Lacasa llevaba años intuyéndolo. Algo estaba mal en “la culpa, la vergüenza y el miedo”, explica, que se cruzaban en las relaciones entre hijas y madres. Que se agazapaban, silenciosas, sibilinas, y hacían de la realidad un tabú. Que creaban malos entendidos de por vida. Pensaba que estaba sola en esta desazón, pero algo se le movió al terminar de leer 'Apegos feroces', de Vivian Gornick, un libro escrito hace décadas que ha revivido recientemente en España. ¿Por qué? Quizá porque la autora neoyorquina se atrevía a mirar desde el feminismo la ambigua relación con su madre y cómo eso le había marcado en el resto de sus relación; y quizá porque nuestro país estaba ya listo para mirar de frente sus propias contradicciones.
Sea como fuere, Lacasa tiró del hilo y dedicó a este tema el podcast que tenía por aquel entonces (‘La flaneadora’, en la extinta M21). Su sorpresa fue enorme: ni mucho menos estaba sola. “Recibí un montón de mensajes de hijas dándome las gracias por haber abierto el melón”, nos cuenta a Uppers la que fuera redactora jefe de cultura y colaboradores habitual de varios medios. Ahí se dio cuenta de que había un libro y que muchas personas estaban esperando (es más, deseando) poder hablar de ello.
¿Te sientes mejor con tu madre después de este libro?
Esa es la idea, que cualquiera se sienta mejor tras leerlo, que entienda mejor a su madre, que se aleje un poco del torrente emocional, abra un poco el marco y vea que ahí han operado y operan otros factores de tipo cultural, sociológico, histórico... Sentirse menos sola, más acompañada y entender un poco mejor los mecanismos que operan en estas relaciones familiares.
¿Entiendes mejor a la generación de madres a la que pertenece la tuya tras escribir este libro?
Totalmente. Se parte de ahí: de intentar descifrar qué pasa generacionalmente y, por lo tanto, entenderlo mejor.
¿Cómo es una madre española boomer o baby boomer?
Creo que no hay una universalidad pero sí un cierto patrón que se repite con frecuencia. Madres que, por las circunstancias culturales e históricas, se han visto muy borradas en su faceta de cualquier otra cosa que no fuera la maternidad con todo lo que ello conlleva. Si tu identidad pasa únicamente por ser madre y todo se construye en torno a ese hecho, las posibilidades de que cuando, por ejemplo, tus hijos se marchen de casa, la relación con ellos se complique, son altas.
¿Por qué motivos crees que les cuesta a las hijas relacionarse con sus madres?
Hay muchos. Y no sólo biológicos o psicológicos que es donde tradicionalmente se ha puesto el foco. También los hay históricos, culturales y sociológicos.
¿Por qué sigue siendo un tabú?
Hay una mezcla de culpa, vergüenza y miedo. De estar siendo desleal. Y de haber fallado. Como hija, como madre y como aquello que se esperaba de ti. Todo eso hace que sea muy difícil hablar de ese conflicto, comunicarlo y confrontarlo. No enfrentarse a ello imposibilita resolver la situación y favorece, sin embargo, la probabilidad de que el problema se repita una y otra vez.
¿Cómo funciona la culpa en ese mecanismo de silencio?
La culpa es casi la garantía de que el silencio se va a mantener. Si uno se siente culpable, calla y esconde. En el momento en que se verbaliza el asunto y se comprueba que hay más gente en esa situación, se desvanece o, al menos, se mitiga.
¿Por qué es importante hablar de esto?
Cuando se hablan las cosas, se entienden y surge la posibilidad de un debate que resuelva o, al menos, consiga hacer entender a la otra persona qué sucede y a nosotras mismas.
¿Cambia la relación con una madre si se es madre, como dicen?
A eso no te puedo responder porque no soy madre. Es cierto que en el libro se recoge algún testimonio en el que la mirada cambia. Pero no en todos los casos.
¿Qué pasa con esa relación de hija-madre si se decide no tener hijos?
Pues que la posibilidad de convertirte en madre de tu madre se dispara. Hay un mandato de género que consiste en la creencia generalizada que los cuidados son de índole femenina. Si no has tenido hijos, esa ‘función femenina’ queda desierta. La vacante, con mucha probabilidad, la va a ocupar tu madre. Obviamente esto no es así en todos los casos, ni mucho menos, pero hay cierta tendencia a que ocurra.
¿Se relaciona diferente un hijo?
Creo que sí. Es cierto que muchos hijos hombres me han dicho que se sienten muy identificados con mucho de lo contado en el libro, pero creo que en el caso de las hijas está no sólo más generalizado el conflicto, sino que también se agudiza más.
¿Estamos condenadas a no entendernos?
¡Espero que no! Y que cada vez, menos.
¿Quién bien te quiere te hará llorar?
Rotundamente no. Creo que, parafraseando a Gornick, este tipo de expresiones han normalizado precisamente estos apegos tan feroces y todo ese tipo de vínculos en los que pasarlo mal o sentirse mal forma parte de la relación. Me parece una idea de lo que es querer muy antigua y muy poco sana y que además, y en cierto modo, legitima el maltrato en una relación. Como si sufrir formara parte de, por usar esa expresión tan marketiniana, “la experiencia”.
¿Crees que es la responsabilidad de las madres de la generación X o millennials romper esta cadena relacional dañina?
Creo que es responsabilidad nuestra, de las hijas, ser personas autónomas, independientes y liberadas de ese yugo familiar cuando sea, como los casos de los que hablo, tan asfixiante. Transformar la relación en otra cosa. Más adulta.
Un deseo para las madres españolas en 10-20 años
¡Que este libro sea un documento histórico de lo que fue y ya no es!