El arte de empezar una conversación
Para algunas personas, empezar una conversación, más que algo estimulante, es una faena.
La pandemia ha unificado el comienzo de todas las conversaciones, convirtiéndolas en una enumeración de sucesos tristes.
Nada hay más emocionante que ver cómo alguien despliega el arte de iniciar bien una conversación.
Empezar una conversación debiera ser un acto estimulante, un reto, mayor cuanto más maduras. En su lugar, casi siempre constituye una faena. El mundo está lleno de personas a las que encontrarse de improviso con otra les parece un golpe de mala suerte, así que la saludan y le dicen algo solo con el ánimo de que pase pronto el momento, o el trance, y así poder quedarse otra vez a su aire.
Conversaciones (lastradas) de pandemia
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Nos volvimos cómodos y los comienzos de conversación con el tiempo acabaron pareciéndose demasiado entre sí: solo son una simulación de fraternidad, un convencionalismo hueco, como cuando dices "¿Qué haces?" y te responden "Nada, ¿y tú?", o comentas "Vaya frío" y te contestan "Pst. El tiempo está rarísimo". Lógicamente, la situación empeoró con la pandemia: los comienzos de todas las charlas casuales se empobrecieron hasta niveles tristísimos: arrancan en el mismo punto indefectiblemente; y también finalizan. Si te encuentras con alguien y no comentas "Qué horror", o "Estoy harto", o "Ay, esta mascarilla", o "¿Sabes que Pedro está fatal?", o "¿Qué pasa con Madrid?" hay papeletas para pensar que no eres normal. Entre la infinidad de estragos que nos deja la COVID 19 debemos incluir la crisis de los diálogos y su puesta en escena.
Temas infalibles
Hace poco, mientras leía 'Clima', de la autora upper Jenny Offill, me agradó descubrir que su protagonista, una bibliotecaria de Brooklyn de mediana edad, tenía varias técnicas para empezar una conversación, y su favorita era "el hecho de que haya diez mil kilómetros de alcantarillas en Nueva York y todas estén situadas muy por debajo del nivel del mar". Deseé al instante 'entrar' en la novela y encontrarme a la bibliotecaria en una fiesta o un vestíbulo: no es por presumir, pero el alcantarillado es también uno de mis temas preferidos. Cuando me dedicaba al periodismo de sucesos durante una temporada cubrí infinidad de roturas de tuberías en la red de alcantarillado. En cualquier caso, lo que quiero decir es que disponer de técnicas para iniciar conversaciones con otras personas demuestra hasta qué punto es sugestivo para algunos el contacto con otros individuos.
La importancia de los días normales
Empezar a hablar con alguien, aunque sea una conversación efímera en un ascensor, un lobby, un baño público, una cola, una consulta médica, una fiesta privada, y que esas frases se queden en la memoria del otro, de tal modo que cuando salga del lavabo, o de donde sea, y se cruce a un conocido habitual, empiece diciéndole "A qué no sabes lo que me acaba de contar", realza la importancia de los días absolutamente normales. Cuando llegas a una cierta edad, los días absolutamente normales pasan por extraordinarios.
La aventura del otro
Conozco a un abogado que, deseoso siempre de alternar con gente nueva, acostumbra a acercarse a desconocidos, al menos hasta hace un año, y decir lo mismo para romper el hielo: "Justo aquí, donde estamos pisando los dos ahora, hace muchos años mataron a Anne Bregenz, y ese crimen cambió seguramente el rumbo de la historia mundial, ¿lo sabías?". Cuando dice "justo aquí", señalando al suelo, ese punto puede ser cualquier lugar de la ciudad, y cualquier ciudad del mundo. Después de un comienzo así es imposible que la persona a la que te diriges no sienta cierto interés y pregunte quién fue Anne Bregenz. En ese instante, el abogado cuenta una historia deliciosa sobre espías alemanes e ingleses que te mantiene en vilo, y al llegar al final, deseas que continúe. Cuando lo veo actuar, siento que tratar a desconocidos puede ser una gran aventura, y que pocas cosas son más emocionantes que dominar el arte de empezar bien una conversación.