Hace 17 años ver tocar a Bob Dylan en Madrid costaba 20 euros. Ese era el precio de la entrada general del concierto que dio el 8 de julio de 2006 en el campo de fútbol municipal de Collado-Villalba. En 2023, para asistir a un recital del bardo de Minnesota en la capital ha habido que desembolsar desde 85 euros por los tickets más baratos -y solo para personas con discapacidad- hasta más de 200 euros por los más caros. Por supuesto, ha agotado el billetaje para los dos conciertos en las Noches del Botánico que dará en junio. ¿Cómo hemos llegado a este incremento exagerado de unos precios que no hace tanto eran asequibles para una gran mayoría? ¿Se ha convertido el rock en un lujo solo para las clases pudientes?
Porque el caso de Dylan es solo uno más en esta frenética escalada de precios. Las entradas de pista más baratas para ver a Madonna en sus próximos conciertos en el Palau Sant Jordi de Barcelona costaban 200 euros más 26 de gastos de gestión (esa es otra batalla). Verla desde la grada más cara suponía pagar 300 euros, más una comisión de 40 por los gastos. Y eso sin contar con los paquetes VIP que incluyen ventajas y regalos, con precios que iban desde los 300 a los 1.020 euros. Prácticamente todas han volado.
Precios distintos para un mismo concierto según la ubicación en el recinto ha habido siempre, pero el problema es que las entradas más baratas, que eran las que muchos aficionados podían permitirse, se han puesto ya en niveles inauditos. Ver a Arctic Monkeys es imposible por menos de 93 euros, las entradas más baratas para Rod Stewart cuestan 86 y la pista para Coldplay está en 107. De hecho, rara es ya la entrada de pista que baja de la barrera psicológica de los 100 euros para cualquier estrella internacional.
Es evidente que después de la pandemia las cosas han cambiado. El escenario de inflación generalizada, el impacto de la guerra de Ucrania y la crisis energética seguro que no han ayudado. Si la cesta de la compra se ha encarecido es razonable que también lo haya hecho la música en directo. Los montajes, los desplazamientos y el alojamiento del equipo de gira cuestan más, pero no parecen ser suficientes razones para explicar esta tendencia tan desproporcionada.
Los artistas también han disparado sus cachés sustancialmente. Algo comprensible si entendemos que el mercado, tal y como lo conocíamos en los años 80 y los 90, ya no existe. Si antes los ingresos por las ventas de discos eran la parte principal del pastel de la industria, ahora eso se ha quedado en minúsculas migajas. En la era del streaming la mayor parte de lo que gana un artista procede de lo que genere en directo.
Y estos artistas tampoco están dispuestos a renunciar a la sangría de la reventa, aquellas entradas que se ponían a la venta en el mercado secundario a precios desorbitados. La consigna actual es que para que se lo queden los reventas mejor se lo quedan ellos. De ahí la moda de las entradas Premium y sus distintas variantes, así como sus precios dinámicos. Esos que están sujetos a un algoritmo ajustado a la ley de la demanda y que hace que entradas de 200 dólares pasen en cuestión de minutos a costar más de 1.000.
Fue sonada la polémica que involucró el pasado verano a Bruce Springsteen, prototípico 'héroe de la clase obrera', cuando algunas entradas para su gira norteamericana llegaron a dispararse hasta los 5.000 dólares. La tibia justificación del 'Boss' fue que solo un 11% de los tickets se pusieron a la venta bajo esa fórmula, pero para muchos aquello fue una traición en toda regla a los principios que siempre había defendido el músico.
Les guste o no a los artistas esquilmar a sus fans, prácticamente todos están pasando por el aro. El líder de The Cure, Robert Smith, es de los pocos que se niega participar en los precios dinámicos, calificándolo de "estafa codiciosa", y apuesta por el sistema 'Verified fan' -consistente en entradas nominales- para combatir la especulación. Admite, sin embargo, no poder hacer nada para frenar las dichosas tarifas de gastos de gestión. "Para ser claro, el artista no tiene forma de limitarlos. He estado preguntando cómo se justifican. Si obtengo algo coherente a modo de respuesta, os lo haré saber a todos”, ha contestado en Twitter a sus fans.
Llevamos tiempo escuchando que la burbuja de la música en directo va a estallar tarde o temprano, pero lo cierto es que, por mucho que suban los precios de las entradas, estas se siguen agotando. Y en cuestión de horas. ¿Es posible que nos falte dinero para completar la cesta de la compra pero estemos haciendo malabares financieros para ver a nuestros ídolos a precios prohibitivos? ¿Llegará un momento en el que no podamos más y digamos hasta aquí? ¿O simplemente los conciertos se están convirtiendo en un producto premium solo asumible por los más ricos? La respuesta, como diría Dylan, está soplando en el viento.