"Canté, canté de amor, con la cara toda bañada canté de amor (…)/ Más fuerte canté, la pasión puse, el sueño, la lágrima". Si algo ha movido a lo largo de sus 70 años a Raúl Zurita, reciente Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, ha sido el amor. Eros en toda su potencia. O como él dice: "Lo más crucial", "esa fuerza perra", "sentir que darías tu vida por alguien". Así que le proponemos un juego poético, también con su reverso tenebroso: ir viendo, década a década, cómo ha ido escribiendo ese goce y ese dolor, incluso a su pesar.
Zurita se enamoró por primera vez, "intensa y platónicamente", a los 10 años. Nos lo confiesa al principio de la conversación, cuando le preguntamos por su infancia. Descansa el chileno (1950) en su habitación de hotel en el centro de Madrid tras recibir el galardón y hacer más entrevistas, agotadoras todas, de lejos y con mascarilla. Habla como disparando, Zurita al teléfono, a veces apretando el gatillo una única vez, una o dos palabras lanzadas a la diana, otras veces frases rápidas como ráfagas de metralla. Cuando conecta con algo que duele, cuesta distinguir si responde o recita. El Parkinson que le persigue desde hace años no lo pone fácil.
Siempre explica Zurita, al hablar de su infancia, que se crio sin apenas dinero y rodeado de mujeres. Su padre era "un uomo malato" (un hombre enfermo), como le llamaba la madre de su madre, a quien nunca cayó del todo bien. Murió con 31 años, cuando el pequeño tenía dos años y su hermana pocos meses. De modo que su madre tuvo que ponerse a trabajar de secretaria y quedó al cuidado de su abuela, que cada día les leía en italiano las andanzas de Dante por los infiernos. Un buen preludio para los oscuros setenta en la era Pinochet que le tocaría sufrir.
Le preguntamos enseguida qué es el amor. "Lo más crucial. Aunque no todos tienen la suerte de vivirlo. Es tu posteridad también. Pervivir en la memoria del otro, ¿no? Desde que me enamoré por primera vez hasta ahora que amo por encima de todo a mi mujer, el amor para mí no ha cambiado. Amor presente. Que sustenta el resto. Te llevas a veces tremendas desilusiones, y el final de alguno es verdaderamente terrible. Pero vale la pena siempre".
-¿Siempre?
-Siempre. Lo creo profundamente.
-¿Crees que lo podrías tener idealizado?
-No. Es eso. Incluso el amor es el odio, que también es importantísimo, salvo que el odio te quita más libertad.
-¿Cómo lo definirías en tres adjetivos?
-Cuando darías tu vida tu vida por el otro. Tan simple como eso.
Los 70 fueron intensos, tanto emocional como políticamente, para aquel muchacho lleno de anhelo. Arte, sexo, revolución. Miembro de la bohemia literaria y del partido comunista, fue "detenido por los milicos” el 11 de septiembre de 1973 y llevado al estadio de Playa Ancha, donde fue torturado. Un punto de inflexión vital, que coincidió además con una tormenta personal. O viceversa. Fue la época en la que se quemó el rostro con un hierro al rojo vivo, se masturbó frente a un cuadro en una exposición-performance e intentó echarse ácido a los ojos. El magma de su primera trilogía poética: 'Purgatorio' (1979), 'Anteparaíso' (1982) y 'La vida nueva' (1994). "Fueron actos desesperados. Tenían que ver con el dolor, con la locura. Chile era una locura demencial espantosa con Pinochet", explica Zurita al teléfono.
Tres años antes, a los 20, se había casado con Miriam Martínez Holge, artista visual y hermana de uno de sus mejores amigos. Con ella tuvo tres hijos, Iván (1971, arquitecto), Sileba (1973, artista) y Gaspar (1974, director de cine), antes de separarse. Apareció enseguida otro de sus cuatro principales amores, su compañera artística Diamela Eltit, Premio Nacional de Literatura en Chile en 2018 y madre de su cuarto hijo, Felipe, con quien estuvo hasta mediados de los ochenta. Lo cuenta todo en 'Zurita', su autobiografía de 800 páginas. También se definió en varias entrevistas como un "irresponsable moralista, lo peor que hay" y dejó versos desgarrados: 'Yo también dejé a mis hijos, papá'.
Zurita lo recuerda al teléfono: "Mi divorcio fue una experiencia horrible, aterradora, llena de culpa. Cuando dos seres se separan están tomados por las garras, clavándoselas en la espalda. Todavía me afecta", explica.
-¿Todavía?
-Sí, por lo que significó.
-¿Qué le dirías a ese Raúl que se separó con tres hijos a los 23?
-Que sea un poquito más precavido, en aquella época nadie lo era. Estábamos en el camino del socialismo en Chile, de la república popular. Precavido en el sentido de que no era necesario adelantar tanto la vida, aquel dolor, los niños, todo eso; viví intensamente. En ese momento fue complicado, pero ahora tengo una relación estupenda con mis hijos.
No fueron fáciles tampoco los ochenta. Comenzaron con los versos de su poema 'La vida nueva' escrito con avionetas en el cielo de Nueva York (unos ocho kilómetros de largo). Siguieron con otro divorcio en 1985, un tiempo retirado en una clínica psiquiátrica, un fuerte enamoramiento de Verónica Cortínez, entonces estudiante de Harvard, y un comienzo de relación con Amparo Mardones (su pareja hasta 2001), que fue en realidad quien hizo posible, según admite Zurita, su ambicioso proyecto de escribir 'Ni pena ni miedo' en letras gigantes a lo largo de varios kilómetros en el desierto de Atacama. De hecho, que solo puede leerse desde arriba. "Era lo inverso de la escritura en el cielo, algo que se viera del cielo hacia la tierra", explica.
-¿Qué consejos les dio a sus hijos sobre el amor?
Que lo vivan y no me hagan caso ni a mí ni a nadie. Que lo vivan y lo padezcan y luego se levanten.
-¿Uno siempre se levanta?
Debería. Aunque a veces parece que no.
-¿Y sobre el desamor?
Que ese dolor se pasa, aunque en esos momentos no entiendan nada. Yo diría: ‘Se pasa, mi hijo, se pasa’.
A partir de los 50, la vida de Zurita se fue sosegando. Aunque él niegue que se es más sabio cuanto más viejo. "No creo que el concepto del amor para mí haya cambiado, si te enamoras te enamoras y te das con todo. Como si nunca te hubiera sucedido nada. Va a ser siempre así. Partes con todo, es lo primero, lo más importante. Tengo una relación ahora mismo muy feliz desde hace más de veinte años, pero nunca me cuidé, ¿me entiendes? Nunca tome precauciones, no he tenido nunca cuidado. No soporto la idea del amor maduro, no lo soporto, eso de que uno tiene que ser lo suficientemente joven para vivir algo nuevo o arrollador. O eso de que uno tiene que ser lo suficientemente anciano para ser sabio. No lo soporto”, explica al teléfono. Y remata: "Prefiero romperme cada vez como un adolescente. Matarme que no hacer. ¿Me explico?".
A su pareja, profesora universitaria, dedica su último libro: 'A Paulina Wendt con quien moriré'. Un pensamiento que, dice, se le repite mucho. "Es mi mayor deseo", explica. Y añade que uno de sus mayores miedos: morir solo. "Se me repite y me duele mucho esa imagen, y más ahora, con tanta muerte sin ilusiones. Tanto muerto solo, un sueño que no parece real en el que no puedes tener a los tuyos cerca. Es una muerte que me aterra. No es ni como la de la guerra, donde mueres con tus compañeros. Esta muerte aislada y aséptica es la imagen del horror más grande que yo haya visto en mi vida", insiste al teléfono.
Otra muerte reciente que le conmovió profundamente fue la de su editor, Claudio López Lamadrid, quien dejó una de sus poesías, 'Guárdame en ti', como último epitafio involuntario en redes. "Claudio era un ser que yo quise mucho. Me conmovió mucho esa imagen de mi poesía. Nunca sabes, nunca sabes cuál va a ser tu último gesto. Me hubiera gustado abrazar a mi amigo", explica, emocionado.
-¿Un deseo para alguien sufriendo?
Fuerza, fuerza, fuerza.
-¿Uno para ti mismo?
Ir en paz. Conectado con que lo que pude hacer lo hice y sin arrepentirme de lo que no pude. Un poco como el poema de Machado: ligero de equipaje como los hijos de la mar.