Siempre me he preguntado qué pasaría si un día alguien me llamase y dijese: "No hay tiempo que perder, sal de casa, rápido. Corres un gran peligro. Solo tienes quince minutos. Llévate lo más importante". ¿Cómo sabría qué es lo importante en tan poco tiempo? Creo que no se puede ejercer la rapidez en esas condiciones. Aborrezco exagerar, pero diría que necesitas un año entero solo para elaborar tu lista de cosas importantes. Primero hay que hacer inventario de todo lo que tienes, y quizá de lo que no tienes, para comprarlo y meterlo en la lista final; y, por supuesto, hay que tener presente lo que un día prestaste y nunca te devolvieron y debes recuperar. Es un follón bonito, honestamente. Tienes que ir cajón por cajón, husmear en carpetas, bolsillos, cajas, mirar en los armarios, y en el sótano, y en los huecos que no se ven a simple vista. Cualquiera se pasaría todo el tiempo que piensa en esa lista resoplando. Hay un momento en que ese elenco de cosas importantes se convierte en un ensayo difícil de entender. Cuando resoplas surgen siempre los imposibles.
Después de este trabajo ímprobo, que te obliga a ser una hormiga, hay que reducir el total de cosas a la mitad. Quitar es mucho más difícil que añadir, porque requiere criterio, dolor, saber decir adiós. Eso significa que necesitas, pongamos, otro año extra. Una vez reducida la lista a la mitad, de nuevo hay que dividirla en dos, y después otra vez por la mitad. Para entonces, en mi caso, ya habrían transcurrido dos o tres años. Quién sabe si aún estaría vivo. Pensemos que también se meten por el medio las vacaciones y las bajas. Y no se relaja ahí el tema, ya que a continuación hay que seguir recortando cosas y más cosas de la lista. Me temo que al final la «lista de lo más importante» se convierte en la "lista de casi nada", que es lo que realmente alcanzas a recoger en quince minutos y subir a una camioneta. Furgoneta que, dicho de paso, dónde vas a conseguir.
Esto es solo un ejercicio de ficción. Produce vértigo pensar que a los vecinos de La Palma les pasó de verdad. Dispusieron apenas de unos pocos minutos para improvisar, no perder la cabeza, seleccionar "solo lo importante", aquello sobre lo que fundar una nueva vida, porque la de siempre se acabó. Y entonces, ver de lejos el andar irremisible de la lava, en el que no se distingue la lentitud de la velocidad, ya que despliega las dos cosas a la vez; quizá vaya lenta, pero va la primera, detrás de ella no queda nada, destruyendo lo que no tuviste tiempo a llevarte, y que era de verdad lo imprescindible: las paredes, el techo, el suelo.
La lista de cosas importantes es una forma de desesperación. No existe, en realidad, nada que se pueda definir de un modo universal como «importante». Ahí podrías incluir cosas con mucho valor, con valor cero, o con valor incalculable, a lo mejor porque su alcance está en tu cabeza, es sentimental, inventado. O qué es más sustancial, ¿una cama o el ejemplar de Mientras agonizo? ¿Una foto con el abuelo o la bicicleta? ¿El microondas o el manuscrito revisado? ¿El perro o el cuadro de José Luis de Dios? ¿La ropa o la nevera? ¿El dinero del sobre o el reloj que heredaste de tu padre? ¿La mesa o las sillas? Mientras decides, la vida.