana y su propia imaginación, según nos cuenta su hija.

Ahora habría cumplido 95 años

Begoña, que estudió primero Periodismo y después Derecho, trabaja como procuradora en los Tribunales de esta ciudad asturiana. Habla con orgullo de su madre, feliz de saber que su recuerdo sigue en vivo en sus más de 5.000 novelas. La escritora, fallecida en 2009, habría cumplido 95 años y por eso ha recobrado un gran interés mediático. Aprovecha para resaltar que "la Unesco la reconoció hace tiempo como la segunda escritora más leída del mundo en lengua castellana, solo después de Cervantes".

Recuerda con extraordinaria precisión las rutinas de su madre: "Se levantaba a las cinco de la mañana todos los días, de lunes a viernes, vacaciones incluidas. Escribía unas diez páginas diarias y por la tarde volvía de nuevo al despacho para releer y corregir. Nos crio ella sola a mi hermano Domingo y a mí y, a pesar de ser infatigable, nunca descuido nuestra educación", explica.

No le gustaba el apelativo de reina de la novela del corazón

Los hermanos se habituaron desde pequeños a este ritmo y a la imaginación desbordante de su madre. También a su disciplina y la pasión por el oficio de escribir. Son rasgos que surgen en la conversación con Begoña y que explican la titánica obra de Corín Tellado que, además de ser traducida a 27 idiomas, consiguió que las ventas superasen los 400 millones de ejemplares.

Sus libros era novelitas cortas, sencillas y en raras ocasiones pasaban de 100 páginas. Fue la indiscutible reina de la novela rosa o del corazón, aunque a ella no le gustasen tales apelativos. En ello hace hincapié su hija. "Prefería que se hablase de novelas de sentimientos porque en ellos se basaba el argumento de cada una de sus creaciones".

Creció y desarrolló su profesión en una época en la que las cuestiones sentimentales o sexuales apenas traspasaban el umbral de las casas. "Empezó de una manera casi espontánea. Descubrió desde muy pequeña que tenía una cualidad innata y singular para describir las cosas cotidianas y con el tiempo la fue puliendo, haciendo de lo común una novela casi al instante", relata su hija.

3.000 pesetas por la primera novela

El momento decisivo en su biografía fue el fallecimiento de Guillermo Tellado, su progenitor. La escritora nació el 25 de abril de 1927, en un pueblecito del concejo asturiano de El Franco. Su padre trabajaba coo maquinista de la marina mercante, lo que obligó a la familia a mudarse primero a Bilbao y luego a Cádiz.

El nombre real, María del Socorro, se quedó en Corín por el diminutivo de sus cuatro hermanos, todos varones, que la llamaban Socorrín. La temprana muerte de Guillermo causa un agravio económico familiar. Ella tiene solo 16 años y decide escribir su primera novela, 'Atrevida propuesta', que la editorial Bruguera publica un año después. Cobró por ella 3.000 pesetas en dos plazos y consiguió un encargo de novela por semana. Con 20 años la editorial la incluyó en nómina y en 1951 decide fijar su residencia definitiva en Gijón.

De niña encontró en el desván de la casa familiar un baúl con las obras de grandes escritores: Dumas, padre e hijo, Blasco Ibáñez, Henry Miller, Miguel Delibes u Oscar Wilde. Este descubrimiento le permitió convertirse en contumaz lectora y aprendiz de escritora, si bien uno de los que más pudo influir en su obra fue Pedro Mata, por su modo de combinar romance y erotismo. De hecho, además de novelas sentimentales y algunos cuentos infantiles, Corín publicó casi una treintena de títulos eróticos bajo el pseudónimo Ada Miller.

La censuraban y corregía con paciencia franciscana

A pesar de recibir reproches de quienes pensaban que sus personajes femeninos se amoldaban al prototipo de mujer sumisa en busca de matrimonio, la hija puntualiza que Corín tuvo que bregar con la censura y los editores, además de soportar las críticas de algunos escritores que se resistieron a incluirla en el marco de la literatura. A menudo le devolvían las obras con subrayados que debía corregir.

Ella cortaba y suavizaba las frases, con "paciencia franciscana", como escribió Mario Vargas Llosa en un artículo obituario. Para el Premio Nobel, Corín fue "la última escribidora popular" y reconoció que, gracias a ella, "cientos de miles, acaso millones de personas que jamás habrían abierto un libro, leyeron, fantasearon, se emocionaron y lloraron". También con motivo de su fallecimiento, Boris Izaguirre escribió que, gracias a sus novelas, su tata Victoria Lorenzo aprendió a leer.

Cuando Guillermo Cabrera Infante, su corrector en la edición cubana de la revista Vanidades, la conoció, se sorprendió al ver "a una escritora y no a una fabricante de novelitas". A ella le fastidiaba que la llamaran cursi o sentimentaloide, pero ¿qué escribía exactamente? "Historias cotidianas -responde Begoña-. Encontraba un estupendo filón en las situaciones corrientes, en las tramas románticas que escuchaba en la calle, en confidencias que la gente le hacía o en las vivencias de sus seres más próximos. Cada historia le inspiraba el argumento para una nueva novela".

"Mis mujeres saben quitarse la ropa con gusto"

Habló de amor y de desamor y sus protagonistas se enfrentaron a situaciones incómodas para la sociedad de la época: infidelidad, aborto, maternidad en la soltería o anorgasmia, que antes se conocía como frigidez. Para muchas mujeres fue un excelente entretenimiento, pero también un modo de encontrar salida a sus zozobras sentimentales. Curiosamente, nunca empleó las palabras braga, sujetador o calzoncillos. "No es una cuestión de pudor, sino de estética… Mis mujeres saben quitarse la ropa con gusto", declaró en una entrevista en TVE.

Corín, según cuenta su hija, evolucionó al mismo tiempo que la sociedad y fue adaptando las tramas y el perfil de sus mujeres a cada época, pero admite que hoy le habría resultado muy difícil entender o pasar el filtro del nuevo feminismo. Vivió la pasión en la piel de sus personajes hasta componer más de 5.000 historias de amor. ¿Y qué hay de sus pasiones?

No pudo amar tan febrilmente como escribió

Fuera de sus folios y su máquina de escribir, la vida de Corín transcurrió monótona y frugal, también en lo sentimental. En 1959 se casó con Domingo Egusquizaga, padre de sus dos hijos, Begoña y Domingo. Era "guapo, bien plantado, limpio, dicharachero... el hombre perfecto", pero el matrimonio apenas duró tres años. "No encajaba con alguien tan estirado y tradicional", explicó después de mucho tiempo. Paradójicamente, la reina de la novela romántica nunca más volvió a enamorarse. Dejó que sus personajes lo hiciesen por ella, y de qué manera.

En los últimos años, el tratamiento de diálisis peritoneal le dificultó el manejo de la máquina de escribir, pero no dejó de crear y de publicar. Su nuera escribía lo que ella le dictaba. El 11 de abril de 2009 moría en su casa de Gijón a causa de un infarto cerebral. Tenía 81 años. Begoña la recuerda trabajadora, infatigable, imaginativa, práctica e imprescindible. Un fenómeno sociológico y cultural, si tomamos las palabras de Vargas Llosa.