Se conoce de él que escribió poesía. Y crónicas y teatro. Que entendía la literatura como arma para cambiar el mundo. Que pastoreó las ovejas de su padre. Que se enamoró de Josefina Manresa. Que se le murió un hijo. Que al segundo lo acunó con nanas de cebolla. Y con la nada. Porque no tenía nada ya al final, en la cárcel, salvo la palabra, que es todo. Ahora Elena Medel se ha propuesto colocar su obra pública y sus cartas cerca, de un modo preciso y evocador a la vez, en ‘El libro de la guerra’ (Seix Barral). Hablamos con ella de los mitos falsos, sus versos bala y los sentimientos que atravesaron a Hernández Gilabert, el de Orihuela (1910-1942).
¿Qué aporta nuevo este libro?
De los textos de guerra de Miguel Hernández existían ya algunas ediciones, segmentadas por género literario: la pionera de poesía y prosa de Juan Cano Ballesta y Robert Marrast, una antología poética de Leopoldo de Luis, un volumen con las crónicas que editó Público... Me parecía interesante ofrecer una panorámica de su producción escrita en esos últimos años de vida, poniendo en diálogo la pública —poemas y crónicas, pero también cuentos y fragmentos de su teatro— con las cartas, que unas veces completan y otras amplían.
¿Qué sucede al mezclar textos íntimos y públicos?
Pensemos en 'Nanas de la cebolla'. Habla de la ausencia, del amor a la esposa y al hijo, del futuro posible en el dolor presente. Yo lo valoro más —incluso— al conocer la carta a Josefina Manresa con la que le envió el poema, y en la que describía cómo se espulgaba los piojos y vestía un pijama al que le faltaba la tela de la espalda. Pese a todo, contra todo, en esa situación, escribió Miguel Hernández sus ‘Nanas’.
¿Cómo describirías a Hernández a un adolescente que no haya oído hablar de él?
Quizá con la palabra «compromiso»: apela a su actitud cívica y de su conciencia política, de su relación con el lenguaje y de su fidelidad a la literatura.
¿Cómo influyó en su momento histórico?
Miguel confiaba en la literatura como una herramienta para cambiar el mundo. Con cierto idealismo e ingenuidad: se alistó en el ejército, escribió desde el frente para dejar por escrito aquello que vivía —todas las crónicas de 1937, en especial los retratos de los brigadistas y los artículos sobre el Santuario de la Cabeza—, recitaba sus poemas a los demás soldados para insuflarles ánimo. No se limitó al papel del testigo.
“Los poetas somos el viento del pueblo”. ¿Qué quiso decir con eso?
Se trata de la dedicatoria a Vicente Aleixandre en Viento del pueblo. Continúa: ‘nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas. Hoy, este hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja de un imponente modo a ti, a mí, a varios, hacia el pueblo. El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo’.
¿Cómo era su amor por Josefina Manresa?
Transmitía un amor cómplice y tierno. En sus cartas no intuyo una relación jerárquica, compartía con ella inquietudes intelectuales o reflexiones sobre su trabajo.
¿Y por su hijo Manuel Ramón, que murió con menos de un año?
Recuerdo una carta muy hermosa que le escribió cuando el niño tenía seis meses, en la que contaba cómo miraba un retrato suyo, y lo besaba. Él aguardaba en Valencia las órdenes el gobierno de la República. Con la muerte del niño, parece evidente identificarle en cada referencia posterior a la muerte, sobre todo en muchos de los poemas de Cancionero y romancero de ausencias, algunos más implícitos y otros más “frontales”, como “A mi hijo”: ‘Diez meses en la luz, redondeando el cielo, / sol muerto, anochecido, sepultado, eclipsado. / Sin pasar por el día se marchitó tu pelo; / atardeció tu carne con el alba en un lado’.
¿Y por Manuel Miguel?
A su segundo hijo escribió las 'Nanas de la cebolla' y muchos otros poemas (‘Con dos años, dos flores / cumples ahora. / Dos alondras llenando / toda tu aurora’), y los cuentos infantiles que escribió desde la cárcel. Representaba la posibilidad del futuro, con toda su luz y toda su sombra: conforme avanzaban los días en la cárcel y conforme se agravaba la enfermedad, ¿qué futuro aguardaría a su hijo?
¿Miguel es mucho más que “Nanas de la Cebolla” o son un buen resumen de su obra?
Mucho más. También acoge la radicalidad política en el teatro y las crónicas.
¿Cómo fue su detención?
En la antología seleccioné algunas cartas que trazaban su recorrido por Andalucía, primero buscando refugio y luego intentando alcanzar Portugal, hasta la carta desde Rosal de la Frontera en la que contaba a Josefina su detención. En ella enumeraba a amigos y conocidos que le ayudarían: algunos lo hicieron, y otros le delataron ante el gobierno franquista.
Un mito sobre él que haya trascendido y no sea cierto.
Esa figura del poeta-pastor, a la que en muchas ocasiones se recurre desde un clasismo feroz, y que José Luis Ferris matiza en su biografía ‘Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta’, donde desmonta ese estereotipo: pastoreaba el rebaño, algo que permitía la supervivencia a la familia y cierto desclasamiento al padre, que manejaba el dinero. Pero estudió al menos una década en distintos colegios, tiempo extenso para un muchacho tan humilde.
Un detalle que no se sepa mucho de él, pero que creas que le define.
En lo personal, me impresionó su sentido de la amistad: la lealtad y la gratitud, el amor con el que se dirigía a Vicente Aleixandre, que mantuvo hasta el final la relación con Josefina Manresa, las preguntas sin respuesta sobre Pablo Neruda.
Tu poema favorito.
'Sonreídme', que abre la recopilación. Algo ocurre en él: mantiene el tono y el lenguaje de 'El rayo que no cesa', pero respira de otra forma. Y las cartas que envió a Josefina desde la Unión Soviética. Bellas y tristísimas: en año y medio le detendrán, y en cinco habrá muerto.
¿Es mejor poeta que Lorca?
¿Por qué escoger? Qué fortuna la de poder leer a Miguel Hernández y a Federico García Lorca, a Carmen Conde, a Vicente Aleixandre... Sin renunciar.
¿Por qué crees que se ha convertido en un símbolo que traspasa generaciones?
Con él —igual que con Machado y Lorca— mantenemos una relación muy emocional. Incluso quienes no lean poesía de manera habitual reconocen algunos de sus versos al escucharlos. Hay cierta fetichización en torno a su muerte, cierta conversión en símbolo.
¿Cómo crees que será recordado en 30 años?
Estoy segura de que su obra seguirá leyéndose con entusiasmo y admiración. Su escritura tiene mucho de latido de la época y, a la vez, traspasa el tiempo.