David Jiménez retrata a los jóvenes de la época dorada del ladrillo: "La generación del 2000 aún vive la resaca de la España eufórica"

Le preguntamos a David Jiménez si había querido escribir la 'Historias del Kronen' del s. XXI, pero nos confiesa que no se ha leído el libro. "Tampoco conseguí terminar la película, que me pareció muy floja", dice. Normal. Mientras otros leíamos a Mañas, Jiménez -que llegó a ser director de El Mundo durante el, digamos, accidentado periodo 2015-2016-, estaba cubriendo alguna guerra fuera de Europa.

De esos periplos ha dejado varios testimonios en libros como 'El botones de Kabul' (2010) o 'Los diarios del opio' (2023). Hoy, sin embargo, vuelve su mirada a España y entrega un thriller que escenifica lo que en otra épocas llamaríamos la 'lucha de clases', término que hoy identificamos, como diría César Rendueles, como "un nombre un poco casposo para esa sensación de malestar, de vida dañada que nos atraviesa y que tiene que ver no tanto con lo mal que vivimos como con lo bien que podríamos vivir”. En resumen, el retrato de una España que se fue de fiesta y decidió coger el coche. El accidente, con muertos y heridos, estaba garantizado.

No habrás leído el Kronen, pero es tu generación, la de los 90. ¿Qué diferencia a aquellos jóvenes de estos, del 2000, que retratas en 'Días salvajes' (Planeta)?

Creo que ambas generaciones vivieron la misma y larga fiesta en la España eufórica -dice-. La diferencia es que la generaciones del 2000 vivió el final y todavía hoy siente la resaca. Mi generación no pagó sus excesos. Pasó página, encontró trabajo en una época de prosperidad y salió más o menos adelante. La siguiente se tragó la Gran crisis. Muchos nunca cogieron el tren que en teoría debía llevarles al siguiente destino.

Has recorrido medio mundo y vivido buena parte de tu vida en guerra, y aquí estás escribiendo una historia de ‘los de arriba contra los de abajo’. ¿Dirías que ese es el gran relato de la modernidad?

El poder y la desigualdad son universales. A más acumulación de poder y dinero, mayor desigualdad. Todos aceptamos que hay personas a las que les va a ir mejor que a otras. Lo difícil de aceptar es que en esa carrera, unos pocos salgan con ventaja, hagan trampas y tengas asegurado que atravesarán la meta primeros. En los países donde eso ocurre, crecen el resentimiento y las ganas de revancha. En España el ascensor social se ha averiado.

¿Existió realmente la España del bienestar o fue un espejismo?

España se encuentra en el club de los privilegiados. Lo que nos parece normal, una educación, una sanidad o unas pensiones públicas, es impensable en muchos lugares del mundo donde reporté como corresponsal. Pero ese sistema se ha deteriorado y, con una población cada vez más envejecida, es posible que lo haga más. Cuando viví en Boston, hace ya algunos años, más de 8.000 sin techo vivían en la calle, a pesar de ser una de las ciudades más prósperas de Estados Unidos. Siempre se habla del sueño americano, pero en realidad donde ese sueño ha sido más posible es en Europa, donde no tienes que presentar la tarjeta de crédito para que te traten un cáncer y el hijo del obrero puede ir a la universidad sin endeudarse una década. Creo que es un sistema más justo, mejorable pero más justo, y que debemos preservarlo. 

Bosco Zabala, uno de tus protagonistas, es el ‘heredero de una dinastía de banqueros’. Esas dinastías que existen en España y que atropellan metafórica y realmente al otro con bastante impunidad ¿dejarán de existir en algún momento?

España tiene una oligarquía a prueba de derribo. Sale de las crisis con más dinero, influencia y poder. Un centenar de familias mueven los hilos de este país, muchas veces desde la sombra. Los políticos van y vienen, el dinero permanece, se reproduce y se hereda.

Cuando el sistema abandona falla al inocente ¿qué papel debe jugar el periodismo? Te lo pregunto por el tópico ese de 'informar de los dos lados', de decir que alguien dice que llueve y otro dice que no llueve…

Si Hitler está gaseando a millones de judíos, el periodismo no puede titular “enfrentamiento entre nazis y judíos”. Estamos obligados a describir los hechos. Solo con eso, queda claro quienes son los verdugos y quienes las víctimas. Otra cosa es el periodismo activista de estos días que está tan convencido de sus causas que en lugar de reporteras sobre ellas las defienda, a veces pancarta o manifiesto en mano. Nuestro trabajo no es defender ninguna causa, por justa que nos parezca, sino contar la realidad para que los lectores estén informados y puedan actuar en consecuencia. 

¿Y la literatura? Porque hay toda una corriente de autores que aún defienden cierta ‘pureza’ de la ficción como si tratar la realidad fuera algo necesariamente panfletario.

A mí el ensayo y la novela me sirven igual para contar la verdad. Me cuesta traicionar al reportero que llevo dentro. La no ficción vive un buen momento y ha ganado en estatura. Una razón es que el mejor periodismo se ha trasladado a los libros, ante la renuncia de los medios a apostar por él.   

Y hablando de tí mismo ¿qué te da la escritura de ficción que no te da el periodismo, y viceversa?

El periodismo tiene los límites de la verdad, mientras que la ficción te deja ir más lejos. Días salvajes es mi séptimo libro, tengo de todo: reporterismo literario, literatura de viajes, memorias (El director), novelas… Me ocurre que cuando todo el mundo me dice que debo hacer una cosa, ficción o ensayo, hago la contraria. Después del éxito de El director tenía sentido haber ido en esa misma línea. Escribí una novela. Mi carrera literaria parece diseñada por mi peor enemigo. Lo que ocurre es que solo puedo escribir lo que me pide el cuerpo. No voy a pasarme uno, dos años metido en una historia que no me interesa, aunque un editor me diga que lo voy a petar.

Dirías que a mediados de la segunda década de este siglo, ¿hay más o menos Boscos Zabalas?

Los cachorros de la elite han aumentado porque la riqueza lo ha hecho también. La Moraleja, el barrio donde viven los Zabala, se ha expandido en los últimos años. Es un círculo cada vez más cerrado en sí mismo, en sus clubes de golf, fiestas, colegios internacionales, bodas entre semejantes… Y, como Bosco en la novela, su sensación de impunidad viene de cuna, es un privilegio que dan por hecho junto al dinero, la influencia o un futuro garantizado en la empresa del padre o el amigo del padre.

En país como este, en el que la polarización y la crispación son casi rasgos identitarios, exploras también la pulsión por revelarse ante la injusticia traspasando, digamos, los límites de la legalidad. ¿Cómo resuelves tú mismo esa encrucijada?

'Días salvajes' plantea al lector muchos dilemas morales. Uno de ellos es cuándo está justificada la venganza. SI como a uno de los protagonistas nos arrebataran lo que más queremos, una hija, y la justicia nos negara reparación alguna, ¿qué estaríamos dispuestos a hacer? Los personajes de mis libros luchan contra el sistema. Creo que necesitamos tener al menos la esperanza de que podemos vencer al sistema, aunque la realidad nos lleve a estrellarnos una y otra vez. 

¿Cuáles son sus grandes referentes literarios? ¿y periodísticos?

Tengo muchos, pero uno que ha ganado fuerza en los últimos años es Salman Rushdie. Creo que no valoramos lo que Rushdie, con su valentía y su negativa a ceder al fundamentalismo, ha hecho por la libertad de todos. Muchos se llevan la boca con la palabra libertad, pero pocos están dispuestos a pagar como él el precio por defenderla. Me parece un héroe moderno de la literatura y la libertad de expresión, aparte de un escritor excepcional.