Los respectivos oficios de Carlos Sanmartín (75) y Pablo Pinilla (65) están en vías de extinción. Pero no son herreros, ni alfareros: pertenecen a la industria de la música. Sanmartín fue un ilustre ejecutivo discográfico; Pinilla, productor. Actualmente, sin embargo, muchos jóvenes que empiezan en la música son plenamente autosuficientes. No necesitan una compañía que edite sus discos y las nuevas herramientas tecnológicas hacen innecesaria la intervención de un productor que les dé brillo, espacio y pegada. Sin embargo, ambos sienten que tienen aún cosas que aportar, y lo han hecho publicando una curiosa antología que repasa cien años de música en España.
El barcelonés Carlos Sanmartín fue director general de EMI en España y de Sony Music en Argentina. Pablo Pinilla, guipuzcoano, empezó como músico en los dúos Pipol y Diseño para, a finales de los ochenta y principios de los noventa, vivir una edad dorada como productor especializado en grupos y solistas para fans, como Modestia Aparte, El Golpe, Platón, David Santisteban… Y también como compositor de temas para Raphael, Alejandra Guzmán, Thalía, David Demaría, Tamara, Il Divo, Edurne… En 1995 constituyó el sello Madison, que lanzó a Buenas Noches Rose (antecedente de Pereza). Es padre de las cantantes Elsa y Lara Pinilla.
Poco antes del inicio de la pandemia, Pablo escuchó a un joven vocalista que estaba grabando con su hija Lara y pensó que su estilo se parecía al de Camilo Sesto. Le pregunto si lo había escuchado mucho, a lo que el chico respondió: “¿Camilo qué?”. A Carlos Sanmartín, por su parte, le ocurrió algo similar: durante una charla ante un grupo de universitarios mencionó a Pink Floyd y un asistente levantó la mano, se puso en pie y preguntó: “¿Eso de Pink Floyd qué es?”. Los jóvenes no tenían conocimiento de los grandes de la música. Y, al menos en lo que a la española se refiere, decidieron hacer algo al respecto.
Tres años de trabajo han dado su fruto en forma de enciclopedia interactiva. Canciones. El álbum documenta un siglo de música en España, desde Concha Piquer y Manolo Caracol a Rosalía y C. Tangana, en un álbum —como su nombre indica— de cromos, formato upper por excelencia. Los cromos incluyen un código QR que remite a canciones del artista en cuestión en Spotify, de modo que el lector, mientras hojea el álbum, se convierte también en oyente de la música de sus protagonistas. Engloba todas las etapas y tendencias: no faltan los pioneros de los sesenta, los rockeros de los setenta, los cantautores, los flamencos, la rumba, los festivales, la nueva ola, la escena indie, el hip hop, la música clásica… El álbum puede adquirirse con todos sus cromos ya impresos o con los huecos en blanco y una caja que los contiene en su totalidad.
“Faltaba una colección de cromos de la música española”, dice Pablo Pinilla. Los cromos son un pasatiempo muy generacional: el propio Sanmartín es un avezado coleccionista (en su caso, de la Liga). “En Estados Unidos se pagan barbaridades por cromos antiguos de jugadores de fútbol americano —dice—, y en España, por el primer cromo de Messi con el Barcelona, se han pagado 40.000 euros. En El Rastro se juntan cientos de personas para cambiar cromos”. Música para aquellos que crecieron con los cromos o cromos para quienes crecieron con la música: esa es la receta.
Estos dos veteranos de la industria se han ocupado de todo el proceso, de la selección de artistas y la publicación hasta la venta on line. Pinilla se encarga del stock y Sanmartín de responder a los compradores. Tienen el almacén en sus casas, desde donde también llevan la tienda digital (ahora también está disponible en Amazon). “Estás con el ordenador arriba y escuchas a tu mujer abajo diciendo: ‘¡Ha entrado un comprador!’. Nos emocionamos como críos”, confiesa el productor.
Lo más complicado, afirman, ha sido pedir los permisos a las discográficas. “Pasamos un Excel a las compañías con nombres de artistas —recuerda Sanmartín— y nos decían: ‘Este no es nuestro’. Les respondía: ‘¡Cómo que no es vuestro, si fui yo quien lo fichó para la compañía!’. Han descubierto a un montón de artistas que no sabían que eran suyos”. Aseguran que la acogida ha sido muy buena por parte de los músicos, aunque solo cuatro han comprado el álbum: Joaquín Sabina, Tontxu, Queco y Hevia. “Lo de Sabina ha sido genial. Nos han contado que tenía el álbum encima de la mesa con los cromos desparramados y dijo que no quería ver a nadie hasta que acabara de pegarlos”, cuenta Pinilla.
La realización del álbum ha dado la oportunidad a estos dos egregios profesionales de hacer balance de cien años de música y refrendar cuáles fueron las etapas más vibrantes y creativas. “Sin duda, los setenta y los ochenta”, sostiene Sanmartín. “En los sesenta se hacían muchas versiones, se trabajaban mucho los éxitos anglosajones. Pero en los setenta llegan los cantautores y nace un producto local consistente. Después, cada vez más las ideas son recicladas. El indie no es más que la puesta al día de la música de los sesenta”.
La música que se hace ahora en general no les emociona. Tanto es así que cabe preguntarse si el álbum da carpetazo realmente a la historia de la música hecha en nuestro país. “Cuando oigo una letra que dice ‘mueve tu cucu’ y me entero de que la han escrito entre quince tíos…”, se asombra Pinilla. “Salvo contadas excepciones, hoy en día las canciones son de usar y tirar”, apunta Sanmartín. Entonces, lo que hemos conocido como pop y rock, ¿ha muerto? “No, pero está en fase terminal. De Estados Unidos, ¿qué bandas salen? Allí las tiendas de guitarras están cerrando”, responde el exdirectivo.
“Es una evolución lógica”, prosigue el ejecutivo. “Lo comparo con la época en que salió el rock and roll en Estados Unidos. La gente estaba acostumbrada a las orquestas de Glenn Miller, Benny Goodman… Vino el rock and roll y fue un cambio muy brusco. Ahora está pasando más o menos lo mismo. A nosotros nos horroriza la música de hoy, pero a la gente joven le gusta. La diferencia es que el rock and roll evolucionó muy bien y muy rápidamente. El único que está evolucionando para bien es C. Tangana”.
No solo lamentan el giro que ha tomado la música sino el modo en que actualmente se consume. “Yo se lo digo a mis hijos: cuando me pongo el Hotel California de los Eagles en el coche, me recuerda a cuando paseaba por La Concha con quince años y lo escuchaba en casete. Esos recuerdos no los van a tener los jóvenes de hoy. Se ha perdido el interés de coleccionar música. Cuando tengas 70 años, ¿qué vas a escuchar? ¿Un disco duro?”, se pregunta Pablo Pinilla.
“En el pasado —añade—, los artistas me preguntaban cuánto iban a ganar por royalties, yo sacaba una calculadora y se lo decía. Desde hace unos años, me preguntan: ‘Tengo dos millones de escuchas en Spotify, ¿qué me va a llegar?’. Les digo: ‘Ni puta idea’. Hay un algoritmo que lo calcula, pero nadie lo sabe. No es lo mismo que una canción suene a las diez de la mañana o a las once de la noche, con o sin publicidad, que esté en una playlist de Spotify o la de un particular… Eso para mí cierra puertas, porque estás en manos de una especie de inteligencia superior”.
Y junto con el tipo de música y la forma de consumo, también ha cambiado la industria. Carlos Sanmartín se alegra de haber “podido disfrutar de la época más bonita de la música: íbamos a la radio a presentar las novedades…”. Añora cuando ponía un disco a todo volumen en su despacho y enseguida se asomaban compañeros entusiasmados preguntando qué era aquello que sonaba. “Ahora está prohibido que escuchen música. Bueno, es que ahora ni van a la compañía. Han quitado las reuniones porque la gente no va a la oficina. Ahora a la mayoría de la gente que trabaja en las compañías le importa tres narices la música. Sabrán mucho de temas digitales…, pero nosotros vivíamos la música”.