Luis García Montero (Granada, 1958) responde tranquilo, pensando las respuestas, rescatando las palabras del baúl donde habitan. Al fin y al cabo, él es uno de los 'jefes' de nuestro idioma desde que el 19 de julio de 2018 fuera nombrado director del Instituto Cervantes. Con él hablamos de la experiencia de la vida, de sentimientos, de la vejez por su propio nombre y, por supuesto, de poesía.
Los versos están formados de palabras y de experiencias, ¿cuáles recomendaría para envejecer?
Se me ocurren dos que escribí hace tiempo que tienen que ver con la vida: "Raras veces resisten / dos soledades juntas las palabras". Yo creo que está muy bien intentar dialogar con la vida y envejecer dialogando con los jóvenes, intentando mantener la memoria de lo que ha sido nuestra experiencia pero con los ojos abiertos al futuro, porque si los jóvenes se cierran al pasado y los mayores nos vamos cerrando al futuro al final la sociedad se desvanece.
Fue gran amigo del poeta Alberti, ¿cómo transfería él la experiencia a un joven García Montero?
Para mí era un mito. El autor de 'Sobre los Ángeles', el amigo de García Lorca, el poeta del exilio… pero se bajó del altar donde yo lo tenía y se convirtió en un amigo.
Su legado tenía que ver con sus libros, pero también con su forma de ser. Hoy, al cumplir años, descubro algunas de las cosas que, sin darme cuenta, aprendí de Rafael Alberti. Respeto mucho a los jóvenes e intento aprender mucho de ellos y eso creo que lo aprendí porque Alberti respetaba mucho a sus amigos jóvenes.
¿Hoy en día esa figura de maestro-alumno sigue existiendo o se ha desvanecido?
Debería existir en todos los ámbitos. Una de las cosas más tristes actualmente es que se despide a gente con mucha experiencia y se intenta cubrir el trabajo con chicos jóvenes becarios a los que se les paga una miseria, y eso es tristísimo porque es una triple explotación: primero, dejar sin trabajo a personas con mucha experiencia que tienen mucho que decir todavía; segundo, pagar sueldos miserables a chicos jóvenes por trabajos donde se les exige mucho más que una beca y, en tercer lugar, evitar esa relación que hay en toda artesanía, en todo oficio, que es entre el aprendiz y el maestro.
Creo que se mutila mucho el aprendizaje cuando no hay una convivencia entre el maestro experimentado por la vida y la persona que se está formando, y eso por desgracia se va perdiendo en la sociedad.
¿La tarea de un poeta de 60 años difiere mucho de la de uno de 30?
Si pienso en mi vida, cuando yo era joven me gustaba escribir, hacerme como poeta y romper todos los miedos, buscando la novedad. Ahora a lo que tengo miedo es a repetirme, a si escribo no volver a escribir el poema de siempre que no añada nada y que lo único que haga sea acumular palabras.
¿Qué diferencia hay entonces?
Cuando yo me pienso como poeta joven lo que había era las ganas de buscar, escribir... y ahora, como poeta mayor, lo que no tengo es prisa, sino lentitud. Mejor callarse hasta no tener nada nuevo que decir. De joven me recuerdo con prisa, de mayor con miedo a repetirme. El mejor aliado para mí, ahora, es la lentitud.
Y la lentitud es indiferente de ser poeta o no, es algo inherente a una edad, a una voz de la experiencia…
Una cosa es la vida y otra es la poesía, pero cuando hay una voluntad honesta tu oficio se convierte en una forma de vida. Un periodista acaba viviendo como periodista si tiene vocación, un médico como médico y un profesor como profesor… En el poeta pasa lo mismo aunque tengamos claro que el 'yo poeta' no es el 'yo personal'.
En su último libro habla de defender las palabras. ¿Cómo defendemos y prestigiamos palabras como 'madurez', 'criterio' o 'segunda juventud'?
Lo de segunda juventud es un eufemismo, porque a veces nos da miedo hablar de vejez o de madurez, pero yo creo que las palabras utilizadas con honestidad pierden su miedo. El lenguaje es el patrimonio de una comunidad y cuando empieza a haber degradación de palabras es señal de que hay degradación de esa comunidad.
En mi libro, 'Las palabras rotas', me preocupa el desprestigio de muchas palabras como 'bondad', 'verdad', 'justicia', 'libertad', 'política', y eso habla de una sociedad donde la democracia está perdiendo prestigio y pueden ocurrir nuevos brotes totalitarios bastante inquietantes. Lo que hay que hacer es devolverle el prestigio a estas palabras que son el vocabulario de nuestra democracia.
¿Utilizamos entonces la palabra 'vejez' en lugar de 'segunda juventud'?
Sí, yo creo que los viejos de la tribu son muy importantes, y los jóvenes deben aprender a respetar a los mayores. En ese sentido, la labor de los mayores no es tanto querer ir de jóvenes por la vida sino ofrecerle un diálogo sincero a los jóvenes sabiendo que ellos son los que tienen su futuro y su realidad, pero sabiendo también que la experiencia les puede servir de bagaje para viajar hacia el futuro. En ese sentido, me gustan las palabras vejez y madurez, no hay por qué empeñarse en ser un adolescente eterno.
¿Estamos exacerbando los sentimientos?
Yo creo que la sentimentalización de la política es muy peligrosa cuando nos convierte en portavoces irracionales de identidades que no se paran a pensar las cosas.
Ha habido otros momentos donde el peligro ha estado en la racionalización absoluta de todo, porque cuando las razones pierden sus raíces éticas son muy peligrosas también.
El peligro de nuestras sociedades, y eso ha creado muchos conflictos, ha sido intentar separar la razón y los sentimientos. Parte de la educación política es devolver esa unidad.
Ha dicho alguna vez que, en su adolescencia, tenía ganas de descubrir lo que había debajo de los silencios, ¿lo ha descubierto ya?
Se va descubriendo poco a poco. Lo dije a propósito de Federico García Lorca, poeta de mi ciudad, porque un día descubrí que lo habían asesinado en un golpe de estado y en una guerra civil, y me di cuenta que cuando caminaba por mi ciudad caminaba sobre muchas cosas calladas, muchos silencios, y la poesía como forma de indagación del conocimiento y lo que intenta es conocer las cosas para ponerlas en palabras.
No me gusta sacralizar el silencio. Lo que no se puede decir con palabras no es importante. Lo que hay que aprender es a descubrir lo que a veces se esconde en el silencio para encontrar las palabras precisas. La vida es una tarea de búsqueda y, en ese sentido, sigo buscando lo que hay debajo del silencio, debajo de lo que no me gusta, en la voluntad de no caer nunca en la indiferencia ante la vida.
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