Logo de Cultivarte

Cultivarte

Niñez, juventud, edad adulta y más: una poesía que te hará sentir mejor para cada año de tu vida

  • La joven Alejandra Martínez de Miguel se embarca con 'Una poesía para cada año de tu vida' en la difícil tarea de prescribir poemas hasta los 90 años

  • El volumen reúne casi un centenar de textos eclécticos, cada uno con una energía particular y de autores tan disímiles como Mario Benedetti o Luna Miguel

  • Junto a la autora, te recomendamos poemas para tu hijo adolescente, tu nieto, tus padres que ya están mayores y, más importante aún, para tí mismo

"Una poesía a tiempo puede sanarte", dice perfectamente convencida Alejandra Martínez de Miguel, autora de 'Una poesía para cada año de tu vida'. Y tiene pruebas de ello. 84 para ser exactos. Eso es el número de poemas que ha seleccionado para tí, y para cualquiera que quiera asomarse a esa ventana hacia una 'distinta tiranía', que diría Cavafis, pero que finalmente te regalan otra forma de mirar al mundo.

¿Cómo se aproxima uno a la palabra desde distintas edades? ¿Por qué hay poemas que parecen escritos solo para nosotros? Martínez de Miguel divide el periodo de una vida en seis momentos vitales: Encuentro (de 6 a 20 años), Decisión (de 21 a 35 años), Movimiento (de 36 a 50 años), Siembra (de 51 a 65 años), Observación (de 66 a 80 años) y Aquí florece (de 81 a 90 años). E introduce cada uno de ellos con un texto que tiene tanto de autobiográfico como de reflexivo. Allí confiesa, por ejemplo, que se leyó alrededor de seis poemarios al día durante varios meses. O que leer a Susana Benet le recuerda que la grieta que antes evitaba hoy la salta con cariño. O como al elegir poemas para personas mayores de 66 años pensaba en el porche de la parte de atrás de la casa soñada.

"No lo creo, lo sé"

¿Cómo decidiste a tus 29 años qué poemas querías recomendar a alguien de, por poner un ejemplo, 67? ¿Cuál fue tu criterio de selección?

Justo los 67 me resonaban porque es cercana a la edad que tiene mi padre. Pero claro, no conozco a tantos familiares que abarquen todas las edades como para poder inspirarme en ellos. Por lo que el criterio es difícil de definir. A veces leía un poema y me venía la edad a la cabeza, otras era mera intuición o juego. Al final la selección es muy subjetiva. Cualquier otra autora hubiese elegido otros poemas diferentes. Ha sido un ejercicio de confianza, a sabiendas de que no he vivido esas edades... pero podía imaginarme qué temas o emociones resonarían en ellos. 

¿Qué se va encontrar quien busque el poema para su edad?

Un viaje, una imagen, una propuesta, una emoción. Algo único y diferente para cada lector. Ojalá una caricia, un abrazo a tiempo, un “te entiendo”. Quizás todo lo contrario.

¿Qué detonó tu interés en hacer esta selección tan particular de libros para cada año?

Como te contaba antes, ha sido inevitable pensar en mi familia y amigos al elegir los poemas. De hecho, el libro llega hasta los noventa años porque es la edad que tenían mis abuelos cuando lo entregué. Son las personas más mayores que conozco y que podían leer un poema. Para mí tenía todo el sentido hacerlo así. Hay muchas decisiones en torno a mis propias vivencias. El poema de los veinticinco años, la edad que tiene mi hermano, fue elegido estrictamente para esa edad. Es un poema de Gata Cattana y los veinticinco, además, es la edad con la que la poeta y rapera falleció. Volviendo al criterio de selección, en ocasiones es por un homenaje. O se entremezcla el homenaje con lo que la autora en sí significa en mis relaciones personales. 

¿Crees que la poesía puede influir en la vida de las personas? ¿Crees en aquello del poder terapéutico de la palabra?

No lo creo, lo sé. Una poesía a tiempo puede sanarte. Encontrar palabras a aquello que a veces uno no sabe nombrar es liberador. Con la poesía viajamos, nos emocionamos y encontramos imágenes jamás antes figuradas.

La sección que va de los 51 a los 65 años se llama Siembra. ¿Por qué?

Entre tú y yo: es mi capítulo favorito. El texto que lo inicia fue el que más disfruté escribiendo. La siembra (la palabra en sí y la imagen que trae consigo) me conmueve profundamente. Creo que sembrar es algo que no paramos de hacer tengamos la edad que tengamos. Pero si está en esta ahí es porque, y cito directamente mis palabras del libro: “Las edades que lo conforman llegan con mucho vivido, pero justo por ello han de atender al suelo. Hay una canción de Valeria Castro que dice: «Quien no cuida la tierra y no está a su vera no ve el dolor y no ve lo duro de la primavera […] No porque sea costumbre no mereces que te alumbren». Me parece de una gran belleza y precisión. Estos poemas nos acercan a aquello que nos compromete con la vida.”

¿Dirías que se establece una especie de narrativa al ordenar estos poemas de esa manera ‘crono lógica’?

Sin duda. De hecho, hay poemas que se contestan entre sí, edades que dialogan o figuras que aparecen en la infancia y al final de la vida se completan. 

Leer a Paloma Chen a los 22 años y Antonio Gala a los 85 parce, de alguna manera, lógico… ¿Es recomendable también intercambiar las lecturas?

Desde luego. Pasa esos con algunos poemas en el libro. Leer ‘Plegaria’ de Miguel Martínez a los ochenta años, poema que yo descubrí a los veintiséis y me encantó, me parece un intercambio justo y exquisito.

¿Qué tanto de ti, como escritora, revela esta selección de poemas?

Mucho, yo creo que mucho. Para mí es un viaje personal. Son los poemas que yo hubiese deseado escribir, pero que menos mal que escribieron otros y hoy podemos leernos. Ojalá y al lector le acerquen a mi universo creativo y también al suyo propio. Eso es lo que hace la poesía.

Un poema para leerle tu nieto de 10 años

¿Qué hace falta?

De Gianni Rodari

Para hacer una mesa hace falta la madera

para hacer la madera hace falta el árbol

para hacer el árbol hace falta la semilla

para hacer la semilla hace falta el fruto

para hacer el fruto hace falta una flor:

para hacer una mesa hace falta una flor.

Un poema para regalarle a tu hijo adolescente de 15 años

Desmayarse, atreverse, estar furioso...

De Lope de Vega

Desmayarse, atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,

alentado, mortal, difunto, vivo,

leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,

mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,

enojado, valiente, fugitivo,

satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,

beber veneno por licor süave,

olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,

dar la vida y el alma a un desengaño;

esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Un poema para tu hija, que se ha ido de casa a los 26 años

Manual de supervivencia para salir del nido

de Rosa Berbel

1. Hablar más de la cuenta. La calidad

sucede en la abundancia.

Cuídate del silencio de los otros.

2. Acumular tarjetas de visita

como valiosos restos arqueológicos.

Nunca sabes qué pueden revelarte.

3. No perdonar jamás a quien olvida

tus fechas importantes.

No acumules amores sin memoria.

(No olvidar este punto).

4. No simular congoja ni tristeza

cuando olvides las fechas importantes.

No acumules amores rencorosos.

5. Al menos una vez cada dos meses,

redescubrir objetos olvidados.

¿Sigue siendo posible, todavía,

la ilusión fantasmal de los descubrimientos?

6. No olvidar tus orígenes.

Escarba, si es preciso, la tierra de los parques

con manos de urbanita.

7. Mantener intachables los prejuicios.

Las cosas suelen ser, salvo excepciones,

igual que parecían.

8. Cuidar la superficie.

Líbrate de quien teme las fachadas.

El interior real de las cosas reales

provoca claustrofobia.

9. No tener nunca ganas de marcharse.

Decir adiós es triste y es mentira.

10. Dejar que entre la luz.

Deja que entre la luz

y te despierte.

Un poema para ti, a los 50 años

Quiero creer que estoy volviendo

de Mario Benedetti

Vuelvo / quiero creer que estoy volviendo

con mi peor y mi mejor historia

conozco este camino de memoria

pero igual me sorprendo

hay tanto siempre que no llega nunca

tanta osadía tanta paz dispersa

tanta luz que era sombra y viceversa

y tanta vida trunca

vuelvo y pido perdón por la tardanza

se debe a que hice muchos borradores

me quedan dos o tres viejos rencores

y sólo una confianza

reparto mi experiencia a domicilio

y cada abrazo es una recompensa

pero me queda / y no siento vergüenza /

nostalgia del exilio

en qué momento consiguió la gente

abrir de nuevo lo que no se olvida

la madriguera linda que es la vida

culpable o inocente

vuelvo y se distribuyen mi jornada

las manos que recobro y las que dejo

vuelvo a tener un rostro en el espejo

y encuentro mi mirada

propios y ajenos vienen en mi ayuda

preguntan las preguntas que uno sueña

cruzo silbando por el santo y seña

y el puente de la duda

me fui menos mortal de lo que vengo

ustedes estuvieron / yo no estuve

por eso en este cielo hay una nube

y es todo lo que tengo

tira y afloja entre lo que se añora

y el fuego propio y la ceniza ajena

y el entusiasmo pobre y la condena

que no nos sirve ahora

vuelvo de buen talante y buena gana

se fueron las arrugas de mi ceño

por fin puedo creer en lo que sueño

estoy en mi ventana

nosotros mantuvimos nuestras voces

ustedes van curando sus heridas

empiezo a comprender las bienvenidas

mejor que los adioses

vuelvo con la esperanza abrumadora

y los fantasmas que llevé conmigo

y el arrabal de todos y el amigo

que estaba y no está ahora

todos estamos rotos pero enteros

diezmados por perdones y resabios

un poco más gastados y más sabios

más viejos y sinceros

vuelvo sin duelo y ha llovido tanto

en mi ausencia en mis calles en mi mundo

que me pierdo en los nombres y confundo

la lluvia con el llanto

vuelvo / quiero creer que estoy volviendo

con mi peor y mi mejor historia

conozco este camino de memoria

pero igual me sorprendo.

Un poema para compartir con tus padres, a sus 85 años

Enemigo íntimo

de Antonio Gala

Hay tardes en que todo

huele a enebro quemado

y a tierra prometida.

Tardes en que está cerca el mar y se oye

la voz que dice: “Ven”.

Pero algo nos retiene todavía

junto a los otros: el amor, el verbo

transitivo, con su pequeña garra

de lobezno o su esperanza apenas.

No ha llegado el momento. La partida

no puede improvisarse, porque sólo

al final de una savia prolongada,

de una pausada sangre,

brota la espiga desde

la simiente enterrada.

En esas largas

tardes en que se toca casi el mar

y su música, un poco

más y nos bastaría

cerrar los ojos para morir. Viene

de abajo la llamada, del lugar

donde se desmorona la apariencia

del fruto y sólo queda su dulzor.

Pero hemos de aguardar

un tiempo aún: más labios, más caricias,

el amor otra vez, la misma, porque

la vida y el amor transcurren juntos

o son quizá una sola

enfermedad mortal.

Hay tardes de domingo en que se sabe

que algo está consumándose entre el cálido

alborozo del mundo,

y en las que recostar sobre la hierba

la cabeza no es más que un tibio ensayo

de la muerte. Y está

bien todo entonces, y se ordena todo,

y una firme alegría nos inunda

de abril seguro. Vuelven

las estrellas el rostro hacia nosotros

para la despedida.

Dispone un hueco exacto

la tierra. Se percibe

el pulso azul del mar. “Esto era aquello”.

Con esmero el olvido ha principiado

su menuda tarea…

Y de repente

busca una boca nuestra boca, y unas

manos oprimen nuestras manos y hay

una amorosa voz

que nos dice: “Despierta.

Estoy yo aquí. Levántate”. Y vivimos.