Se está celebrando la feria del libro en Madrid. Es un tanto anodina, la primera de la normalidad, pero está marcada por otra situación excepcional, una ola de calor que mantiene las calles desiertas, con más de 40 grados a la sombra. Es jueves, son las cinco de la tarde y en la habitación 516 del hotel Intercontinental está Máximo Huerta. Lleva dos días dando entrevistas por su última novela, “Adiós, pequeño”, una historia desgarradora en la que se enfrenta a la narración más dura, a la de su propia vida, y por la que ha conseguido el Premio Novela Fernando Lara 2022. Nos espera sentado en un sofá, con una camiseta azul, unos pantalones verdes y calza deportivas. Está bebiendo agua. Ejemplar en mano, empezamos.
Comienzas el libro diciendo “Mi madre habría sido más feliz si yo no hubiera nacido”, ¿de verdad lo piensas?
Es una forma de que miremos a nuestras madres y a nuestros padres como seres individuales, como mundos libres, antes de casarse. Que empecemos a dejar de mirar a los padres como esos seres que nos prohíben, que nos enseñan, que nos protegen… Nuestros padres son, sobre todo y fundamentalmente, un hombre y una mujer, y antes de llegar a nosotros tenían una vida, unos sueños frustrados. Han tenido 20, 30, 40, han sido antes de nosotros y el nacimiento de un hijo lo que hace es cambiarlo todo. Seguramente yo me planteo cuánto de feliz habría sido mi madre si yo no hubiera nacido. Y seguramente mucho.
¿Esta reflexión eres capaz de hacerla ahora a los 50 o hubieses sido capaz de hacerla antes?
La edad da muchas cosas. La verdad es que dicen que lo pone todo en su sitio, pero no es verdad. De entrada, la carne toda cae, también crece la nariz, crecen las orejas, crece todo. Es la madurez, y no la edad, lo que te da esa pausa. Dejamos de tener tanta prisa, aprendes que la lentitud es saludable. Me hubiera gustado saberlo antes. Aprender a tener esa mirada.
¿No podrías, por tanto, haber escrito este libro en otro momento?
Escrito este libro no lo habría escrito antes y, de hecho, no pensé ni que iba a hacerlo, pero estoy orgulloso después de releerlo. Nunca releo mis libros y con este sí que lo he hecho. Y lo miro como si fuera ya el libro de otro. Veo a una Elena, a un José y a un hijo. Y veo a dos personas que se tienen que empezar a conocer cuando se casan. Y eso me parece dramático. Esa cárcel que han debido tener tantos matrimonios en una España diferente a la de ahora, en la que se ven obligados a estar y a conocerse poco a poco. Amarse, no lo sé, pero sí acostumbrarse uno al otro. Y entonces yo este libro ya lo leo como si fuera un lector y veo a otros.
Precisamente, también hablas mucho del silencio que ha reinado en tu casa muchos años. ¿Estás rompiendo ese silencio ahora?
El silencio es fundamental, no sólo en mi familia. Creo que el silencio nos pertenece a todos. Todos mantenemos silencios y ese silencio nos salva. El silencio hace que muchas familias salgan de casa arreglados los domingos con sus hijos y tú, desde fuera veas a esa familia feliz sin saber lo que pasa dentro de casa.
Yo no sé si ha roto el silencio con esta novela. Sólo sé que he escrito una historia verdadera y llena de sinceridad. Y que creo que es mi mejor novela. El silencio seguirá siempre en mi casa porque mi madre seguirá manteniendo silencios, como mantendrán todas las mujeres de este país. Tú nunca sabrás todo de tu madre. Nadie sabrá todo de sus hijos. Y creo que esos silencios son saludables para mantener la fortaleza segura.
¿Haber roto este silencio, escrito esta novela y haberte abierto en canal te hace sentir vulnerable?
Estoy orgulloso de haber llegado a este lugar. No sé si estoy empoderado, si soy ahora más débil o vulnerable. Pero la vida lo que te va dando es que te vas acostumbrando a muchas cosas, a no poder jugar porque te has torcido un tobillo, a tener arañazos que van curando, y ver las heridas con sus cicatrices me parece sano, porque entonces puedes volar. Pasado un tiempo, tienes la sensación de que por fin puedes hacerlo.
¿Ahora, después de haber hecho este recorrido por toda tu vida, serías capaz de decirnos cuál es el recuerdo más bonito que tienes de cuando eres niño y cuál el más duro?
La memoria es muy novelera y lo ficciona todo. Todos mentimos de nuestro pasado y no lo hacemos voluntariamente. Edulcoramos la infancia, la adolescencia, recordamos fiestas que no fueron tan divertidas, pero la memoria es el primer paso de la literatura.
Yo de mi infancia tengo que quedarme con sensaciones, no con recuerdos: la playa, mi abuela, la comida en casa, la tortilla fría, el solomillo con tomate preparado para todos los nietos y subir todavía descalzo o lleno de arena, oliendo a sal. Casi todos mis momentos felices están cercanos a las abuelas, porque las abuelas han mantenido más silencios todavía.
En cuanto a los malos, aparecen muchos y me protejo para intentar no recordarlos ni verbalizarlos. Algunos son públicos, otros son más privados, pero seguramente las peores frustraciones son las de las amorosas, porque el duelo es mucho más largo.
Precisamente ahora que me hablas del amor de la pareja. ¿Aprendiste algo del matrimonio de tus padres?
No puedo juzgar el matrimonio de mis padres ni el de todas las parejas de esa España porque la mirada actual no es justa. EL matrimonio no era libre, no podías divorciarte, las mujeres no eran independientes, no se podían ir. Había un qué dirán, un barrio… Es muy fácil ahora ser moderno, pero ¿Cuántos muros se han construido en familias para sobrevivir de la mejor manera posible?
También hablas mucho de la relación que tenías con tu padre, de cómo era, de cuáles eran sus costumbres. ¿Te hubiese gustado, al final de su vida, poder haberte abierto en canal?
Mi casa no ha sido ‘Médico de familia’, todos alrededor de la mesa, comentando cosas, tampoco hemos sido los ‘Serrano’-. Yo me creo más a las familias que guardan secretos, que no se cuentan todo. Me las creo más porque son las familias que he visto cerca. Esas que se juntan en Navidad de aquella manera, que se van de vacaciones y tienen ganas de regresar a casa.
Creo que, si no ha habido ciertas conversaciones, si no han surgido es porque no son necesarias. Cada uno te quiere a su manera y mi padre, como mayoría de los de una época de España, me quería como podía. El hombre de esa España no sabía ni gestionar su masculinidad, ni los cariños porque estaban descubiertos.
Estamos hablando de tu padre y me vas a permitir que te lea una frase “Mi padre es el que fue y yo soy hijo de todo eso”, ¿qué tiene Máximo de su padre?
Somos herederos de nuestros padres. Yo, personalmente, soy una persona miedosa. Podría sacar una manifestación de miedos a la calle. Él era un hombre miedoso, temeroso del futuro, seguramente porque es difícil de gestionar la vida en otra época y en otro lugar, y con otra profesión y con otros sueños frustrados. Entonces yo he heredado eso, una inseguridad en el fondo. Y que me gusta mucho la cerveza (comenta entre risas). Esa es la parte positiva, que a mí me gustan las cervezas fuera de casa, no dentro.
Ya has tenido una experiencia con la muerte, con tu padre. ¿Cuál es la relación con ella a los 50?
Seguramente, de mi miedo a la muerte, nace este libro. Me gustaría ser como los niños que se sorprenden ante todo y que se creen inmortales. La capacidad de sorpresa que tienes de niño o siendo perro la pierdes porque te acostumbras a ver la vida. Me gustaría que la vida fuera más lenta y mi manera de paralizar el tiempo y que la muerte con sus tacones no suene por la casa es recordar los momentos, los movimientos. Ese brazo de mi madre tocando el sofá, cómo bebe la leche, si la remueve a izquierdas o a derechas…
¿Qué crees que va a pensar el lector cuando termine de leerse tu novela?
Yo si fuera lector la acabaría abrazando. Creo que este libro abre un espejo, una puerta a los secretos y a los silencios para mirarlos de otra manera. Creo que pensarán lo que se perdieron de sus padres, lo que no supieron ver, lo que había más allá de ese hombre y esa mujer casados.
¿Has llorado mientras la escribías?
Inevitablemente. Y sobre todo en las últimas 50 o 60 páginas. Es una película de alta tensión emocionalmente. Todo hasta el final es verídico y contado desde la sinceridad. He tenido que parar mucho, he tenido que beber agua, pero no he perdido el pulso.
¿Crees que va a ser un legado para tu familia tener este libro entre sus manos?
Yo escribo el libro para los lectores, fundamentalmente, y todo lo que me están diciendo es que ven a sus familias y que están sorprendiéndose con la cantidad de cosas en las que no se habían fijado. Con esos secretos que escondemos. Pero, inevitablemente, este libro es una cajita pequeña en la que está esa memoria guardada como un frasquito que se quedará ahí para siempre. No tengo hijos, pero sí sobrinas a las que quiero mucho y espero que lo de mayores lo lean y entiendan de dónde venimos y quiénes somos.