No se puede decir que Isabel a Allende haya tenido una vida 'tranquila'. Tal vez por eso, cuando habla de la forma en la que está viviendo sus ochenta años asoma una palabra muy diferente: 'libertad'. Eso es lo que, al parecer, atesora más la autora de 'De amor y de sombra' en estos momentos.
Casada por primera vez a los 19 años en Chile, su matrimonio con Miguel Frías duró 25 años y le dejó dos hijos, Paula, fallecida a los 29 años, y Nicolás. Su segundo matrimonio con Willie Gordon duró 27 años. Dos de los hijos de su esposo murieron a causa de las drogas y el propio Gordon falleció cuatro años después de su divorcio en 2015. Isabel estuvo a su lado.
Con todo ese bagaje familiar a cuestas, no sorprende pues, que en recientes declaraciones a El País, Allende haya afirmado nunca haber estado mejor en su vida. "Es una sensación de libertad. Ya terminé con los hijos, con los nietos y con mis padres. Así que no tengo mayores responsabilidades fuera de los perros. Y mi marido", ha dicho.
Su marido es el abogado Roger Cukras, que además dejó todo, incluso vendió sus propiedades, para estar con ella y acompañarla en sus aventuras librescas por el mundo. Al parecer, además de la libertad, el amor es parte de la formula para sus estupendas ocho décadas. Y se precia de que su vida amorosa escandalizaba a sus propios nietos. "¡Las veces que he tenido amante ha sido rebueno! Te juntas para ver a tu amante en tiempo robado, así que vas a sacarle todo el jugo. Estás con él al cien por cien. Olvídate del niño que está con paperas, olvídate de todo. Estás intensamente. Eso es delicioso. Es un banquete de la vida", confesaba hace unos años a la revista XL Semanal.
Isabel Allende se encontraba en el exilio cuando publicó 'La casa de los espíritus', la novela que la consagró internacionalmente y de la que vendió más de 50 millones de ejemplares. En realidad, como ella ha afirmado en más de una ocasión, fue siempre "una eterna desplazada". Primero por la carrera diplomática de su padre, primo del presidente Salvador Allende, derrocado por Pinochet, y luego porque la familia se vió forzada a huir por la dictadura.
Esa vida de desplazamientos, conjurada siempre a través de la memoria literaria, parece haberse trocado, finalmente, y más allá de los viajes promocionales de sus libros, por una cotidianidad más en su casa de Sausalito, su refugio californiano, en la Bahía de San Francisco, desde donde ha atenido a la prensa interesada en su nueva novela, 'El viento conoce mi nombre' (Plaza y Janés), una novela que explora el exilio de dos niños, un judío austriaco, durante el holocausto, y la otra salvadoreña, en la era Trump.
Es en esa casa, donde la autora disfruta ahora de largos paseos en soledad y de la tranquilidad necesaria para su trabajo literario.Eso, sin olvidar la 'urgencia' de la escritura y el amor. "A veces me preguntan cómo es el amor de la vejez -le ha dicho a la revista Elle- y puedo decir que es igual al amor de juventud, pero con una sensación de urgencia, porque no hay tiempo que perder". Allende, sin duda, no lo pierde.