La anécdota ocurrió el 23 de abril de 1993, en el programa de Antena 3 'Queremos saber', con Mercedes Milá al timón. El debate giraba en torno al abucheo que sufrió Felipe González en la Universidad Autónoma de Madrid y, además de los estudiantes que participaban desde las gradas, varios invitados, como el jurista Francisco Tomás y Valiente, se disputaban la palabra. De repente, un enardecido Paco Umbral, rompió la calma: "A mí me has dicho personalmente por teléfono, Mercedes, que yo venía aquí porque esta tarde se ha presentado mi libro 'La década roja' […]y que se iba a hablar de mi libro. Estamos acabando el programa y de mi libro, que está ahí sobre la mesa, no se ha hablado ni se va a hablar para nada".
Su insistencia se fue tornando bravucona: "Por lo tanto, yo estoy dispuesto a levantarme y a abandonar la mesa, porque yo he venido aquí a hablar de mi libro y no a hablar de lo que opine el personal, que me da lo mismo, porque para eso tengo mi columna y mi opinión diaria. De modo que si no se habla de mi libro me levanto ahora mismo y me voy".
Umbral era la historia viva, aunque no siempre verídica, de España. Uno de los mayores genios de la literatura española y el cronista más mordaz de su época. Como apunta el poeta Antonio Lucas en el prólogo de 'El tiempo reversible' (otro libro umbraliano), unía lirismo y mordacidad, inflamaba el idioma y dispensaba una ironía fuerte para denunciar, anunciar, rematar, alumbrar o desafiar. Y esto último es lo que hizo con Milá, alentando esa imagen soberbia que fue cultivando con la misma diligencia que usaba para entregarse al arte de sí mismo.
"Me voy"-repetía-, pero no hizo ni siquiera amago de levantarse y, mientras Milá trataba de explicarle, él cargaba contra la publicidad, los vídeos, el público, la televisión y la propia presentadora. Ella, curtida en este tipo de bravatas, no podía disimular su sorpresa: "no esperaba que hicieras esto conmigo, Paco". Y el escritor despotricó de nuevo. Elegante, irónico y esteta, pero implacable. Con su voz cavernosa, que Lola Flores definió como constipaílla, reclamaba en el plató la misma silla isabelina que en los periódicos, máxima expresión de su grandiosidad.
Ya conocíamos su arrogancia, el gusto por la palabra y su reconocida "mala costumbre de ser siempre protagonista". Esa noche Milá terminó mirándole con una mezcla de ternura y a la vez de triunfo. Aquella tozudez de "he venido a hablar de mi libro" pasaría a ser una expresión tan icónica y cotidiana como el "manda huevos" de Federico Trillo a micrófono abierto.
Da igual por donde abramos 'La década roja', en cualquiera de sus páginas nos encontramos con el Umbral más incisivo, pero brillante. Con su estilo excesivo hace un retrato apasionante y magistral de la década del socialismo (1982-1992), el sexo, el dinero, la corrupción y el desencanto. Habla de esa España con la peseta "jodida" y los impuestos agravados que le había cogido el gusto a pecar. "Lo de roja -dice- es irónico, pero también eufónico, y por la eufonía me he salvado".
Escrito, como él mismo aclaró, a brochazos y espatulazos de memoria y color, describe su primera decepción, la OTAN, y cómo Imanol Arias y él pegaron carteles anti OTAN en la Puerta del Sol: "Fue una campaña/anticampaña violenta, callejera, casi alegre, con muchos actores y actrices de por medio (la politización de los cómicos es un fenómeno nuevo, exclusivo e inexplicado de nuestra democracia, que habría que estudiar aparte). Madrid era la ciudad del NO, la apoteosis del NO".
Habla también del ocaso de Suárez. "Se veía, por debajo del éxito, por debajo del mitin, que Suárez no tenía ya otra base electoral que la movediza base de la fascinación femenina. Y eso cuenta poco a la hora de votar, cuando decide el cabeza de familia. Suárez pasó demasiado pronto a reliquia castellana a esa iconografía masculina y perdurable, gastada en piedra por el beso casto de las beatas y las alcaldesas". O de cómo recibió la Corona el triunfo socialista: "El primer alivio de la Corona fue comprobar que entre el voto socialista había mucho felipismo, que era tanto como decir civismo: gente que quería cambiar un poco las cosas para que todo siguiera igual".
"El pueblo español -escribe en otro capítulo-, que estaba hambriento de política, ha llegado a saturarse del discurso interminable de nuestros demócratas de derecha/izquierda. Y entonces es cuando la gente empieza a interesarse por los políticos, por su vida personal, privada, por la novela cotidiana, por el culebrón incesante de lo que hacen y dicen, de cómo viven y son en realidad". De ahí el culebrón del momento: Boyer /Ruiz Mateos/Isabel Preysler. Cuenta que el señor Boyer se la tenía jurada a Ruiz Mateos y que, más que nacionalizarle como ministro, aceptó ser ministro para nacionalizar al jerezano. "Miguel Boyer hasta entonces había hecho una carrera modesta, cuidadosita, pero estaba buscando la manera de escapar de un hogar mediocre, con una mujer lista y fea, una suegra escritora y un suegro negociante por lo menudo".
Por sus páginas van desfilando todas esas figuras nacionales que tomaron bulto en esos diez años y habla de travestis, tránsfugas políticos, obispos en armas, liberadas en bragas y poetas de derechas. De Camilo José Cela, con sus años, sus kilos y sus metáforas en redondilla, deja párrafos como este: "Ciento quince kilos de escritor, ciento quince kilos de amigo, ciento quince kilos de maestro, ciento quince kilos de tiempo, camaradería, vida y obra. Multitud de hombre solo que el tiempo coge a peso, que pesa en nuestro tiempo".
Adolfo Domínguez le sirve como paradoja política. "Hacia la mitad de la década, la arruga es bella se convierte en el lema más irónico de la vida nacional, en cuanto que lo desplacemos de la moda a la política. Lo que vino fue efectivamente un socialismo de diseño, una estética de la arruga, las cazadoras de Felipe González, carísimas y de marca, como alusión redefinida a lo que había sido su uniforme socialista revolucionario". T
ambién tiene palabras para Pedro Almodóvar, cuya originalidad, escribe, "es haber descubierto lo que está ahí, a la vista de todo el mundo. En sus películas todos parecen, ellos y ellas, el travestí de sí mismo, y siempre llevan el zapato cambiado de pie, o los zapatos de otro". De Tierno Galván se le ocurre que su cabeza es una cabeza entre André Gide y fraile benedictino. "Dos bustos femeninos y neoclásicos, en piedra blanca, asisten atentos a nuestra conversación".
Los comunistas se disiparon a la luz del sol como la fosforescencia de los gatos y Mario Conde se paseó por la década como el Lord Byron de la nueva finanza española. "Está entre galán de Hollywood de los cincuenta, yuppi de Wall Street y chico listo o primero de la clase. Ha triunfado demasiado pronto y ahora no sabe qué hacer con ese triunfo". Cualquiera que fuese el personaje, Umbral se afanaba por trasladar a sus palabras el mismo código de elegancia, originalidad, provocación y excentricidad que regía en sus poses y actitudes. Era su manera de gustar disgustando y ahí radica su grandeza.