Lo malo de un mito es que lo imaginamos eterno, nos resistimos a la idea de que pueda ser reemplazado por el hombre real. No es el caso de Joan Manuel Serrat porque él ya es imperecedero. Lo es su poesía, que hemos hecho nuestra, y lo es también él. "En la manera de quedarse fijo en sí mismo, seguro, sin concesiones a las modas, con una personalidad entera y hecha". Suscribimos las palabras que expresó el cantante Ramoncín hace un tiempo.
Serrat está a punto de cumplir 79 años. No es mala edad para jubilarse y ha decidido que es preferible ser él quien se va a que a uno le dejen atrás. Aun así, responde con infinita paciencia cuando le preguntan el porqué de su adiós: "Prefiero despedirme yo antes de que lo haga un virus o el público" y "antes de que alguien presuma de haber estado ahí el día en que caí". Son reflexiones que ha ido haciéndose estos últimos años y tienen como colofón su última gira 'El vicio de cantar (1965-2022)'. Ahora sí, resulta que su adiós era real y no pura retórica.
Con su último concierto, este 23 de diciembre en el Palau Sant Jordi de Barcelona cierra este ciclo de despedida que inició en abril de 2021 en Nueva York. Es un final lleno de arte y coraje. La expectación es mayúscula si tratamos de imaginar cómo condensará en un único recital 600 canciones y casi seis décadas de oficio cargado de memoria. Estos últimos días insiste en que no quiere lágrimas, pero son inevitables. También a él le embarga la emoción, igual que a sus músicos excelentes. El pianista y arreglista Ricard Miralles, su alma sonora, marcará los últimos acordes.
Se va satisfecho con la vida, henchido de orgullo por haber conocido mundo y haberse encontrado con gente magnífica. Se lleva también un buen fajo de reconocimientos por su brillante trayectoria y su aportación a la cultura. ¿Y a cuento de qué la tristeza si ha prometido que seguirá escribiendo canciones? Sospechamos que ese vicio de cantar que da título a su gira no tiene cura. "A la petanca no voy a jugar. Por no quitarle la pista a los más jóvenes", bromeó en una entrevista en televisión.
También insinuó que debería hacer un partido político de viejos. "Nos unen las reclamaciones, las ideas, el destino…". Esto último es menos creíble teniendo en cuenta que cuando le tentaron lo rechazó. Se conformó con luchar por la democracia y cantar para la libertad, "intocable y sagrada", aunque en su momento le costase censura, exilio e insultos.
Puede que sea tarde para emprender carrera como perito agrícola, que es lo que estudió en sus años mozos, pero no para seguir viviendo con la intensidad de siempre y amando con la ponderación que exigen las pasiones maduras. Desde hace 43 años, su único amor es Candela Tiffón. La conoció a la vuelta de su exilio mexicano, con 35 años. Ella tenía 20 y era hija de un acaudalado empresario de la alta sociedad barcelonesa. Encontró ese "terciopelo en la mirada" que anticipó en uno de sus primeros éxitos y le "flechó" de por vida. Después de un pasado sentimental ajetreado, Candela fue quien le enamoró de veras. La noticia de su boda, en 1979, dejó perplejo a todo el mundo. Hoy vive un amor consolidado y extremadamente discreto.
Antes hubo infinidad de conquistas, "mujeres estupendas que me trataron mucho mejor que yo a ellas", ha admitido en más de una ocasión. ¿Cómo no iba a enamorar con esa voz que acompañaba con su mirada profunda y una sonrisa guasona? Tuvo un loro, Matías, que aprendió a gritar ¡Visca el Barça! y a proferir palabras feas. Hay quien dice que durante años fue el guardián más indiscreto de sus secretos amorosos. Quizá por ello y después de algún bocado, acabó mudándole a casa de su excuñado, ya fallecido, el escultor Xavier Corberó.
En su historial se menciona a la cantautora Guillermina Motta, a la que Umbral describió como "la musa feúcha y graciosa de una cultureta que dio su fulgor en la España tardo franquista de los últimos sesenta". Serrat aún mantiene una excelente relación. "Cuando empezó a cantar -recordó no hace mucho ella en RNE- era el chico con los ojos más bonitos del Poble Sec, de l’Esquerra de l’Eixample, donde yo vivía, y de otros barrios que en aquellos tiempos ni él ni yo conocíamos".
Se dice también que vivió un breve pero intenso romance con la actriz Mónica Randall, que acaba de estrenarse como octogenaria. Ambos rondaban los veinte, pero ella, guapísima, era alérgica a las relaciones duraderas. Marisol fue su gran y tórrido amor de juventud que se consumó en un piso cercano al Camp Nou de Barcelona, su efímero nidito de amor. Ella le inspiró 'Tu nombre me sabe a hierba'. De Lolita Flores se ha escrito mucho, aunque hay quien se queda con su desgarro cuando canta ‘Mediterráneo’ como prueba de amor infalible.
Con Charo Vega, nieta de Pastora Imperio, vivió un amor platónico cuando ella era aún adolescente. Tuvo también alguna sueca en sus brazos. Con la modelo Mercedes Domenech tuvo a su primer hijo, Queco, padre de sus dos nietas mayores, Luna y Lucía. Ocho décadas de vida dan para querer mucho. En todos sus recuerdos encontrará bonitos argumentos para nuevas canciones. A Candela aún no le canta. "Ella se encuentra por encima de cualquier esquema de una canción", advierte.
Son padres de María, farmacéutica y periodista, y Candela, actriz, que también les han hecho abuelos de otros tres nietos. Al matrimonio le gusta cocinar y retarse a ver quién supera a quién. Ninguno imagina la vida sin el otro. En casa, Serrat es el padre, el abuelo, el hombre enamorado, pero no el artista.
Es también el amigo fiel, el de los de siempre y con sed de veinte años. "Decir amigo -cantó- es decir vino, guitarra, trago y canción". Ternura, billar y cine. Le deja gusto a mistela y a natillas con canela. "Un amigo -escribió en un blog- es alguien que primero me soporta, y yo le soporto a él con todos sus defectos y todas sus virtudes; alguien con quien tengo la capacidad de poder pelearme, claramente, sin que ninguno de los dos se ofenda, ni salga realmente perjudicado… Es difícil encontrarlo si no lo buscas. Se convierten para ti en lo más importante de este mundo, por encima de todas las cosas".
Podríamos mencionar a muchos, pero nos quedamos con Sabina, con quien ha recorrido el mundo, y con los artistas de su emblemática gira 'El gusto es mío': Víctor, Ana y Miguel Ríos. A Sabina dice que le otorgaría el Nobel de la Paz. Nos divierte pensar el tiempo que tendrán ahora para continuar sus estribillos graciosos acerca de la vejez, la juventud y el paso del tiempo.
Escuchar a Serrat con Ana Belén en sus reuniones privadas será un deleite reservado a esta cuadrilla entrañable de artistas. "La alegría que tenemos arriba del escenario la tenemos abajo", adelanta el cantante. Después de tantos años, Víctor Manuel ha aprendido que el paladar del amigo es demasiado exigente y se mosquea si un plato se retrasa. "Y ya no te digo si a él le sirven el último". Miguel Ríos zanja con una frase que explica por qué Serrat se despide dejando un excelente sabor de boca: "Es un tío acojonante, una de las mejores cabezas pensantes de mi generación".
Con Serrat se jubila una parte de nuestra historia que trasciende generaciones e ideologías. Se retira, pero su música se queda en nuestras vidas su sensibilidad y esa educación sentimental que nos regaló cantando a Machado, Miguel Hernández, Alberti o sus propios poemas en los que apila sus pequeñas cosas: "el milagro de existir, el instinto de buscar, la fortuna de encontrar y el gusto de conocer". ¿Mañana? "Es solo un adverbio de tiempo"