Hasta siempre, Lobo: siete fragmentos de sus crónicas y libros que dan ganas de vivir la vida

Ramón Lobo deja una huella indiscutible en la historia del periodismo como uno de los grandes corresponsales de guerra que cubrió conflicos africanos, europeos o asiáticos durante décadas, especialmente para El País. Sus textos, entrevistas, reflexiones y opiniones quedarán para la eternidad, por eso recopilamos algunos fragmentos de su obra, unos de su blog, que empezó a nutrir tras su despido del periódico, otros de entrevistas, de conversaciones, o de los reportajes que con mimo realizó para plasmar en palabras lo que ocurría en las zonas de conflicto y que pudiesemos entenderlo mejor.

Sobre la jubilación

Pienso en los muertos de mi camino, los que me adelantaron en dirección a Ítaca. La última, nuestra queridísima Alicia Gómez Montano. Pienso en mis amigos y compañeros de batallas Miguel Gil, Julio Fuentes y Ricardo Ortega. Me emociona sentirles tan cerca en un mundo paralelo. En eso soy muy africano. No creo en el Más Allá, pero sí en el poder de la imaginación.

Me siento feliz porque mi segunda biografía da sentido a mi vida. Es un privilegio sentirse colmado y poder seguir. Alcanzo la edad de jubilación (aún deberé esperar unos meses) en plenitud profesional, la cabeza más o menos en su sitio y sin olvidar ni un instante quiénes son las víctimas y quiénes los verdugos.

Llego tras haber bailado mucho en los últimos años de la Edad de Oro del periodismo. Me tocaron viajes y reportajes fantásticos que me formaron como profesional. La música se detuvo en 2008. Volverá, pero no para los que hoy tienen 50 o 40 años. En esto también he tenido suerte.

Las edades que no cumplió

Mis edades esenciales han sido los 21, cuando era la mayoría de edad, y esta de 65. Me quedan dos si llego: 69, por simple picardía, y los 88, la edad eterna de José Saramago.

Sobre la esperanza

Cuando estaba en Bosnia una amiga me dijo una frase terrible: "Escribes historias sin esperanza". Me impactó mucho. Desde entonces, siempre intento buscar algo de esperanza, aunque sea una pequeña ventana para respirar. Historias de gente que lucha. Si trabajas con las víctimas, también hay un límite: no debes escribir una historia victimista, porque pierde fuerza. Necesitas distancia, y que el lector sea quien decida. Es muy importante que el relato tenga el prestigio de la distancia. Puedes llamarlo honestidad. La objetividad no existe porque somos subjetivos, somos consecuencia de nuestras lecturas y de nuestras experiencias. Tenemos un punto de vista.

Sobre el periodismo actual

A mí me sigue gustando el periodismo. Lo que no me gusta son los gerentes. Discutamos primero si la historia es buena y cómo contarla de la mejor manera posible. Después ya encararemos cómo hacerlo de la forma más barata. Hemos perdido, sobre todo en España, la visión que tenía el fundador del programa Sixty Minutes, que siempre preguntaba: '¿Dónde está la historia?'. En nuestro país es un problema cultural.

Plasmar la cruda realidad en sus reportajes

Es una lotería macabra. Los rebeldes sacan a la gente de sus casas. Obligan a los hombres a alinearse en la calle. Les dan un papelito doblado en el que está escrito su sino: brazo corto o largo; mano derecha o izquierda. Después, con un machete o un hacha, seccionan el miembro elegido por el azar. Samuel Taylor-Kamata tuvo mala suerte: le amputaron las dos. Habita en un colchón andrajoso del hospital de Connought, en Freetown. Ronda los 30 años. Su hermana, sentada a un lado, le da de beber agua a sorbos en un vaso de plástico. Samuel tampoco tiene lengua. Se la seccionaron con un cuchillo. [Fragmento de un reportaje desde Sierra Leona]

Sobre deshacerse de lo que ya no somos

He ordenado parte de mis libros, solo los de la habitación en la que trabajo. El objetivo es desprenderme de algunos, regalarlos a una librería que los acoge gratis y los revende a voluntad del comprador. He tardado horas porque cada libro contiene una o varias historias, voces que escuchar, memorias que atender. No solo las que eligió el escritor, también están las mías como lector.

Ordenar libros es ordenarse; desprenderse de ellos es reconocer los cambios en el yo pese a que el yo motor sea el mismo. Vivir es deshacerse de lo que ya no somos. No es fácil, hay que ir uno por uno, abrirlo y esperar, estar seguro.

Tengo un Kindle. Es cómodo para los viajes, pero no me habla. Entre él y yo se levanta un muro trumpiano. Quizá sea mi culpa, la edad. Los libros huelen, al subrayarlos los poseo y memorizo; me regalan unas palabras, les devuelvo otras. Es verdad que puedo marcar en el Kindle y crear anotaciones, pero algo sucede en mi proceso de memorización con las palabras kindledas. Se pierden en el camino de regreso, me llegan sueltas, mezcladas con las de otros libros. Tal vez estén creando un nuevo que sea la suma de todos los leídos, pero ese libro ya existe, es mi vida.

Dejar que las cosas fluyan

He tenido el privilegio de trabajar en lo que más me gusta y en un gran periódico que daba visibilidad a mis historias. He tenido el privilegio de salir de El País y seguir navegando en mi bote salvavidas. He perdido dinero, bastante, pero he ganado el control de mi tiempo, decidir qué hago con él. Estoy muy agradecido a los medios que me han ido recogiendo. Soy feliz en ellos. He perdido dinero, pero he ganado prestigio. Es curioso: la manera en la que salí de El País me dio un sello de independencia. Nunca me hubiera ido del periódico ni renunciado al sueldo. Pero no moví ni un dedo para que me sacaran de la lista. No intenté hablar con nadie. Hubo tres razones. Si me salía de ella, metían a otro; era solo un copia, yo estaba en la cabeza de alguien que podría hacer más listas, y en tercer lugar, no sabía si era bueno o malo. Dejé que todo fluyera.