Tras un empeoramiento de salud, el periodista y escritor Ramón Lobo ha muerto este miércoles en Madrid a los 68 años a causa de un cáncer de pulmón que le había sido diagnosticado el año pasado. Lobo era uno de los periodistas más admirados de la profesión por la forma en la que había cubierto algunos de los principales conflictos internacionales, como Irak, Sierra Leona o Bosnia y Chechenia entre otros muchos. Un corresponsal de guerra que mostraba la terrible realidad sin perder la humanidad ni el foco donde creía que tenía que estar, en quien sufren las guerras.
Lobo se ganó el cariño de la profesión en sus décadas de trabajo en diferentes medios, especialmente en los 20 años que pasó como corresponsal de guerra en El País, donde dejó grandes amigos como Guillermo Altares, que le dedica un emotivo obituario en el que repasa algunos de hitos profesionales y también personales. “Muchos reporteros encontraron en Ramón consejos, tiempo, pedagogía y paciencia. Siempre estaba allí para cualquiera que quisiese dedicarse al duro oficio de ser reportero de guerra”, recuerda.
Hace casi un año el periodista comunicó que le habían encontrado dos cánceres. “Ramón era hipocondriaco y no paraba de hablar de la muerte. Pero se enfrentó a su enfermedad con realismo y valentía, se ganó a todos sus médicos y supo gestionar con sentido del humor (negro, muy negro) un diagnóstico que se complicaba por minutos. Tenía dos cánceres diferentes, ambos con metástasis, y además un aneurisma de aorta. Tres enfermedades mortales a la vez”, recuerda su hermano pequeño en El País, así es como Lobo lo veía.
Precisamente de ese humor negro seguía haciendo gala en redes sociales, donde hace apenas dos semanas, antes de que se celebrasen las elecciones generales, aseguró que no iba “a cumplir su legislatura, pero como dice el gran José Sacristán, me jode palmarla escuchando una música que creíamos superada. Me preocupan tus derechos, tu pensión y tu empleo. Me preocupan los que se quedan y van a sufrir”.
Altares cuenta como, tras tener el diagnóstico, Lobo abrió un chat con su grupo de amigos para contarlo y poder informarles de cómo evolucionaba, un grupo que llamó ‘Caso raro de cojones’. Tan raro era su caso que, antes de contarlo en la radio, su médico le dijo que solo dijera lo de los dos cánceres, que si contaba también lo del aneurisma nadie le iba a creer.
Aquel día en ‘A vivir’ se mostró optimista, “muchos tienen miedo de pronunciar la palabra cáncer, pero yo la voy a pronunciar y no tengo miedo a decirlo”. “Voy a luchar, voy a pelear, lucharé hasta el último minuto. Partido a partido, semana a semana”, dijo. En su última entrevista ya no había mucho optimismo, sabía cuál era su realidad, pero eso no le quitó el humor, explicando que se iba a poner serio con su libro, que trabajaba mucho mejor conociendo una fecha de cierre. Ya se lo dijo hace unos días su amigo Gervasio Sánchez en una carta: "morir sabiendo que vas a morir no es fácil. Es de valientes".
Ramón Lobo pudo disfrutar de su último viaje a uno de sus lugares favoritos, Venecia. Una ciudad llena de belleza a la que volvió y donde visitó en la isla cementerio la tumba de Joseph Brodsky. El periodista se había obsesionado con ‘Marca de agua’, el libro del poeta ruso que fue una de sus últimas grandes lecturas. Venecia era, sin duda, un tema recurrente de conversación para él, "cuántas conversaciones compartimos sobre cáncer, quimio, muerte, vida y Venecia.Todo queda guardado en mi baúl emocional", se despide Julia Otero.
Su hermano pequeño, Guillermo Altares, se despide de Lobo sabiendo que “disfrutó de cada minuto de vida y su única barrera fue evitar el sufrimiento. Se puede imaginar su eternidad como un interminable partido en el que el Real Madrid siempre gana o como un hombre cruzando puentes en Venecia, escuchando a un sabio cantautor italiano, mientras recuerda una frase de Brodsky: ‘Nosotros partimos y la belleza permanece’. Ramón ha dejado mucha belleza en este mundo pese a haber relatado horrores sin fin. Gracias por todo, viejo amigo”.