Rodrigo Fresán siempre quiso ser escritor, pero el protagonista de esta catedralicia autoficción, Land, siempre quiso ser lector. La diferencia es una declaración de intenciones. "Yo no soy el protagonista de mi libro" dirá cuando menciono ese 'gesto y necesidad' de lo autobiográfico. Bueno, de hecho lo menciona él, para explicar la diferencia entre "autoficción noble" y la "autoficción como mero gesto exhibicionista".
Se entiende el interés: lejos de entrar en debates algo cansinos sobre tal o cual forma de expresarse, toda la obra de Fresán puede leerse como un gran relato contado desde esa frontera difusa entre la 'realidad' y la 'invención' -comillas a ambas-, entre los hallazgos fundacionales de la infancia y las constataciones tan a menudo tragicómicas de la vida adulta. O de la madurez -ha cumplido ya 60 años-, que en su caso lo ha llevado nuevamente a la infancia, o a la infancia de Land, un personaje que es más 'alter' que 'ego', pero que, como si fuera uno de los horrocruxes de Harry Potter, encierra parte de su alma.
¿Cómo te sienta a ti acabar un libro?
Desde el punto de vista formal, para mí terminar un libro es terminar otro capítulo de un libro muy largo y fantasmagórico. No hay una sensación de haber terminado algo o haber llegado a algo.
La historia continúa.
La historia continúa, la canción es la misma. Mi momento de felicidad absoluta como escritor es cuando entrego el libro con las últimas correcciones y los últimos inserts que en realidad nunca son los últimos (en este caso ya tengo cuatro páginas más con frases que no entraron...). Disfruto mucho de ese momento de limbo entre que el libro se fue imprenta hasta que el libro sale a la calle. Pero ya está. Supongo que siento algo parecido a lo que sentían los soldados de las guerras antiguas, cuando les daban una breve licencia pero siempre pensaban que tenían que volver al frente de batalla.
'El estilo de los elementos' tiene 700 páginas y es una novela compleja, que encierra su dificultad...
Mira, a mí me sorprende un poco que se piense que leer es algo sencillo o algo que pueda no ser complicado. Para mí no hay mucha diferencia entre leer y escribir, en ese sentido. Si lo piensas desde un punto de vista neurológico, la idea de que hayan unos 30 signos que se combinan de diferentes maneras, que esas combinaciones sean palabras que se te metan por los ojos y lleguen a tu cabeza, y que esas palabras florezcan y se conviertan en imágenes o en situaciones, es un proceso bastante complejo. Mis grandes experiencias como lector siempre fueron exigentes y complejas. Quiero pensar que no estoy causándole un problema ni haciendo trabajar a la gente, si no invitando a experiencias similares como las que yo tuve.
Te lo decía porque tú, finalmente, eres un fan de la literatura popular...
Soy un fan como lector, pero como escritor no podría serlo. Si yo tuviera la capacidad de escribir un 'best seller' noble y digno, que me solucionara una cantidad de problemas en mi vida, y que vinieran unas personas de Netflix y se lo llevaran y recibiera generosos dividendos, no te digo que no lo haría, pero no creo que pueda. No creo que esté capacitado para hacerlo bien, lo cual es una paradoja porque tal vez haciéndolo mal tendría mucho éxito. Pero la idea de hacer algo mal va en en contra de mis principios, y de lo más parecido que tengo a una religión.
Hay una frase en el libro, "La infancia es un juguete para adultos"...
Y agregaría "es un juguete que los adultos rompen"...
Exacto. ¿Por qué esta fijación del escritor maduro por la infancia?
En mi caso, por lo menos, es cuando empecé a leer de una manera diferente, teniendo claro que quería ser escritor, además de lector. Y en la infancia está todo, también. La última gran experiencia original, liminar iniciática es tu primera experiencia sexual y a partir de entonces todo son como variaciones sobre melodías que te ocurrieron durante la infancia y la adolescencia, que es la vejez de la infancia. También es cierto que yo cumplí 60 años y tu pasado empieza a ser mucho más amplio que tu futuro.
Y luego están los hijos.
Luego están hijos, con los que también vuelve tu infancia a través de la suya, que no deja de ser tuya, aunque sea por oposición. Yo creo que con el tema de la paternidad hay un gran malentendido: uno cuando tiene un hijo tiene el convencimiento, un tanto soberbio, de que es como empezar a 'escribirlo', como si fuera parte de tu obra; pero enseguida te das cuenta que los hijos vienen a rescribirte y a corregirte, e incluso a poner de manifiesto defectos de fabricación tuyos que no sabías que tenías.
¿Ves a tu hijo como una versión mejorada de tí mismo?
Mi hijo no quiere ser escritor. Diseña las portadas de mis libros como favor, pero es su único gesto en ese sentido... Le interesa la política, la historia, el derecho militar... Hice las cosas bien. Yo estaría muy preocupado si tuviera un hijo que quisiera ser novelista, la verdad, diría que algo salió mal.
Bueno, en tu libro haces una retrato algo satírico de la paternidad y de los típicos padres que quieren ser 'amigos de sus hijos'.
Bueno, pero no hay en ese retrato ni rencor ni venganza. De hecho cuando lo escribía lo veía un poco como película de Wes Anderson: es un retrato un poco juguetón, con colorcitos y tracitos y objetitos. Yo soy quien soy por mis padres y estoy bastante feliz con lo que he resultado ser, evidentemente algo hicieron bien. Yo creo que los padres tienen que ser padres de sus hijos, y parte de la paternidad es, no tanto la amistad, sino el afecto y el cuidado y la protección. La amistad son los amigos.
¿Y así era como lo entendían tus padres también?
Ahora que escribía la novela me entrevisté con muchos amigos míos de esa época y nos reíamos mucho de que habían dos constantes entre nuestros padres: una era es frase de 'yo quiero ser tu mejor amigo' y la otra era la amenaza permanente del suicidio, de que se iban a suicidar, que no era una cosa para decirle a los niños, y que ya al final era como Pedro y el lobo, "bueno ya está bien, te abro la ventana si quieres".
Hace poco Hernán Casciari dijo que entendía perfectamente que los chicos de ahora no lean, que no pudieran concentrarse con la cantidad de información que tienen ahora. ¿Qué piensas de eso?
No lo sé. No me gusta opinar acerca de opiniones ajenas. Además desconfío de las opiniones que esgrimen una generalización absoluta del paisaje... Yo creo que hay lugares que son un poco como la aldea de los galos de Asterix: el imperio no va a pasar por ahí. Siempre habrá lectores, siempre habrá historias, siempre habrá gente necesitada de que le cuenten historias o de contar historias. Llevamos muchos miles de años en eso ¿no? Y hubo cataclismos y modas y finales del mundo y mini apocalipsis y la gente sigue necesitando leer y sigue necesitando escribir. Además si piensas en toda la actividad en la red, nunca se leyó y se escribió tanto como ahora. No se ha perdido el don, ni se están quemando libros como en Farenheit 451
¿Pero no crees que la literatura para las nuevas generaciones ya no es tan importante como lo fue para nosotros?
No tengo cifras. Pero me parece que cada vez se venden más libros y cada vez hay más gente ¿no? Yo me encuentro con lectores míos que son jóvenes, entonces la verdad... Siempre hubo gente que no leyó. Pero que exista la 'gente que no lee' tiene que haber 'gente que lee', para poder contrarrestar a la otra especie...
¿Qué leías tú de chico?
Los libros que yo leí de chico eran básicamente los mismos que leyó mi abuelo de chico y ahora eso se rompió un poco eso. Ahora está la cosa del 'young adult' y hay libros expresamente hechos para determinadas edades....
¿Entonces qué le recomendarías tú a un chico?
'El guardián entre el centeno' de Salinger o 'El barón rampante' de Italo Calvino o 'Martin Eden' de Jack London o 'David Copperfield' de Dickens, que también son libros que te clarifican mucho la idea de la autoficción noble y no la autoficción como un simple gesto exhibicionista y auto publicitario, eso de querer ser tu propio personaje...
Pero tú también lo eres ¿no? Solo que de una manera más sofisticada...
Bueno, de la misma manera que David Copperfield lo fue para Dickens o, más recientemente, lo que hace Brett Easton Ellis con 'Los destrozos'. Es autoficción pero es todo inventado. Yo no soy el protagonista de mi libro. De hecho yo abro un poco el paraguas en ese sentido y hay un personaje que es el protagonista de estas tres partes de mí que son 'La parte inventada', 'La parte soñada' y 'La parte recordada' que es como una versión mía completamente estúpida, el personaje más imbécil del libro es el que se supone que soy yo.
En 'El estilo de los elementos' hay una especie de virus del olvido llamado N.O.M.E... ¿Todo esto surgió de la pandemia?
No, en absoluto, es de antes. La raíz del libro fue la segunda parte, este momento que mucha gente me ha dicho que es inverosímil pero que es verídico, que es cuando me pasé dos años fingiendo que iba al colegio sin que mis padres se dieran cuenta... Escribí eso, pero luego me di cuenta que faltaba el antes. Antes de la pandemia yo tenía esta idea de amnesia focalizada, de que la gente que se olvidaba de lo propio, pero se acordaba de lo de los demás, me gustaba eso como concepto y lo metí también allí. De hecho, antes de 'Melvill' yo estaba escribiendo una novela post apocalíptica, pero cuando empezó lo del Covid la dejé allí porque me dio mucha pereza. Mi reacción ante la pandemia fue irme al cine XIX.
¿No te parece paradójico que tengamos mucha más capacidad de almacenar recuerdos (fotos, videos, rastros, compras), y a la vez estemos más vulnerables que nunca a perderlo todo?
Yo a veces le cuento a mi hijo que hubo una época de mi vida en que yo me sabía cuarenta teléfonos de memoria y no puede creerlo. Me sabía cumpleaños, me sabía direcciones... Y ahora sí, parece que hemos extirpado la idea de la memoria y la hemos puesto fuera, en una memoria externa, pero de algún modo la gente que lee mucho y los que escriben, todavía conservamos un poco de eso... La gente que no lee ni escribe supongo que está todo el tiempo viendo el teléfono.
Escribir como una forma de recordar es, de hecho, casi el centro de tu libro...
Uno siempre está recordando cuando escribe, la frase que se te acaba de ocurrir ya es parte del pasado en el mismo momento en que la estás tecleando, estás teniendo el recuerdo de algo, y muchas veces en el momento de teclearla ya cambia, ya no fue lo que pensaste originalmente.
Es como hablar del huevo o la gallina, ¿qué es primero entonces, la vida o la memoria?
¿O el lector o el escritor? No lo sé, y me parece bien no saberlo y me parece bien que no se sepa nunca. Convivimos con ideas completamente abstractas como la existencia de dios o los agujeros negros o el amor, me parece bien que no se esclarezca tampoco eso. Ya lo dice Proust: todo se limita a los trastornos de la memoria y las intermitencias del corazón.
Otra frase del libro: "La vejez es esa cosa extraña que le sucede a un niño". ¿Cómo te llevas con esa palabra, vejez?
Yo siempre fui viejo. Nací clínicamente muerto [no es una metáfora, Rodrigo Fresán nació clínicamente muerto y tuvo que ser reanimado], siempre tuve esa actitud. O sea, yo cuando cumplí cuarenta años pensé "por fin alcance la edad que tuve siempre". Y después de los 40 es ya más o menos todo lo mismo. Pero no, no tengo un conflicto con la vejez. Por ejemplo la generación de mis padres no estaba muy preparada para envejecer. Fue una generación que rompió por completo con la anterior, les cayó encima la losa de que venían a cambiar el mundo por completo, y los 60`s y los Beatles y bla bla bla... Había una cosa 'peterpánica' allí, por un lado, y por otro lado no cambiaron nada, algo que debe haber sido muy duro. Mi generación en cambio, no tuvo nunca esa expectativa ni ese mandato.
Yo, y creo que muchos lectores, cuando pienso en Fresán siempre pienso en el escritor pop, 'moderno', de los 90. ¿Echas de menos a ese 'escritor joven' que fuiste?
Mira, yo me he dado cuenta de una cosa curiosa: en tanto escritor uno queda fijado en la edad que tenía cuando publicó su primer libro. En ese sentido yo sigo teniendo 27 años. Tengo la misma actitud. Si lo hubiera publicado a los 55, tendría 55. En mi primer libro está bastante todo. Me sigo reconociendo en ese escritor y en esa persona y de hecho, en la tercera parte de este libro, Land se convierte en una especie de 'ghost writer', que es un personaje que estaba ya en un cuento de 'Historia argentina'.
Y si te cruzas por la calle al Fresán ese, que salía en 'Martin H', ¿qué le dices?
¿Tranquilo todo va a estar bien? No, en realidad, lo más interesante es qué me diría él a mí.
¿Apártate, viejo?
Puede ser, pero no creo. No pensaría que yo soy más viejo que él o que él es más joven que yo.
¿El pop también envejece?
Bueno, la última canción de los Beatles fue número uno mundial.
Y con la Inteligencia artificial los puedes hacer cantarte el cumpleaños feliz, si quieres...
Ya, pero eso yo no lo veo, ni me lo descargo. Lo que si me hace gracia es esto se llama 'first reactions' de jóvenes escuchando por primera vez cosas. La otra vez vi uno de un chico que escucha por primera vez 'The Wall' y dice "no puedo creerlo... ¡en el año 79!". Y habla del 79 como si fuera la edad de bronce. Me parece conmovedor.