No quiere posar. Así lo explica su editorial, de modo que las fotos se harán solo mientras habla en la rueda de prensa. Pero la realidad tiende a descontrolarse, como él bien sabe, así que se encuentra enseguida con quince cámaras en la cara: “Animal en el zoo, soy un animal en el zoo”, canta bajito, medio en bromas medio en serio. Y los fotógrafos apuran el último disparo con cierto temor a que la cosa se ponga tensa, porque con Brest Easton Ellis, el dios del humor negro y las frases directas, nunca se sabe. Corren historias de contestaciones vehementes (por decirlo de algún modo) a más de un periodista. Pero eso fue hace mucho, trece años al menos, el tiempo desde su última novela, y parece que los 59 le han apaciguado… algo. Un poco. Este rato.
Viene incluso con ganas. “A mí no me dejéis decidir, vosotros me decís qué hago y voy”, dice a los de prensa. Hace demasiado que no tiene novela entre manos y esta, con el elocuente título de 'Los Destrozos', es especial. “No elijo el libro que escribo, solo lo siento; y me lo he pasado muy bien con este”, dice. ¿El motivo? Su regreso al origen cuarenta años después. “Una vuelta a la juventud desde la mirada de un viejo”, dice. Un tipo recordando, al borde de los sesenta, el proceso de construcción de una identidad, la suya, llena de dolor; como un entomólogo clavándole un alfiler a su propio insecto.
Así que ‘Los Destrozos’ tiene todo lo que le obsesiona desde que tiene memoria: sexo, drogas, fiestas, derrapes, violencia, temazos ochenteros, cine y enfado a bocajarro contra el mundo. Pero todo mirado desde su vida de ahora, mucho más calmada, tras varios intentos fallidos de dirigir una película en Hollywood y felizmente retirado de casi todo en su piso de Los Ángeles, donde vive con un novio más joven que él (“aunque más loco”) desde hace una década.
O lo que es lo mismo, ha escrito la historia "60% biográfica" de un chaval de 17 años en 1981 que quiere ser escritor, sale con la chica más popular del instituto Buckley siendo gay en el armario, debe lidiar con un padre alcohólico que se avergüenza de él, siente una pasión que no comprende por otro hombre, asesino en serie, va a clubs con sus amigos, se le atasca la rabia en la garganta y comienza a meterse de todo. “Llegó un punto en que me empecé a descontrolar. Me inventaba historias, fui un mentiroso muy convincente, muchos de aquella época me dejaron de hablar”, explica. Aunque también explica que ha habido algunos reencuentros: su ex novia le escribió hace poco por Facebook para cenar "y recriminarme que le hubiese puesto el nombre de Debbie, el que más odia de todos".
“¿Qué si me arrepiento de algo? No creo en los arrepentimientos, si creyese tendría que arrepentirme de todo (risas). Todos tenemos decepciones, pero hay que ver si te destruyen o te hacen crecer. ¿Me arrepiento de tener un padre horrible? Sí. Pero cuando miro atrás, entiendo que en aquella América de los 60, el hijo que quería no era el que tuvo, para un hombre de aquella época yo era una decepción absoluta, y lo pillo ahora. No tengo nada que decirle. Si me pregunto qué podría haber hecho diferente para ser más feliz en mi adolescencia, enseguida me doy cuenta de que si hubiese sido feliz y mi padre no hubiese sido un imbécil, ¿habría escrito los libros que escribí? Algunas cosas son muy dolorosas pero te acaban ayudando”, añade.
Y así fue. Con esos materiales (oro para un creador) ha puesto toda su obra en pie. La clase de escritor que recorre una y otra vez, aunque con distinta luz, todas sus bajadas al infierno, que siempre es la misma. En ‘Menos que cero’, su debut en 1985, un chaval de clase alta que vuelve a casa por vacaciones y se encuentra con su grupo de amigos, punkies pijos, hijos de magnates de Hollywood, en ‘Las leyes de la atracción’ son universitarios fiesteros de New Hampshire los que toman el (des)control de la narración, en su ‘Glamourama’ de los noventa se va a un thriller político lleno de atentados mientras describe la fauna que cohabita en el club más cool de Nueva York, en ‘Lunar Park’ (2005) arremete contra su padre y su propia biografía y en ‘Suits imperiales’ (2010) retoma las vidas de aquellos autodestructivos adolescentes veinticinco años después.
Pero quizá uno de los que más revuelo causó en todo el mundo fue su ‘American Pshyco’, llevada al cine por Mary Harron y Christian Bale, donde Patrick Bateman mata despiadadamente a varias mujeres sin descuidar su trabajo como bróker ni su culto al cuerpo y las marcas. Una novela que no ha sido muy entendida, dice, porque su objetivo era rebelarse contra el único modelo de masculinidad que se le ofrecía a un chaval de veintitantos como él: “Ahora me da igual, pero entonces buscaba un modelo que seguir de lo que debía ser un hombre y mi padre no podía ser y estaba aquel de los yuppies del dinero y el six pack y la ropa y el éxito que simbolizaba todo lo que odiaba. Nunca fue un libro de matar mujeres, más bien una comedia social. La furia de Patrick nace de que está atrapado en la sociedad. Hay tanta en el mundo, que es gracioso que siempre me asocien solo a mí con la violencia. Aunque una parte es verdad: estoy borracho de violencia y no sé por qué”.
“¿Que qué le diría a mi yo de los veintitantos que lo escribió? Nada, solo que hizo bien en ser lo suficientemente fuerte y seguro como para luchar por su novela cuando tanta gente quería editarla, cortarla y amputarla. ¡Había tanta presión! No sé si era un niño mimado, pero creía en el libro, sabía que iba a tener éxito. También le diría que se metiese menos coca. No necesitaba tanta”, dice con sonrisa de medio lado.
Así que Bret Easton Ellis recoge esta última obra todos sus pedazos anteriores y los hilvana definitivamente. No en vano, intentó escribir esta novela a los 20, a los 30 y a los 40, pero no no pudo: debía pasar el tiempo. Acumularse. Dar perspectiva. Lo mismo les está pasando, dice, a otros de sus amigos de la Generación X o directamente Boomers, como Alfonso Cuarón con 'Roma', Steven Spielberg con 'Los Fabelman' o Woody Allen con 'Días de radio': “La edad hace cosas contigo. El otro día lo hablaba con Tarantino y me contaba que él hizo ‘Érase una vez en Hollywood’ porque no quería hacer una peli en la que saliese un solo móvil o se hablara de la mierda que hay ahora en el mundo. Hay una edad en tu vida en la que quieres volver al pasado. Esta es mi vibra ahora”.
El llamado cronista de la Generación X está contento de pertenecer a ella: “Hemos envejecido muy bien, me gusta. Algunos dicen que soy más bien un boomer, pero la mía es más pequeña comparada con los boomers y los millennials. Nosotros compartimos una visión sobre la vida: hay ironía, quizá un punto de vista sobre el mundo sin mucho entusiasmo, ese querer reírte de todo. Porque si no puedes reírte de todo, no puedes reírte de nada. Hemos crecido en un mundo de libertad de expresión. Eso no existe hoy. Estábamos en un mundo donde podías decir lo que quisieses, filmar lo que fuera. No había un ejército de personas diciéndote 'no puedes hacer esto', o 'si vas a hacer esa broma, eres un exiliado'. Teníamos una libertad creativa total”, dice.
Y añade sobre si algunos de sus cohetanios se han hecho más conservadores con la edad en Estado Unidos: "Estoy muy agradecido de haber pertenecido a mi generación, de haber ido a la universidad en ese tiempo lleno de libertad. Mirando atrás, viendo en lo que nos hemos convertido, lo que pasa es claramente una reacción a esa libertad que vivimos y que no sentimos ahora, es una pesadilla. No veo a nadie más feliz. No hay alegría conectada a esa cancelación: hay ira, enfado, control, poder. Intentar cortar a todos por un patrón. Mi generación era mucho más divertida”, dice.
Precisamente será otro director de su generación, Luca Guadagnino ('Call me by your name') quien se ha hecho con los derechos audiovisuales de 'Los Destrozos' para adaptarla en forma de serie, en la que Bret será guionista, siempre y cuando la huelga del sector les deje avanzar. Toda una aventura sensorial esta mezcla de talento, aunque Easton Ellis parece tener claro que todo, al final, carece de importancia: "¿Cree que la literatura puede cambiar algo?" -le pregunta una periodista.
-Nada.