Ford sigue siendo un tipo atractivo a sus 80 años. Alto, ojos claros, gestos de actor del viejo Hollywood. Es uno de los últimos iconos de aquel realismo sucio de los setenta que embriagó hasta el tuétano a todo aspirante a escritor. Atrás quedó su buen amigo Carver, Fante, Bukowski o Wolff (el otro que sigue vivo). Atrás quedó aquel empeño por crear la ‘Gran novela americana’ en la que no hubiese ni un adjetivo. Ahora algunas cosas han cambiado. O no tanto: antes de empezar la entrevista con varios periodistas, habrá sujetado la puerta gentilmente a dos mujeres. “Por favor”, habrá dicho en español mientras esperaba.
El mundo es otro, y también lo son sus prioridades vitales a los 80. Al menos si atendemos a la primera frase de su última novela, titulada ‘Se mía’ y publicitada por su editorial Anagrama como “la última entrega de la gran saga de Frank Bascombe”, su alter ego a lo largo de cinco décadas y cinco libros. Dice así: "Últimamente, me ha dado por pensar en la felicidad más que antes".
Todo este cambio comenzó a gestarse en realidad en 1986 cuando, tras un despido fulminante en el periódico en el que trabajaba y varios libros fallidos protagonizados por hombres tristes y atormentados, como todo el mundo decía que debía ser un buen personaje masculino, su esposa Kristina le sugirió que escribiese sobre un hombre feliz. A contracorriente. Un hombre feliz.
Y lo hizo. Escribió 'El periodista deportivo' y todo encajó. Luego vino ‘El día de la independencia’, la segunda aventura de Bascombe, que le convirtió en el único escritor en ganar el Pulitzer y el Faulkner en el mismo año. Y más tarde ‘Acción de gracias’ y ‘Francamente, Frank’ y muchos libros más, como ‘Canadá’, inspirado en sus jornadas de caza con Carver, hasta convertirse en la leyenda de las letras que es hoy. Visto con cierta perspectiva, no es de extrañar que lleve 55 años amando a esa mujer, urbanista de profesión, apellidada Hensley de soltera.
Se conocieron en la universidad de Michigan, donde él iba a estudiar derecho a pesar de su dislexia. “Leo mal y lento”, ha explicado varias veces, “todo me cuesta más que al resto”. Él tenía 19, ella, 17, y desde entonces no se han separado. Nunca han tenido hijos, ambos estuvieron de acuerdo: “No creo que hubiese sido un buen padre. Soy egoísta y quería tener éxito o fracasar como escritor por mis propios méritos. No echarle la culpa”, ha dicho a menudo.
También estuvieron de acuerdo en casarse. Fue después de que alguien robase todos los libros de derecho que Richard tenía en su coche antes de los exámenes finales. Se lo tomó como una segunda oportunidad que le daba el destino para hacer lo que realmente deseaba. Así que se arrodilló ante Kristina, como mandaba el canon, y comenzaron las mudanzas por todo el país para conseguir su gran sueño: básicamente ser lo que hoy es.
¿Empezar el libro con una reflexión sobre la felicidad es decir a la gente qué hacer para serlo?
Sí (risas).
¿Qué sería entonces la felicidad?
Algo que tu inventas. No puedes esperar sin más a que llegue a ti, sino que tienes que crear un marco mental concreto que vaya hacia ella. Si solo la estás esperando, igual no te das cuenta de que estás siendo feliz. Mi mujer, que me conoce mejor que nadie, como yo la conozco a ella, dice que soy un tipo difícil de complacer. ¡Y no! ¡Soy un tipo bastante fácil en este sentido!
¿Podrías decir tres momentos de tu vida en los que fuiste feliz?
Muchos. El día más feliz de mi vida fue el de mi boda, llevo 55 años con la misma mujer. También cuando gané el Pulitzer me recuerdo felicísimo. Y… (hace una pausa) Hay tantos que no sé cuál escoger, me cuesta porque trabajo de manera consciente el concepto de felicidad. El tercero puede ser una vez que mi madre estaba aún viva y le regalé uno de mis libros. También cuando me alisté a los 20 en los Marines. ¡Ah! Y el día en que mi esposa me leyó un texto que Bruce Springsteen había escrito sobre mí. Dijo que le había encantado leerme y ahí pensé: ‘wow, ya puedo morirme’ (risas).
¿Qué has aprendido de Kristina sobre la felicidad?
Es una pregunta muy personal. Mi mujer es la persona más feliz que conozco y también vive en el mundo real. A veces le digo: ‘no me abrumes con tu optimismo’. Y ella responde: ‘bueno, vale’. Pero lo que he aprendido es que es más lista que yo, que debería ser más como ella. Soy una persona escéptica por naturaleza. A veces es útil, pero no siempre: lo soy demasiado a menudo. Es decir, no me creo nada de lo que nadie me dice nunca. Y eso está bien, pero no es fantástico. Me voy hacia lo negativo demasiadas veces. He tenido la suerte de vivir con ella 60 años. No diré más.
Este pilar esencial de su vida llegó sin embargo tras una adolescencia complicada, sobre todo después de que su padre muriese de un infarto delante de sus ojos, siendo aún un muchacho de 16 años. Su madre tuvo que ponerse a trabajar y él comenzó a meterse en líos. Muchos. “¿Que qué le diría a aquel chaval que robaba coches desde lo que sé ahora? ‘Bien por ti’ (risas). Robé muchos coches, es verdad. Lo pasé bien. No lo aconsejaría, pero son cosas que pasan. Fui un chico malo”.
De modo que su madre lo mandó de Jackson, Mississippi, a casa de su abuela, cuyo segundo marido regentaba un pequeño hotel en Little Rock, Arkansas. Las miserias y los secretos de todo el sur americano se desplegaron ante la imaginación de aquel chico desafiante. Inmejorable caldo de cultivo.
¿Es posible estar preparado para la muerte?
Cuando uno es joven cree que nunca morirá. Mi padre murió en mis brazos cuando tenía 16 años, así que tengo una visión matizada de lo que supone estar preparado. Nunca me he sentido triste con respecto a la muerte, ni a los 16 ni a los 80. Lo que se puede hacer para prepararte es abandonar cualquier modo convencional de pensar sobre los miedos. La gran literatura siempre tiene una relación ambivalente entre la luz y la oscuridad, al fin y al cabo así es la vida. Eso busco en realidad. Cuando murió mi padre, no lloré, estaba triste, pero no lloré. Me llevó mucho tiempo entender que no lloré porque su partida me hacía libre, me había liberado. Tienes que vivir de acuerdo con su propia experiencia, no de acuerdo con lo que se supone que tienes que sentir.
¿Por qué nadie se cree que no habrá otra novela de Frank?
Podría haberla, pero es que no quiero. Te contaré un pequeño y oscuro secreto: cuando tenía 40 años menos, pensaba que la gente mayor era aburrida, que no importaba lo que dijesen porque iban a palmarla, y ahora que soy mayor sigo pensando lo mismo (risas). Lo siento por mis lectores, pero hacerse viejo tiene estas cosas: puedes hacer y decir lo que te dé la gana.