Mi amiga Mónica entró en un vagón del metro de Barcelona, en los noventa, y sacó su ejemplar de 'Historias de cronopios y famas', uno de sus libros favoritos. En ese momento, a su lado, otra mujer extrajo de su bolso la misma obra, idéntica edición, y también se puso a leer. Cuando se dieron cuenta, empezaron a hablar, quedaron para verse, se hicieron amigas. Gracias a Julio Cortázar inventaron una relación que duró diez años, hasta que Mónica se marchó a Madrid, y un día las llamadas empezaron a espaciarse, y después simplemente se perdieron la pista.
Todas las vidas contienen historias de amistades que un día se van al garete. Parecen sólidas, absolutas, y al cabo del tiempo no queda nada en pie. Ni el humo. De esa ruptura se olvida el cómo, el por qué; perdura el mal sabor por la ocasión perdida. Tener un amigo, y que sea bueno, quizá el mejor, exige muchos cuidados, y algo, absolutamente necesario, decisivo, que no sabemos bien qué es. Como cuando Somerset Maugham decía que para escribir un buen libro existen tres reglas que hay que cumplir, nada más que tres reglas. "Desgraciadamente, nadie sabe cuáles son", lamentaba.
Es como si hubiese que tocar infinidad de botones para que todo funcione. Nunca sé decir, con esto, si es fácil o difícil mantener la amistad con alguien a lo largo del tiempo. Digamos que las dos cosas, para acertar un poco. Cuando lo consigues, los días se vuelven infinitamente más ligeros e interesantes, y eso empieza a suceder en la infancia. Hace dos semanas, mi hija y su mejor amiga, juntas a todas horas, acabaron ante la jefa de estudios, castigadas. Gran debut, con solo seis años. Todo porque les pareció que necesitaban pasar tiempo a solas y se encerraron en un baño. Durante tres minutos nadie supo nada de ellas. Terrible. Pero el cariño te obliga a pagar precios.
Y entonces, un día la amistad se ablanda, se diluye, desaparece, quizás con el tiempo otra amistad la supla. Hay millones de razones para que dos personas se alejen. La dejadez, los malentendidos, el descuido, la mentira, nuevos actores, la traición, las mudanzas, los cambios de vida, el egoísmo, los matrimonios, la muerte… Por supuesto, también el poder, como en el caso de Casado y Ayuso.
Años atrás una amiga me contó que un día, en plena adolescencia, una compañera de clase, y amiga íntima, le escribió una carta, que recogió del buzón de su casa. Decía más o menos así: "Querida: gracias por estar a mi lado todos estos años. Desgraciadamente, por razones secretas, no podemos seguir siendo amigas. Un beso". Fue doloroso, pero con el tiempo, el daño se convirtió en anécdota y belleza. Mi amiga sigue sin explicarse qué razones secretas pudieron ser aquellas, y eso hace mejor la historia.
Algunos amigos vienen y se van. Casi es normal que para conocer a personas nuevas tengas que olvidar a las viejas. También en los noventa, cuando vivíamos confundidos a diario, yo olvidé a un ser querido. Un día recibí una llamada, muy temprano. Estaba pendiente de revivir, en la cama, hecho polvo, pero me arrastré, recorrí el pasillo con toda mi resaca a cuestas y descolgué. "Juan, soy mamá", dijo una voz de mujer. "¿Qué mamá?", pregunté aturdido. Todas las relaciones, incluso las familiares, penden de un hilo. No hay nada seguro, ni para siempre.