Para un músico, una guitarra es más que un instrumento: es una extensión de sí mismo, otra extremidad de su cuerpo. Y como tal, debe ser depositaria de su personalidad, brindar los sonidos que el artista lleva en su cabeza. No es raro, por tanto, que los profesionales de la música, sobre todo los más exigentes con su labor creativa, encarguen a expertos lutieres guitarras a medida. Y para muchos de ellos, como Alejandro Sanz, Manuel Carrasco, Juan Luis Guerra, Ed Sheeran, Jorge Drexler, Antonio Orozco, Vanesa Martín o Pablo Alborán, su lutier de confianza es el sevillano Antonio Álvarez Bernal (49).
“Alejandro suele pedirme un sonido más simple, más agudo, porque compone mucho con guitarra flamenca”, explica. Ahora va a entregar una guitarra al colombiano Jorge Villamizar, del grupo Bacilos, quien le solicitó algo completamente distinto. “Estuvimos hablando de los armónicos que busca, del tipo de sonido, si es más largo, más corto… Es un grupo de pop. Normalmente me dan algún ejemplo de sus canciones, y a partir de ahí ya sé las maderas que voy a necesitar. A veces hay que hacer dos guitarras a un mismo artista, porque al poco tiempo te piden todo lo contrario, una guitarra con la que puedan hacer otra clase de armonías”.
No hay dos modelos iguales en este oficio, de ahí que Antonio declare que “cada guitarra que se elabora es un reto”. Parte siempre de una misma solera: así se denomina la base sobre la que se irán montando las diferentes piezas de la guitarra y que sirve también para aportar el abombado necesario a la caja armónica. Pero aunque la solera es igual para todas, la confección de la guitarra varía dependiendo de muchos factores. “Hay que darle una tensión a la madera para que copie la solera, y cada madera tiene una densidad diferente. Por eso hay que hacer las guitarras de una en una. Es un proceso artesano cien por cien”, explica.
Y pone como ejemplo las guitarras que ahora mismo está fabricando en su taller. “Estamos haciendo dos en ciprés con abeto y cuatro en palosanto con cedro, y aunque todas se hacen con las mismas soleras, entre ellas ninguna es igual. Has de rectificar la elaboración en función de cómo responde la madera, variando, por ejemplo, el ángulo para que la cuerda tenga su tensión y el sonido sea lo más puro y largo posible, que es lo que se busca”, apunta el maestro.
“En este mundo —añade—, en el que cada músico tiene su personalidad, su forma de tocar, hacer una guitarra que se adapte a ellos es un reto muy difícil, pero a la vez muy halagador, porque cuando la recogen (y por mi tienda se pasan todos los músicos a retirar la guitarra), siempre me quedo con esa primera impresión, cuando la ven, cuando la tocan por primera vez… Me apasiona ver la cara que ponen: la sienten como si fuera su guitarra de toda la vida, cuando es el primer contacto que tienen con ella. Es una satisfacción inmensa comprobar que el trabajo de muchos meses (entre tres y cuatro), que a veces me quita el sueño, le satisface”.
Antonio fue cocinero antes que fraile, lo que en el sector que nos ocupa equivale a decir que fue músico antes que lutier. Estudió guitarra e instrumentos de viento en el Conservatorio de Sevilla. Al mismo tiempo, adquirió conocimientos de Botánica, especializándose en plantas exóticas, sobre todo de Sudamérica. De hecho, uno de sus primeros trabajos como botánico lo llevó a cabo durante la Expo de Sevilla, de 1992. En 1994 inició sus estudios de lutería, modalidad que aunaba sus dos pasiones: la música y los árboles (en este caso, su madera). Cuatro años después, abrió su primera tienda en Sevilla, mientras seguía formándose al lado de consagrados lutieres.
Asegura que es un oficio en el que nunca se deja de aprender. “Para hacer una gran guitarra, tienes que conocer primero la madera, saber cuándo está en su momento óptimo, cuántos años tiene para que su secado natural haga su función… Dependiendo de si es clásica o flamenca se requiere una madera u otra, y cada tipo necesita unos años de curación. En esta profesión cada día que pasa aprendes algo nuevo de las propias maderas, de sus tiempos de secado, de su tensión…”, afirma.
Sus primeros clientes fueron los músicos con los que tocaba. Después llegaron guitarristas profesionales, de los que tocan en la Feria de Abril, y profesores de tan español instrumento. Entre aquellos precoces interesados estaba José Antonio Rodríguez, reputado guitarrista flamenco, compositor y profesor en el Conservatorio Superior de Música de Córdoba (y autor de siete discos hasta la fecha). En 2004, Rodríguez acompañó como guitarrista flamenco a Alejandro Sanz en su gira mundial de No es lo mismo. Fue él quien un poco antes, en noviembre de 2003, presentó el lutier al famoso cantante y compositor.
“Cuando pasé a la música pop a través de Alejandro Sanz, cambié de metodología para hacer guitarras, algunas con sistemas de amplificación. La colaboración con Alejandro dura hasta el día de hoy. ¿Cuántas guitarras le he hecho? He perdido la cuenta. Ha estrenado muchísimas”, dice Antonio. De hecho, en 2019 el artesano llegó a lanzar junto con Sanz una serie de cuatro modelos (Cai, Triana, Manuela y La Loba) “que Alejandro quería ofrecer a sus seguidores, tanto músicos profesionales como público en general, con su sonido”.
La relación con Alejandro Sanz hace mucho dejó de ser la de lutier-cliente. “Tenemos un chat privado, con otros músicos muy importantes, y hasta lo que comemos todos los días nos lo contamos”, revela. “Cuando no está de gira, estamos todo el día de cháchara: cómo estás, qué comes… Con Alejandro el vínculo es casi familiar. Son muchos años trabajando juntos, acudo a casi todos sus eventos, recorro España con él en sus giras como amigo y también para estar cerca por si hay algún problema. Alejandro es una persona muy grande, pero a la vez muy humilde. Da gusto estar con él, muy humano. He ido muchas veces a su casa, tanto en Madrid como en Cáceres, y para mí es un privilegio enorme, porque de él he aprendido casi todo lo que sé”.
Como es lógico, en cuanto se supo en el gremio de Alejandro Sanz había puesto toda su confianza en él, otros muchos músicos de prestigio llamaron a su puerta. Por lo que Antonio da a entender, el boca a oreja y la cercanía en el mundillo funcionan a pleno rendimiento en su negocio. “Juan Luis Guerra me compró hace años una guitarra —dice— y la tiene en su estudio, en República Dominicana. Muchos músicos van allí a grabar. Uno de mis cantautores favoritos, el colombiano Andrés Cepeda, pasó por allí, vio la guitarra, le encantó y me dijo: ‘Quiero la misma guitarra que le has hecho a Juan Luis”.
Cuando no está en su taller, a Antonio puede encontrársele en los conciertos de sus clientes, donde además de prestar apoyo técnico si es necesario, hace valiosos contactos. “Me invitan a muchas fiestas privadas, como las que hacen los músicos internacionales después de sus conciertos en España. En verano sigo trabajando y los fines de semana, como yo digo, hago una tournée por España para asistir a esas fiestas, en las que estás rodeado de músicos, y gracias a eso he podido llegar a muchos guitarristas de primerísimo nivel”. El contacto se mantiene incluso después de la venta, ya que Antonio ofrece “una garantía de por vida”. Procura que el cliente sepa “que aquí va a tener su casa, para cambiar las cuerdas, realizar mantenimiento…”.
El precio de sus guitarras, hechas a mano con maderas de calidad, va de los 2.500 euros hasta los 15.000… Y eso si el cliente no pide algo superior, “con diferentes acabados y maderas específicas de corte único”; en ese caso, el valor puede ascender. Pero cualquiera que pase por delante de su tienda en pleno casco histórico de Sevilla, ya sea un estudiante o un turista curioso, puede hacerse con una buena guitarra, que en este caso puede costar de 400 a 1.200 euros.
Un oficio sin relevo generacional
Pero no todo es de color de rosa en el oficio de lutier. Con el auge de la música electrónica, el impulso de comprar una guitarra y formar un grupo ya no está tan presente entre los jóvenes, lo que ha hecho mella en el negocio. Lo han sufrido firmas míticas de guitarras eléctricas como Fender o Gibson, cuyas ventas han caído en picado en los últimos años. La tendencia afecta también a un fabricante de guitarras flamencas, españolas y acústicas como Antonio.
“Antes el 80% de los grupos tocaban una guitarra”, dice. “Ahora se hace casi todo con sintetizadores, ordenadores… Como el reggaetón, que está tan de moda entre los jóvenes”. Aun así, se aferra al optimismo: “Tengo esperanza de que la guitarra española se siga usando para crear música. Uno de los máximos exponentes del reggaetón, Maluma, actuó en Sevilla y miembros de su equipo vinieron para comprar dos guitarras para crear música con ellas. Espero que otros le sigan y se vuelva a una música más basada en los instrumentos”.
¿Está en riesgo de extención el oficio de lutier? ¿La fabricación de algo tan nuestro como la guitarra está en peligro? Antonio lo compara con la evolución de la música: “Cuando era más joven, el techno estaba muy presente, pero también había grandes bandas de rock. Ahora las grandes bandas de rock van desapareciendo, igual que los grandes lutieres. Sale gente joven, pero realmente se echa en falta que las siguientes generaciones sigan con la profesión. Y parece que no, que los grandes talleres van desapareciendo y los jóvenes no quieren continuar con esto. Es un trabajo muy sacrificado, hay que tener mucha afición, y a menos que lo hayas mamado porque tu padre o tu abuelo eran luthiers, no sienten esa inquietud”. Esperemos que la caja de resonancia de este oficio siga reverberando muchos años.