A principios de los años 80 las calles españolas empezaron a acoger a decenas de tribus urbanas que aprovechaban la explosión de libertad que había traído el fin de la dictadura. Rockers, siniestros, heavies, punkies o quinquis sacaban a pasear su propia filosofía y rasgos estéticos y reclamaban su espacio. El afán por marcar territorio hacía que algunas llegaran a las manos. Imperaba la ley del más fuerte y, en ese contexto, una cuadrilla formada por niños de papá duchos en artes marciales se convirtió en el terror del Madrid de los ochenta.
En 'La verdadera historia de la Panda del Moco' (Ariel), el filósofo y experto en Antropología Cultural Iñaki Domínguez explora la leyenda de una banda de pijos malotes que surgió aproximadamente en 1980 "como reacción a la violencia ejercida por macarras de barrios obreros y variadas tribus urbanas". Hartos de la intimidación que ejercían otras bandas, tipos como el Francés, el Judío, Pablo Full, el Italiano o el Garrul, todos entre los 15 y los 20 años, se empeñaron en demostrar que podían ser niños bien y al mismo tiempo no amilanarse ante nadie.
En el fondo subyacía el temor a perder sus privilegios heredados de la sociedad franquista con la llegada de la Transición. Entendieron que habría que combatir en las calles con los hijos del proletariado, ya fuesen gitanos, quinquis o macarras, y se preparaban para ello a conciencia, aprendiendo full contact. Tampoco tenían mucho más que hacer. Como buenos hijos de papá, se aburrían y no encontraban acomodo en el sistema. "Tendían a ser de derechas, pero como muchos jóvenes de los ochenta, estaban desideologizados casi del todo", nos explica Domínguez. En todo caso, su única ideología sería el dinero.
"Eran pijos modernos de los ochenta, más globalizados que los de generaciones anteriores. Llevaban New Balance, Levi’s 501 y camisetas Caribbean", nos cuenta el autor de la obra. Su radio de influencia inicial era el barrio de Paseo de la Habana, por Juan Bravo, AZCA y el Pachá de Tribunal, aunque también les encantaba sembrar el terror en discotecas como el Gashlight o Look. "Les movía la bronca y la ultraviolencia, como a los protagonistas de La naranja mecánica", apunta.
En el libro se les describe como un claro precedente de los Cobra Kai de 'Karate Kid' (1984), años antes incluso de que se estrenara esa película icónica de los 80. En realidad, su afición por las hostias viene de antes. "Con la película Operación dragón (1973), de Bruce Lee, hubo un verdadero boom global de las artes marciales. Verdaderamente, fue esa la causa primordial de esa nueva afición a nivel internacional y del surgimiento de grupos similares en países tan distintos", apunta el antropólogo cultural. La brucexplotation que proliferaría tras la muerte del Pequeño Dragón con decenas de imitadores y subproductos no haría sino disparar la moda de los gimnasios en los barrios.
Más allá del full contact y los elementos más populistas de la cultura yanqui, no es que los miembros de la Panda del Moco tuvieran demasiados intereses. "No eran culturetas, precisamente, aunque Loic Veillard, el Francés, es músico y tocó el teclado en Rock-Ola con grupos como Funkcionarios (un grupo de Funky de la época)", indica Domínguez.
Pero ¿de dónde salió ese nombre tan estrambótico con el que se conocería a esta pandilla? "No se sabe muy bien. Una teoría afirma que estando en el VIPS (novedoso establecimiento a principios de los ochenta) quisieron introducir muchas sugerencias estrafalarias en el buzón del restaurante. Al no saber cómo firmar, uno de ellos dijo: “Lo firmaremos como la Banda del Moco", nos explica el filósofo. Otra teoría que recoge el libro sostiene que tras una reyerta en la que la cuadrilla había propinado una buena tunda a una banda rival les preguntaron cómo se llamaban, y, al ver un tipo que no era de la panda sacándose un moco, uno de ellos dijo: "¡La panda del moco! ¡Dejadnos en paz!".
Lo cierto es que se crearon una reputación temible y muchas bandas y tribus les tenían auténtico miedo. "Tuvieron importantes peleas con ultraderechistas de Primera Línea de Falange, con gente de Fuerza Joven y con rockers". Se terminó creando una especie de leyenda urbana a su alrededor. Mucha gente ni los conocía ni los había visto nunca, pero todo el mundo había oído historias, algunas ciertas, otras inventadas. "A base de ejercer la violencia y plantarle cara a grupos que antaño habían atemorizado y abusado de los pijos" se terminó de cimentar ese estatus mítico del que se hablaba en todos los barrios.
Con el tiempo algunos llegaron a participar en atracos en casas, locales y sucursales bancarias, a meterse en asuntos de tráfico de drogas y a apalizar a morosos por encargo. Robaban quizás por afán de aventura o por demostrar algo, porque no lo necesitaban ¿Por qué actuaban con tanta impunidad? "Venían de familias desestructuradas y contaban con la protección de familiares y amigos que formaban parte de las élites económicas y sociales del país", justifica Domínguez.
Sin pretenderlo realmente ,se convirtieron en un referente que muchos otros chavales trataron de reproducir. Empezaron a surgir infinidad de imitadores, grupos similares con nombres parecidos, como la Banda del Huevo, en la que militaban hermanos menores de los Mocos originales. "Establecieron el arquetipo (o modelo original) del pijo malo que predominó durante los ochenta y noventa", resume el escritor. ¿Se inspiró en ellos José Ángel Mañas para su célebre 'Historias del Kronen? "No, pero lidia con esa misma figura. En la novela ese pijo canalla es encarnado por Carlos. Mañas, sin embargo, sí había oído hablar de ellos", nos aclara Domínguez.
La Panda del Moco original se disolvió cuando el Judío y el Francés fueron condenados a cuatro años de cárcel por entrar a desvalijar una casa, aunque el Francés logró fugarse a Francia durante una revisión médica. Años después ambos serían indultados gracias a los contactos de sus padres. "Generalmente, les ha ido bien. Alguno de ellos está hoy en prisión y hay otros que siguen haciendo de las suyas a otro nivel, como el Francés", comenta el experto.
A mediados de los noventa la fiebre por el pijo malote fue diluyéndose, o reconvirtiéndose "en el bakala chungo". ¿Por qué desaparecieron? Domínguez lo tiene claro: "Porque las fronteras identitarias y de clase han ido esfumándose en la gran ciudad, y la cultura alternativa globalizada ha pasado a predominar. Es más guay ser cool que hijo del cacique, al menos en las grandes ciudades españolas". Y ¿por qué aún nos fascina la Banda del Moco? "Es difícil de decir. Quizás por el hecho de que eran pijos, pero peligrosos, algunos de ellos delincuentes. Esa aparente contradicción es la que, creo yo, los convierte en un verdadero imán", concluye.