El pasado 7 de julio, Ernesto (47), marbellí que trabaja en un taller de coches de alta gama, se paseaba como niño en Disneyland por el recinto de Mad Cool, el macrofestival de música rock que se celebró por esas fechas en Madrid. Portaba una hamburguesa en una mano, una cerveza en la otra, y aun así se las apañaba para sostener no se sabe cómo un móvil a través del cual contaba a su interlocutor lo bien que se lo estaba pasando.
Había acudido solo al evento, uno más en su amplio historial de conciertos. “Suelo asistir con mi mejor amigo”, dice. “Pero si por cualquier razón él no puede acompañarme, no tengo problema en ir solo. Es como si vas a ver una película al cine: vas a disfrutar del espectáculo”. Su esposa lo acompaña a veces, pero ella prefiere el ambiente más tranquilo de los recitales de Manolo García.
Ernesto es uno de tantos aficionados al rock que superan por arriba la edad media del típico festivalero. No son mayoría, pero tampoco escasos. Como todos los que frisan o superan los cincuenta, estos veteranos han crecido escuchando a los grandes grupos de los setenta y ochenta, pero no desdeñan las bandas nuevas si les parecen buenas; se conocen al dedillo discografías y formaciones; poseen importantes colecciones de vinilos (aunque Ernesto tuvo que vender la suya en un momento de necesidad. “Me arrepentí mucho luego”, admite); y no ponen reparos a viajar de aquí para allá, incluso al extranjero, si la recompensa es disfrutar en directo de la música que les gusta, aunque lo hagan solos.
Fue su hermano mediano quien inculcó a Ernesto el gusanillo del rock. “Sobre todo el antiguo: Iron Maiden, Deep Purple, Scorpions”, explica. Por casualidades de la vida, pudo disfrutar de casi todos los grandes conciertos que en los ochenta y noventa se celebraron en el Estadio Municipal de Marbella. “Los conserjes del campo de fútbol son compadres de mis padres; es decir, mis padres son padrinos de la hija de los conserjes. Tienen su casa dentro del estadio, y entrábamos gratis a todos los conciertos: Michael Jackson, Rod Stewart, Prince, Tina Turner… A los únicos que no pude ver fue a Queen”.
Sus periplos por Europa dan para un sinfín de anécdotas. En Praga, durante un concierto de Pearl Jam, lanzó a Eddie Vedder una camiseta de los Cubs de Chicago; el equipo de béisbol favorito del cantante. “No alcanzó a cogerla, porque se quedó encima de un altavoz, pero Mike McCready, guitarrista, me hacía gestos en señal de agradecimiento”, recuerda. “Pearl Jam tienen algo especial, interactúan todo el rato con el público. Eso no lo hacen U2, por ejemplo, a quienes estoy harto de ver; no te miran a la cara. Pero Pearl Jam lanzan púas al público y cambian el repertorio de un día para otro; doy fe porque los vi dos días seguidos”.
Foo Fighters en Londres, ante 90.000 personas, fue otro de sus hitos. “Una pasada. El batería, que murió este año, era un tipo muy divertido; casi más protagonista que Dave Grohl. Se notaba que ambos tenían una conexión especial”.
Pero los festivales multiplican su gozo. “Tener la posibilidad de ver a Nothing But Thieves, Imagine Dragons o The Killers por el precio de un solo concierto, la verdad es que es una maravilla”, dice. “Uno ya no tiene veinte años, pero la adrenalina de ver a esos grupos en directo hace que aguantes horas y horas sin cansarte”, añade.
El festival que mejor recuerdo le dejó fue Rock The Coast, que se celebró en 2019 en el castillo de Fuengirola con un notable cartel de bandas de rock duro. “El ambiente fue increíble, y los grupos buenísimos: UFO, Scorpions, Udo (el cantante de Accept)… El entorno era alucinante. Al año siguiente quisieron llevarse el festival a Madrid, con Whitesnake y otros, pero al final no se celebró”.
Ernesto se mueve en los festivales como rabo de lagartija. Si es necesario, se abre paso —no a codazos, porque se derramaría la cerveza— para situarse en las primeras filas. “Cuando vas solo tienes más libertad de movimiento”, señala. “En los conciertos, aunque tenga entrada de grada, me gusta bajar a la pista. Con Iron Maiden terminé viéndolos a diez metros. También con Bruce Springsteen. Con Muse me colé en pista y como habían vendido relativamente pocas entradas en la zona VIP, los mismos de la organización estaban poniendo pulseras a la gente para que se llenase y me metí ahí. Es la libertad que te da el ir solo”.
La peripecia de comparecer solo en Mad Cool no la cambiaría por nada. “Me encantó. Había leído que otros años la organización dejaba bastante que desear, que había muchas colas para pedir bebida o comida, pero este año estuvo genial. Entre concierto y concierto podías sentarte a tomar algo”. En una de esas pausas de avituallamiento se dio cuenta que el tipo de al lado llevaba una pulsera de acreditación de prensa. Resultó ser un crítico musical que estaba cubriendo el festival. “Nos pusimos a charlar, y cuando empezó el siguiente concierto, de Deftones, lo vimos juntos”, recuerda. Es lo que tienen los festivales: a cada instante deparan momentos impredecibles. “Ha sido una experiencia para repetir. La vida son dos días y hay que vivirla”.
A Iker (49), informático, es más difícil encontrarlo solo en uno de estos espectáculos. Suele personarse con sus dos mejores amigos, a los que conoce desde que tenían cinco años. “A mi pareja no le va este rollo”, dice. La energía de los conciertos, la agradable compañía y las cervezas hacen más llevaderas las largas jornadas festivaleras. “No es muy cansado, siempre que esté bien organizado y tengas cierta cobertura de tranquilidad. Porque al día siguiente a lo mejor debo levantarme a las siete para currar. Es duro por no dormir. Pero si son grupos que te gustan, aguantas de pie lo que sea. Se te pasa volando”.
Cita a Foo Fighters, Los Suaves, Smashing Pumpkins y The Killers como sus grupos favoritos. “Con respecto a la actualidad, estoy totalmente fuera de onda. Me gustan los grupos de hace quince años”, concede. En su hoja de servicio constan citas históricas, como el primer Festimad de Móstoles, de 1996 (con Smashing Pumpkins y Rage Against the Machine), el BBK, el Azkena Rock (donde vio a Pearl Jam)… En 2017 él y sus amigos estaban en Mad Cool cuando se produjo el fatal accidente en el que perdió la vida un acróbata antes de la actuación de Green Day. También estuvo en el añorado Gutiérrez Festival, que en 1999 reunió a REM, Hole, Molotov y Placebo, entre otros, en Madrid. “Soy bastante festivalero”, admite. “Pero no solo voy a festivales. También soy asiduo a conciertos normales. Todo lo que sea música en directo me apasiona”.
Para todo hay una primera vez; también para apuntarse a festivales de rock, para lo que cualquier edad es buena. “Hacía veinte años que no iba a un concierto”, explica Humberto (50), ingeniero venezolano. El último fue de Metallica en Venezuela. El formato festival lo veo muy bien, hay diferentes alternativas… Y no soy de ver los conciertos sentado”.
“Fue el primero al que fui y acudí con toda la familia”, dice el alicantino Julián (52), que asistió a la edición de 2022 de Mad Cool con su esposa y su prole al completo. “Compramos el abono antes de la pandemia, lo fueron suspendiendo… Mi hija cumplía veinte años y lo compramos como regalo para ella, y para nosotros también”. Se considera coleccionista de vinilos y amante de la música desde niño. “Me gusta de todo tipo, indie sobre todo, pero también el hard rock”, dice. Y sobre su debut festivalero, afirma: “Una maravilla. Lo vi todo espectacular, muy fuera de serie. Estoy acostumbrado a festivales más pequeños, de los que hacen en la zona de Levante, y esto no tuvo nada que ver. Nos fuimos con muy buen sabor de boca y para el próximo año puede que repitamos. Todo esto me apasiona”.