Las mujeres que rondan los sesenta rompieron con las reglas que la sociedad había diseñado para ellas. Contrario a lo que vivieron la mayoría de las generaciones anteriores, estudiaron en masa, trabajan, son independientes, han tenido la posibilidad de divorciarse y un largo etcétera. Es decir, consiguieron que el verbo “elegir” recobrara sentido en su vocabulario. Además, tuvieron que enfrentarse a sus propias contradicciones emocionales: “Yo he querido muchísimo a mi madre, pero toda mi vida ha sido una lucha para no ser como ella”, explica a Uppers la periodista Mariona Cubells.
De todo esto y más se dio cuenta Cubells (1967) y, como homenaje a las mujeres de su generación y a ella misma, decidió dejarlo por escrito en ‘Mejor que nunca. Felices, imbatibles y pioneras' (Espasa). Un libro en el que cuenta cómo entre todas fueron inaugurando de forma intuitiva caminos que no estaban explorados hasta ese momento. “Las mujeres de 60 años hemos llegado a la menopausia y seguimos sintiéndonos plenas”.
También cómo han roto con muchas dinámicas y tabús en materia de sexo o la supuesta invisibilidad a partir de los 50 años. Respecto a esto último, la propia Cubells cuenta a Uppers que tiene una lucha personal: “Esa palabra es profundamente masculina y lo único que perpetua es el modelo en el que nosotras éramos el objeto y los hombres el sujeto. Ellos nos decían si éramos invisibles o no. Y lo siento señoro, pero yo quiero ser visible para mis amigos, mis lectores, los oyentes, la gente que me importa, mi familia… Para esas personas nunca he dejado de ser visible, porque eso es una actitud”.
¿En qué sois pioneras las mujeres que rondáis los 60?
Hemos sido pioneras en romper un montón de mandatos y en inaugurar caminos que no estaban explorados hasta ese momento. Somos las primeras en tantas cosas fundamentales de la vida doméstica, política y social que nos hemos convertido en una generación importante para la historia. Además, no tengo la sensación de que se nos hubiera narrado como colectivo.
Creo que somos una generación bisagra: no somos las que vienen del franquismo ni la actual, pero sí que inauguramos un tiempo nuevo, aun con ciertos avances, y disfrutamos de esos logros que ninguna otra mujer había podido. Me refiero a abortar, elegir la vida que querías llevar a cabo, divorciarte, estudiar masivamente y un largo etcétera. También no seguir las mismas vidas que nuestras madres, que no habían sido plenas porque habían estado dedicadas a los otros.
¿Cómo viviste tú esta ruptura con las generaciones anteriores?
Yo siempre digo que tengo la sensación de haber vivido con un feminismo muy intuitivo. Iba tirando sin ser consciente de todo lo que estábamos inaugurando. Algo que creo que es un denominador común en muchas de las mujeres con las que he hablado. Lo curioso es que a la vez nos dábamos cuenta de ello. Sobre todo como colectivo, que es lo que nos diferencia de las otras generaciones. Las que han venido después se lo han encontrado más o menos hecho y me encanta que ellas puedan haberlo disfrutado. Yo no tengo la sensación de haberme peleado gran cosa, simplemente lo disfruté y lo llevé a cabo. No era consciente de que se hacía por primera vez, pero lo hacía.
La palabra 'elegir' ha vuelto a vuestro vocabulario. Y con ella, la idea de dejar de ser un objeto y empezar a ser sujeto.
Esto es algo que nos diferencia mucho de las generaciones anteriores. Elegir quién queríamos ser, qué lugar queríamos ocupar en la familia, en el trabajo, la pareja y en la sociedad nos convirtió en sujetos autónomos. Nosotras empezamos a anular poco a poco esa mirada masculina. El otro día me acordaba de cuántos años nos hemos comido la lista de las mujeres más deseadas. Eso sí, deseadas por el género masculino. Algo que me da mucha grima pensar a día de hoy. No fue hace tanto y durante años esto ha sido algo que nos ha perseguido. Lo ves ahora y dices: ¿Qué era eso? O la contraportada del periódico AS. Ahora, afortunadamente, ese tipo de cosas, aunque sucedan, se convierten en el hazmerreír.
A esto también han ayudado las nuevas generaciones. ¿Sientes que estáis unidas en esta lucha?
A mí me hace súper feliz ver cómo las nuevas generaciones han cogido nuestra antorcha y no van a dejar que se apague. Hace 10 años, el caso Rubiales nos lo hubiéramos comido. Nadie hubiera puesto el foco en esa historia. Pero eso ya no pasa porque todas somos parte de esto: todas formamos parte del colectivo. No solo las de mi generación. Tengo un entendimiento absoluto con mujeres mucho más jóvenes que yo con las que comparto valores universales como nunca se había dado.
Nuestra edad no es biológica, es una actitud vital. Todas emitimos en la misma frecuencia. Cuando tenía 30 años hablaba con una de 60 y me parecía una mujer en la ancianidad. Sin embargo, ahora hablo el mismo idioma que las jóvenes: nos gustan las mismas pelis, intereses, vestimos igual, nos importa el cotilleo, tenemos los mismos afanes… Algo que creo que es muy revolucionario y me da mucha alegría.
En este sentido, ya no eres una mujer invisible (bajo la mirada masculina).
Tengo una lucha personal contra esa idea de que las mujeres a partir de cierta edad se vuelven invisibles. Cuando la escuchemos, tenemos que responder: ¿De qué me estás hablando? Porque esa idea, que es profundamente masculina, lo único que perpetua es el modelo en el que nosotras éramos el objeto y los hombres el sujeto. Ellos nos decían si éramos invisibles o no.
Y lo siento señoro, pero yo quiero ser visible para mis amigos, mis lectores, los oyentes, la gente que me importa, mi familia… Y para esas personas nunca he dejado de ser visible, porque eso es una actitud. Tenemos que mostrar desprecio hacia las personas que siguen diciendo esa frase como si tuviera sentido. Es solamente una invisibilidad sexual. La mirada de esos señoros no me importa, es más, es una liberación. Pero es que a las tías de 30 tampoco les gusta. No son felices con esa mirada babosa. Es algo que nos han hecho creer.
Igual que pasa con esto, rompes otro tipo de tabús. Como el de la menopausia, que dices en el libro que no es una enfermedad, sino una etapa más.
Contra esto estamos peleando desde muchos frentes. Nosotras nos hemos criado con la idea de que la menopausia era sinónimo de decrepitud, decadencia, malhumor y un largo etcétera. Pero no, hemos llegado a ese momento y seguimos sintiéndonos plenas. Para ello ha tenido que haber mujeres especialistas y muchos libros que expliquen que es una etapa vital como otra cualquiera. Puede que tenga efectos secundarios y a cada mujer le afecte de una manera, pero no es más que otro momento de la vida. Es una teoría muy revolucionaria, pero no puede ser un estigma.
¿Habéis creado vuestra vida a la contra de la de vuestras madres?
Yo he querido muchísimo a mi madre, pero toda mi vida ha sido una lucha para no ser como ella. Algo que le ha pasado a buena parte de mis colegas también. No queremos esa vida. Cosa que ellos no decían, porque la de sus padres era más fácil. No estaban sometidos al mandato de nadie en lo doméstico ni en lo social. Ni siquiera en la fidelidad. Tengo la sensación de que todo lo que mi madre hacía en lo personal y lo doméstico yo no lo iba a reproducir. Algo que es tremendamente complicado de interiorizar.
Tiene que ser duro pensar en la vida de una madre en estos parámetros.
Totalmente. Por eso yo en el libro hablo mucho de mi madre. Quería brindar un homenaje también a sus vidas, porque lo tuvieron todo en contra para hacer la vida como la hemos hecho nosotras. Estoy muy feliz de que una generación como la mía haya conseguido quebrar todo eso y rendirles tributo. Porque una buena parte de ellas quería una vida autónoma para nosotras, un sentimiento que luchaba contra esa vida que habían llevado. En el fondo sabían que no teníamos que hacer sus vidas, aunque les fuera difícil verlo. Yo tenía esa sensación con mi madre: vi la felicidad en su cara cuando estudié, cuando conseguí ser autónoma… gozó de todo ello, aunque fuera algo contradictorio en su cabeza. Si ellas nos miran, se sienten orgullosas.