Pasó muy poco tiempo desde su publicación, hace 25 años, para que 'Los detectives salvajes' alcanzara el estatus de clásico de la literatura en castellano. Equiparada por la crítica, durante este cuarto de siglo, con obras cumbres tan disímiles como 'Rayuela', de Cortázar, 'Conversación en La Catedral', de Vargas Llosa, o el propio 'Ulises', de Joyce, la novela del chileno Roberto Bolaño olía a culto desde el minuto uno. ¿La razón? Probablemente es la última novela que ambicionó, y logró, convertirse en un vasto retrato generacional de la cultura (en el sentido más amplio) latinoamericana, con la correspondiente actualización de ese viaje a España que empezaba a dejar de llamarse exilio para convertirse en eso infinitamente más complejo que llamamos migración.
Hay algunos libros para los que, además, los astros parecen alinearse y no solo tienen el don de aparecer en el momento justo -en el caso de 'Los detectives salvajes' tal vez tenga que ver con la recuperación, aunque sea momentánea, de un romanticismo 'por' la literatura que parecía perdido- sino de la manera precisa para crear una identidad no solo cultural sino también comercial. En el caso del libro de Bolaño, su portada lo hacía rápidamente reconocible en librerías, y se volvió con el tiempo en una de las más emblemáticas de la literatura de fin de milenio.
Poco saben, sin embargo, que Jack Vettriano, el artista escocés que pintó el cuadro original, llamado 'Billy Boys', se inspiró nada menos que en 'Reservoir dogs' la primera cinta de Quentin Tarantino estrenada en 1992.
Traspuesto el icónico fotograma al retrato de una pandilla callejera de gángsters de Glasgow -liderada por un tal Bully Fullerton- , uno se pregunta ¿qué tiene que ver eso con las pesquisas de dos poetas jóvenes, uno mexicano y otro chileno, en busca de una mítica poeta perdida en el desierto de Sonora? Poco, en realidad, pero es la magia de la transversalidad cultural. Cuando al propio Vettriano le preguntaron por su confesa inspiración en un poster de la película de Tarantino solo contestó: “Creo que fue Picasso quien dijo que algunos artistas piden prestado, yo robo”.
Tirando de semántica, uno podría decir los sombreros y los trajes remiten a la idea tanto de gángsters como de 'detective', y seguramente eso tuvo que ver con la elección del cuadro en Anagrama, pero yendo un poco más allá podemos decir también que la novela de Bolaño es la historia de una banda, unos perros del depósito (o 'Perros románticos', como se llamaba un poemario de autor), una fraternidad intelectual -los famosos 'infrarrealistas- que intentan vivir en unos márgenes que tienen que ver con la experiencia artística y no con la delincuencial.
Sus protagonistas son hijos de las revoluciones idealistas, que parecen que recorren Latinoamérica a pie mientras se apaga el ruido de las guerras para desembocar en una Europa en la que los inmigrantes ya no escriben en buhardillas sino que trabajan de vendedores de bisutería, son guardianes de camping y participan en concursos literarios financiados por ayuntamientos.
Una novela memorable que un cuarto de siglo después sigue siendo fuente de goce y reflexión.