Javier Gallego Crudo' (Madrid, 1975) es conocido sobre todo por su programa de radio 'Carne Cruda', hoy reconvertido en podcast financiado por sus oyentes, pero también es periodista, músico, autor de novela gráfica, poeta y, ahora, novelista. Su debut en la narrativa es 'La caída del imperio' (Random House), un fresco generacional sobre un grupo de jóvenes ya no tan jóvenes entregados a sus sueños, frustraciones, soledades, amores, drogas y resacas. Y el telón de fondo del 15-M en mayo 2011, porque aquel movimiento de protesta ciudadana "fue la catarsis de la crisis de mi generación", dice el comunicador. Y su novela tiene mucho de catarsis, "de la euforia del fin de fiesta, del último estertor de la juventud, de la pérdida de la inocencia en un contexto histórico de crisis del sistema".
¿Por qué un título como 'La caída del imperio'? Porque remite "a las bacanales, excesos y derrumbamiento del imperio romano". Una metáfora muy adecuada para retratar al grupo de jóvenes atravesando un mundo en ruinas que protagoniza la obra, treintañeros que han llegado a la edad adulta sin empleo, casa ni hijos, que arrastran un sensación de fracaso generacional y la certeza, por primera vez, de que la vida no es finita.
¿Qué te llevó a situar la novela en el tiempo del 15-M?
Fue el episodio histórico del que fuimos protagonistas, la rebelión en la que tomamos parte, como otras generaciones tuvieron el Mayo del 68, el hipismo o el movimiento beatnik. La novela se sitúa justo antes del estallido porque esta no es una novela sobre el 15M sino sobre el desencanto y la rebeldía juvenil en cualquier tiempo y lugar. Quería hablar del conflicto vital de esos personajes en un contexto de conflictividad social. Lo que me interesa a mí es lo común a cualquier generación en crisis: el descaro, el desencanto, el desenfreno, la desobediencia. Me pareció una coyuntura ideal para situar la acción de una novela que es novela de aprendizaje, novela generacional, novela coral y novela histórica, política y social.
¿Cuánto hay de ti en el libro?
Escribe de lo que conoces, dicen siempre, pero en realidad, escribes para conocer. Yo escribo para saber más. De lo que conozco y de lo que no conozco. Por curiosidad. Por eso me hice también periodista. Por eso escribo y hago música. Por eso he escrito esta novela en la que hay mucho de mí pero hay mucho más de los demás, de lo que observo, de lo que me rodea. De mí está la estética experimental, la música como hilo conductor, el periodismo en el retrato de una época y hasta la radio porque creo que la novela se puede “escuchar”. De mí están los ambientes que retrato, que son los míos. Pero ni la trama ni los personajes son reales. No es una novela autobiográfica ni es autoficción. No quería contar mi historia sino crear una. No quería hablar del yo sino del nosotros. No de mí sino de la tribu.
¿Tuvo algo que ver la generación del 15-M con la de los hijos de la Transición en los 80, o con el indie de la generación X en los 90?
Los jóvenes de los 80 y 90 vivimos el 15M en la treintena, en nuestra segunda juventud. Es una Segunda Transición protagonizada por la Generación X y los millenials como respuesta a la Transición protagonizada por sus mayores. Es el momento de matar al padre, enfrentarse a su visión del mundo porque su mundo nos había fallado. Nos habían asegurado que tendríamos todas las oportunidades y nos acabaron diciendo que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. Pasamos de ser la generación más preparada con el futuro más prometedor, a ser la primera generación que vivía económicamente peor que sus padres. Una precariedad y desigualdad que ha sido heredada por las generaciones posteriores porque la crisis se ha convertido en permanente.
¿Cada nueva generación es por definición una generación desencantada?
La juventud persigue el absoluto y la realidad nunca es suficiente. El desencanto proviene de querer el infinito y chocar con los límites. De querer cambiar el mundo y ver cómo el mundo te cambia. De hacerte mayor y perder las ilusiones. Pero no es necesariamente malo, puede ser un motor. Los personajes de la novela tienen un manifiesto, el Manual para escapar de la policía, en el que dicen: “no intentes enseñarles, desengáñales”. Los desengaños enseñan. Me preocupan los jóvenes que han nacido y crecido sin grandes esperanzas, por lo que ni siquiera se pueden desengañar. Corren el riesgo de refugiarse en el cinismo, en el nihilismo o en una rebeldía reaccionaria. Hoy ser rebelde es ser de derechas, pero es ridículo llamar rebeldía a la defensa del sistema y de los valores de tus abuelos y abuelas.
¿Cómo ha cambiado en estos años esa generación del 15-M? ¿Qué ha quedado de aquello?
Mucho menos de lo que queríamos porque era una enmienda a la totalidad pero ha quedado una toma de conciencia política, un despertar que sigue vivo en mucha gente, han quedado nuevos medios de comunicación, movimientos sociales y luchas que se han revitalizado. Ha quedado el feminismo, el antirracismo, el antifascismo. Ha quedado el legado de los llamados ayuntamientos y gobiernos del cambio. Y queda el parlamento más plural de la democracia y dos gobiernos de coalición que han sacado adelante libertades y derechos… No es poco, aunque es mucho lo que queda por hacer.
“Vamos lentos porque vamos lejos”, se decía entonces. Si quieres que los cambios sean más radicales, más rápidos, no hay otra forma que una revolución violenta y aquella no lo era. Percibo desilusión en muchos de los que la vivieron porque aquel periodo se está cerrando. Aunque algunos se hayan conformado y acomodado, otros seguimos siendo inconformistas y queremos seguir incomodando. Pero no se puede tomar la Bastilla todos los días, como dice Eric Vuillard en su libro sobre la Revolución Francesa, hay que dejar un tiempo para vivir, trabajar, amarse, tener hijos. La vida y la historia tienen ciclos.
En la novela, ¿la droga es una forma de evasión de la realidad o una manera de confrontarla?
Ambas. La noche, el baile, el alcohol y otras drogas son formas de huir pero también de no dejarte atrapar. La fiesta también puede ser insumisa. Puede ser un espacio de libertad y de ruptura en el que las convenciones y las reglas se subvierten o se relajan, las personas se desinhiben, desconectan de una realidad alienante y hostil para conectar consigo mismas y con los otros. La química es una forma de soportar la física, dice uno de los personajes. Los paraísos artificiales son vías para escapar del control siempre que ellas no te controlen a ti. Ese riesgo existe. El alcohol y las drogas pero también el baile, la fiesta, te permiten salir de la normalidad y de las normas, te permiten ser quien no te atreves a ser, dejarte llevar.
Es lo mismo que les propongo a los lectores, que se dejen llevar por una novela que no está escrita de una manera convencional. Hay una experimentación formal con la que intento que experimenten los distintos estados de conciencia de los personajes. Una ruptura de las normas de estilo que refleja la ruptura de las normas que se da en la fiesta. La noche es lúdica, la novela también. Es un juego que requiere cierto esfuerzo en la lectura. Pero espero que quienes acepten el reto, salgan recompensados con una experiencia más intensa, más completa.
¿La noche madrileña ha cambiado mucho en las últimas décadas?
La novela sucede en Madrid como podría suceder en cualquier otra ciudad en la que haya noches salvajes, noches de fiesta. La noche madrileña que yo describo en el libro, esa noche underground de garitos de rock y música de baile, no ha cambiado sustancialmente, aunque está rodeada y asediada por el turismo y la gentrificación, como en casi toda gran ciudad del mundo. El otro día leí que Lavapiés ha perdido 10.000 vecinos en los últimos cinco años. Están echando a la gente y al comercio local para llenar el barrio de pisos turísticos, hoteles y franquicias. Han conseguido debilitar el tejido asociativo que cada vez tiene menos fuerza para oponerse a esta plaga. En Malasaña es igual. Los turistas suben los precios no solo de los alquileres, también de la vida. Todo esto puede afectar a la vida nocturna. Yo tengo confianza en el carácter indomable de la noche madrileña pero el riesgo de que se domestique existe.
Ahora que estás rozando los 50 ¿te ves muy distinto a tu yo de los 20 años?
No sé cómo ha ocurrido. No me lo explico. Ayer tenía 20, hoy casi 50. Es una obviedad, pero el tiempo es lo que marca la diferencia. Antes el tiempo era liviano, invisible, no sentías que el tiempo pasara. Ahora lo ves, ves sus huellas, pesa. Solo eres consciente de la juventud cuando la juventud se acaba, dice uno de los personajes. La inconsciencia es lo que hace que te creas inmortal cuando eres joven. Dejas de serlo cuando te das cuenta de que no lo eres. Pero el paso del tiempo también me ha regalado confianza, seguridad, perspectiva. Ahora tengo menos confusión, ansiedad y miedo. Creo que me comprendo mejor y comprendo mejor las cosas. La vida enseña. Aprendes. Soy más empático y menos impaciente. Aunque sigo pensando lo mismo que pensaba con 20 años, que el mundo no es como debería, que hay motivos para la protesta y para la propuesta. También, por supuesto, para la fiesta.
Desde lo que sabes ahora, ¿le darías algún consejo al joven Javier?
Le diría que no tenga prisa ni se angustie, que aproveche el momento, que lo viva intensamente, que cuide de sus amigos y deje que le cuiden, que escuche a su cuerpo y a su gente y “que crea que no va a morir nunca, pero viva como si fuera a morir mañana”, como dice uno de los personajes.
¿Es posible escapar del síndrome de Peter Pan en la precariedad social actual?
Ese es uno de los dilemas que plantea la novela. Los personajes no pueden crecer, por eso algunos deciden que no quieren crecer. Ya que no pueden tener una vida de adultos, exprimen su juventud hasta las últimas consecuencias. Aunque uno de los personajes le echa en cara al resto que no tenga la osadía de la juventud, que no sean jóvenes sino adolescentes, que sean Peter Pan y no Peter Punks.
¿Por qué hoy estamos tan descreídos con la política?
La gente deja de creer en la política cuando la política no se ocupa de la gente. Cuando no da respuestas reales a problemas materiales. Entonces sucede lo que estamos viendo: la antipolítica. Son esos gurús que dicen que los políticos son todos iguales y la política no vale para nada, mientras te piden que les votes o les sigas. El mismo sistema que produce las desigualdades produce a estos engendros que dicen tener la solución mágica. Es el capitalismo que te crea el problema y te vende la solución milagrosa. Son vendedores de crecepelo, pero mucho más peligrosos porque son un riesgo para la democracia.
¿Cuándo crees será el próximo 15-M?
Al hilo de lo que te decía, tengo miedo de que más que un movimiento a favor de más democracia haya un movimiento antidemocrático. Hay encuestas muy preocupantes en las que muchos jóvenes afirman que no verían con malos ojos una dictadura o un régimen más autoritario. Es lo que ha pasado con Milei en Argentina, por poner un último ejemplo. Es un mecanismo básico: te generan miedo para venderte seguridad. Ante la incertidumbre extrema mucha gente pide mano dura, orden y mando, dios y patria. Ante la crisis del sistema, el sistema crea enemigos externos para evitar que la gente se revuelva contra él. Ante la crisis de valores, volvamos a las tradiciones, aunque algunas de esas tradiciones sean aberrantes. De ahí el racismo, la xenofobia, la reacción machista y homófoba. El infierno son los otros, no el capitalismo. Pasó hace exactamente un siglo y ahora estamos en la misma encrucijada: democracia o barbarie.
¿Y tu próxima novela? ¿Tienes ya algo en mente?
Tengo dos ideas en mente que estoy empezando a desarrollar para ver cuál de las dos toma forma, pero al mismo tiempo, estoy inmerso en un nuevo poemario, el tercero, que quiero que salga el año que viene, en el que también se publicará mi segunda novela gráfica junto a mi hermano Juan en Reservoir Books. Se titulará La Plaga y es una mezcla de cuento de terror e historia existencialista sobre el miedo: el miedo al futuro, al fracaso, al amor, al sufrimiento, a la vida…