La casualidad ha querido que nos encontremos el mismo día que se publica su obra revisada 'Miedo de ser dos', un libro valiente sobre la vida, la literatura, los afectos, el dolor y su superación. Descubrir a Rafael Narbona (60 años), escritor y crítico literario, y escuchar sus reflexiones provoca que su lectura se nos haga imprescindible, casi urgente ahora que se nos llena la boca hablando de salud mental.
Es hijo del escritor Rafael Narbona (1911-1972), autor de libros como 'Ausencia sin retorno'. Igual que ahora él, el padre ejerció también el oficio como crítico literario y compartió espacio en el diario ABC con Azorín. Falleció de forma repentina a causa de un infarto de miocardio dejándole huérfano a punto de cumplir los nueve años. "La pérdida fue dolorosa, pero me quedó el recuerdo de todas las horas que me dedicó. Siempre volvía a casa con algún tebeo o cualquier otro detalle que encontraba en los puestos callejeros que existían en el Madrid de los sesenta". Ahí nació su admiración por Tintín, el personaje que ha inspirado otro de sus títulos, 'Tintín. Retrato del reportero', un libro de lo más ameno tanto para nostálgicos como para no iniciados.
La muerte prematura del padre provocó que su obra cayese casi en el olvido, a pesar de que tiene una calle en Córdoba y otra en Orihuela. Para él, sin embargo, significó un punto de inflexión vital. "Su pérdida supuso una herida fecunda porque me descubrió la literatura, la principal proveedora de felicidad que he conocido. Me legó unos 5.000 libros con dedicatorias de Baroja, Torrente Ballester, Aleixandre, Buero Vallejo, Cela o Carmen Laforet".
La vida le fue golpeando sin ningún miramiento. Su biografía está marcada por otros acontecimientos dolorosos, como el suicidio de su hermano, enfermedades graves en la familia o el complicado duelo de su madre. La pena le abocó a un estado de tristeza que fue diagnosticado como depresión y, por tanto, medicalizado con amitriptilina. A las pocas semanas de consumirlo, aparecieron síntomas de irritabilidad, mal humor, cambios de ánimo, verborrea, insomnio, gastos irresponsables, deseos de lesionarme, trastornos de sueño y fantasías suicidas.
"Al contárselo al psiquiatra que me había diagnosticado inicialmente depresión, afirmó que en realidad yo era bipolar. Sin ninguna evidencia ni prueba objetiva y a pesar de que el prospecto describía esos síntomas como reacciones adversas más frecuentes", relata. Le subió la dosis de antidepresivo, añadiendo un estabilizador, un hipnótico y benzodiacepinas. En vez de mejorar, asegura que empeoró "terriblemente".
Y fue como una condena. "Pasé una década en el infierno -dice-. El diagnóstico de bipolaridad implica exclusión. Me jubilaron forzosamente en 2012, a pesar de haber aprobado la oposición de profesor de Filosofía de enseñanzas medias con el número uno". El escritor está convencido de que el diagnóstico fue fruto de la mala praxis de la psiquiatría que impera desde los años ochenta, "cuando empezó a circular la falsa idea de que todos los trastornos mentales o emociones como la tristeza aguda o el duelo proceden de un desarreglo bioquímico que hay que medicar con fármacos que, además de dejarte peor, te crean una dependencia muy aguda".
Los antecedentes en la familia fueron suficientes, en su opinión, para justificar que su bipolaridad era genética, hereditaria e incurable. "Cuando la vida te golpea es normal sentir tristeza, pero no es depresión. Desde hace décadas se está medicalizando el sufrimiento, como si la tristeza pudiese erradicarse mediante la química. El dolor está presente en nuestras vidas, pero no hay ningún interés en enseñar a convivir con él de una forma más sana. Detrás de una depresión casi siempre hay circunstancias vitales adversas que podrían abordarse con medidas sociales y psicológicas, en lugar de encadenar a los sufrientes a un psicofármaco adictivo y potencialmente desestabilizador".
Una de cada diez personas está tomando algún tipo de psicofármaco en este momento. 'Miedo de ser dos' es una lacerante crítica contra todo ello, una radiografía de los estados emocionales en un período de su vida. La escritura le salvó. "Me ha reconciliado con la existencia", dice. Desde hace cuatro años no ha vuelto a tomar un psicofármaco y ha logrado una firme estabilidad. Perdió a su madre y a su hermana con veinte días de diferencia y pudo continuar con la vida.
Tuvo la suerte de contrarrestar el dolor con la literatura. Definitivamente, fue su única cura y lo que le ayudó a encontrar la paz. "No hay necesidad de recurrir a los psicofármacos, pero esto a la gran industria farmacéutica no le interesa, menos en un país como el nuestro, que está a la cabeza en el consumo de estos medicamentos".
No quiere decir que esté en contra de la medicación en todos los casos. "Un brote psicótico -advierte- es muy peligroso y solo puede controlarse con neurolépticos, pero estos medicamentos tienen efectos secundarios devastadores y la investigación debería centrarse en hallar tratamientos menos lesivos. También un cuadro de pánico o ataque de ansiedad se aplaca con un ansiolítico, pero su uso debería ser puntual".
Narbona es muy activo en las redes sociales y le siguen casi 40.000 personas. Estas mismas reflexiones que hace para Uppers y expone en 'Miedo de ser dos' las traslada a su cuenta, lo que lleva a imaginar que más de una vez le habrán vareado bien. "Me ha costado un desagradable linchamiento -confirma-. Centenares de psiquiatras me han atacado, acusándome de irresponsable. Por otros motivos, más ideológicos, me llevo también varapalos de la izquierda y de la derecha, pero siempre desde los extremos". Sabe cómo encajarlo y le resta importancia sabiendo que, por cada usuario que ataca, hay unos cuantos bots o perfiles falsos. Precisamente, su último libro lleva por título 'Ira', una emoción que, además de inmoral, considera un despilfarro.
Sabe que vivir no es fácil, pero veinte años luchando contra la depresión le han enseñado que el ser humano posee más recursos de los que imagina. "He perdido muchos días por culpa de la tristeza y no quiero malgastar ni un minuto más", escribe en su cuenta de Twitter e insiste durante la entrevista.
"He recuperado el placer de vivir y ahora disfruto intensamente. Escribo, leo, paseos, disfruto de la naturaleza, del hogar, de mi mujer". Está rodeado de literatura, naturaleza y perros y gatos que salva del abandono. "Su inocencia y vulnerabilidad es una inagotable fuente de ternura", dice. Recientemente perdió a sus perras más ancianas, Nana, Bella y Olivia. Le duele la ausencia, pero le consuela pensar que fueron felices.
Habla con el mismo apasionamiento con el que vive. "Los que escribimos tenemos la obligación de sembrar esperanza", escribe en el prólogo de su libro. Y toma una frase de Luis Rosales en 'La casa encendida' -"las personas que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir"-, para sentirse bendecido. "Estuve a punto de quedar atrapado en la desesperación, pero renací y contemplo el mundo con alegría y serenidad."
Narbona recuerda que Borges se distanció del pesimismo en la vejez. Poco antes de morir se dio cuenta de que no pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso. Él se ha dado cuenta mucho antes de que la vida es un surtidor de prodigios. "La escritura, la música de Bach, Dostoyevski, una conversación con mi mujer, la memoria de mi padre o el privilegio de cuidar a mi madre durante la enfermedad del alzhéimer o a mi hermana, con graves discapacidades físicas. Cuidar es una terapia insuperable. Te nombraría tantas cosas".