En este mundo actual, marcadamente tecnológico, en que cada vez más la gente consume cine, series, música y literatura a través de dispositivos digitales, llama la atención que haya personas que decidan abrir una tienda para vender libros de segunda mano. Pintoresca combinación: libros en formato físico (no hay objeto de consumo más tradicional) y encima usados.
Siempre han existido estos discretos establecimientos, pero de un tiempo a esta parte no hay barrio de España que no cuente con uno de reciente apertura. Y ya no son los espacios oscuros y angostos de antaño, donde las montañas de libros, con su correspondiente pátina de polvo, amenazaban con despeñarse y descalabrar al cliente más incauto. Hoy la mayoría son diáfanos, luminosos y ofrecen una experiencia de lo más agradable; y, sobre todo, libros buenos, bonitos y baratos.
"El reciclaje está de moda y ha llegado también al sector librero", dice Eugenio (70), propietario de Librería Solón, inaugurada hace seis años en la zona de Ventas de Madrid. "Hay gente a la que antes no se le hubiera ocurrido comprar un libro de segunda mano. Ahora piensan: '¿Por qué me voy a gastar 20 euros en uno nuevo si lo puedo comprar por cinco o seis euros en buenas condiciones?'. Actualmente se están abriendo más librerías de segunda mano que normales. Incluso hay librerías que eran normales y han abierto un apartado para segunda mano”.
Rosa (59) estrenó la Librería Releer, en el madrileño distrito de Argüelles, hace siete años. Desde entonces, ha visto como en pocas manzanas a la redonda prolifera la competencia. "A raíz de que yo abriera me pusieron pegadas a mí cuatro librerías más. Dije: 'Vaya'. Pero es muy divertido. Vienen los clientes y dicen: 'Estamos haciendo la ruta de las librerías'. Y les respondo: 'Estupendo, mejor esto que ir de cañas”.
Uno puede convertirse en librero de segunda mano de varias maneras. Los hay que se han dedicado toda su vida al sector editorial. Otros, como Eugenio y Rosa, eran ávidos lectores a quienes los vaivenes de la vida empujaron a esta aventura. Rosa desempeñó tareas profesionales durante 16 años en la Agencia Tributraria. Un día se quedó sin empleo y resolvió que aunar pasión y negocio era la mejor salida. "Tuve un disgusto horroroso cuando perdí el trabajo", confiesa. "En casa todos hemos leído mucho. Me pareció maravilloso montar la librería". Eligió el Día del Libro de 2015 para levantar el cierre por vez primera.
Eugenio, en cambio, procede del ámbito financiero: ocupó cargos directivos en varios bancos. "Puse la carreta antes que los bueyes", recuerda. "Un día vi un local comercial que era bastante grande y casi por inversión me dio el arrebato y lo compré. Y una vez comprado, me pregunté: ¿y ahora qué hago con él? Lo que se me ocurrió fue montar un negocio alrededor de aquello que más me gustaba, pensando que me iba a divertir con ello e iba a cumplir una especie de sueño. Siempre he tenido pasión por los libros, pero no como objeto de comercio, sino como objeto de veneración. Desde muy pequeño he comprado libros; recuerdo comprarlos con diez años”.
Iniciar un negocio de estas características puede ser ilusionante, pero no fácil. Primero hay que salvar los inevitables obstáculos derivados del papeleo. "Lo peor de todo, la burocracia", se queda Rosa. "Me hicieron llorar. Era espantoso. Cada funcionario me decía una cosa diferente. Dos niñas estaban empeñadas en que tenía que poner un baño. Y yo decía: 'Pero vamos a ver: aquí no voy a dar ningún servicio más que atender y cobrar'. A punto estuve de meterme en obras y hacer un baño. Menos mal que luego otro me dijo que no era necesario".
Luego hay que llenar la tienda de libros. La mayoría de los que se venden usados proceden de donaciones de particulares. Eso renueva el stock. Pero empezar de cero constituye un desafío. "Empecé con donaciones de amigos. Vinieron todos aquí con sus libros", dice Rosa. "Luego, vendo lo que te va trayendo la gente".
Después, hay que aprender a gestionar el día a día. “Es complicado”, dice Eugenio. “A los que éramos simples consumidores, nos resulta más difícil. Va uno aprendiendo a trancas y barrancas. El saber qué debes comprar y qué no… Muchas veces quieres comprar todo y no es posible. Se te queda en el almacén y no puedes subirlo porque no tienes tiempo de catalogarlo. Hay que revisarlos, aunque sea un libro de tres euros. Si le dices a un cliente que el estado es bueno y resulta que la página 28 está rota, se va a sentir engañado. Ahora me absorbe 48 horas de 24. No das abasto: te pones a catalogar, revisar, comprar… No me imaginaba que fuera tan complicado”.
Están perfectamente organizados. Aparte de su librería física, reclamo para los vecinos del barrio, cuentan con una web donde exponen su amplio catálogo. A menudo, el lector los localiza a través del buscador Iberlibro, donde basta teclear el título de la obra y aparecen tiendas por todos los rincones del país donde la despachan, su estado y el precio al que se puede conseguir.
En estas librerías es posible encontrar clásicos por menos de un euro. Toneladas de volúmenes se ponen a la venta por dos o tres; novedades editoriales por menos de diez. Otra cosa son los libros raros, antiguos, descatalogados o de coleccionista, que pueden alcanzar las tres cifras y sostienen a duras penas el negocio. "No todo se vende a dos y tres euros, afortunadamente", explica Eugenio. "Hay libros más específicos, que son difíciles de encontrar. En este negocio no se hace millonario nadie. De hecho, el que pueda vivir desahogadamente solo de esto, ya es afortunado".
Sus ahorros e inversiones le permiten salir adelante. “Quizá en mi caso hay más de romanticismo. Es lo que tiene meterse en algo que no consideras trabajo, sino diversión. Tenía que estar ya jubilado, cobrando en vez de pagando. Pero sarna con gusto…”, añade.
"Se saca poco", coincide Rosa. "Solo tengo 15 días de vacaciones al año, sin pagas extras ni nada. Estoy yo sola. Con esto no sacas dinero. No es el sueldo que tenía antes, pero no pasa nada. Mis hijos ya trabajan y me da para vivir; en casa entran más sueldos y lo poco que gano aquí es un complemento. Pago la cuota de autónomos y gano un poco más".
Y aunque no van a forrarse con esto, no lo cambiarían por nada. "Soy muy feliz aquí", asegura Rosa. "Mi pasión se ha convertido en mi modus vivendi. Lo mejor, los clientes. El público es divino. Mis amigas me decían: 'No sabes lo que es atender al público, te vas a morir'. Pues es maravilloso".
Eugenio se atreve a animar a los aficionados a la lectura que aún no frecuenten estos reductos a que lo hagan. "Ahora en los grandes almacenes es difícil encontrar muchos libros; solo exponen las novedades. Aquí van a encontrar una amplia variedad de títulos a los que damos una nueva vida", dice. Solo le pone una pega: que la obligación ha desplazado la devoción. “Ya no tengo tiempo para leer. Desde que tengo esto leo menos que nunca. Es imposible. Debe de ser como los pasteleros, que no prueban sus pasteles”.