En casa de los Martínez, una imaginaria familia de los años ochenta que bien podría ser la propia, el primer radiocasete llegó en 1979. Por turnos, del más impaciente al más resignado, fueron escuchando a Camilo Sesto, los Beatles, Los Pecos y, por último, el dúo Enrique y Ana, que ya daba sus primeros pasos. La mezcla era singular, pero el repertorio de casetes no daba para mucho más. El causante de estos recuerdos es José El Francés, que ha rescatado para su último trabajo la portada de su primer álbum, 'Las calles de San Blas', con una imagen de joven con el radiocasete al hombro.
A nuestros jóvenes, nativos tecnológicos, hay que explicarles el significado de todo aquello. Les divierte saber que la forma más moderna de escuchar música era este reproductor de audio portátil que también integraba radio o que aquellas casetes se podían rebobinar con un bolígrafo, preferiblemente BIC.
Ni imaginan que la verdadera revolución en casa de los Martínez, como en tantos otros hogares, llegó cuando, ya en los ochenta, el benjamín de la familia recibió su propio radiocasete al cumplir los 15 años. Era un armatoste de color gris que, sin pensarlo dos veces, echó al hombro y lo sacó a la calle ese mismo día. Igual que si hubiesen sido convocados por una inexistente red social, todos los chavales del barrio bajaron con sus chándales a la plaza y emularon a esos grupos, Los Kappa, que bailaban break dance en los alrededores de Azca, el actual corazón financiero de Madrid, o en las bocas del metro.
A ciertas horas, el barrio parecía una película ambientada en el Bronx y los vecinos se acostumbraron a dormir la siesta con música de hip hop y break dance de fondo. Aunque la gente seguía escuchando la música en casa, el radiocasete se asoció desde entonces a la cultura urbana. Las ventajas frente al tocadiscos eran evidentes. Sobre todo, se transportaba fácilmente y tenía un poder de convocatoria extraordinario.
Te conectaba con tu pandilla, te daba sentido de pertenencia. Lo más incómodo era encontrar tu tema favorito y si te empeñabas en escucharlo una y otra vez, echabas por tierra la calidad el sonido. A veces la cinta se acababa rompiendo de tanto usarla. Visto con perspectiva, todo aquello también tenía su gracia.
No importa si fuiste mod y vestías con chaqueta, si te definiste como rocker o como punk o si lo tuyo era más el heavy. Da igual si eras tecno, moderno o siniestro. O si escuchabas a Iron Maiden, Mecano, Los Pecos, Scorpions, Leño, Los Chichos o Sex Pistols. Si fuiste joven en los setenta y ochenta, compartiste con tu generación el extraño lazo del radiocasete. Contaba con un altavoz, radio para localizar emisoras de AM y FM y una pletina de casete con opciones para grabar, darle hacia atrás o avanzar.
Las cintas de casete nacieron a mediados de los sesenta, aunque su mayor esplendor llegó una década después. Su inventor fue el ingeniero alemán Lou Ottens, que falleció en 2021 a los 94 años. Patentó el ingenio en 1964 y empezó a fabricarse masivamente. Él lo describió como "una sensación", pero fue mucho más. Cambió la forma de escuchar y de grabar música. El casete no era más que una caja de plástico con bobina, dos carretes y un almacén de hasta 80 minutos de música. Para la industria discográfica aquello era una locura fantástica por el éxito que suponía que la gente dispusiera de un radiocasete transportable a todas partes. Los grandes fabricantes de productos de electrónica compitieron por ofrecer la mejor versión y las cintas de más alta calidad.
Frente al disco de vinilo, la gente se dio cuenta de que podía disfrutar de la música en un soporte portátil y bastante más pequeño. El casete animó también a los músicos y muchos de los géneros musicales que triunfaron entonces, como el punk, el rock o el hip hop, le deben parte del éxito. Keith Richards, de los Rolling Stones, reconoció que fue fundamental para la banda, pero especialmente para crear 'Satisfaction'. Lo escribió mientras dormía y al despertar pudo rebobinar la cinta y escuchar los sonidos que no recordaba haber escrito.
Hay otra anécdota que tiene como protagonista al cantante sevillano Kiko Veneno, el día en que, recién llegado de Estados Unidos, encendió el radiocasete para que Rafael y Raimundo Amador escuchasen por primera vez a Pink Floyd. Según dicen, ese momento inspiró a Amador su fusión del rock con el flamenco. En 1992, el famoso autor de 'Echo de menos' dedicaba su particular estrofa en la canción 'En un Mercedes blanco': "Ponme, ponme esa cinta otra vez. Pónmela hasta que se arranquen los cachitos de hierro y de cromo".
En 2021, C. Tangana tiró de nostalgia y llenó su disco 'El Madrileño' de canciones que triunfaron gracias al radiocasete familiar. Incluyó temas de Calamaro, José Feliciano, Los Chichos, Pepe Blanco o Rosario Flores. El reproductor nos dejó también personajes icónicos, como Radio Raheem, el afroamericano del Bronx que escuchaba sin parar 'Fight the power', de la banda Public Enemy. La película era 'Haz lo que debas', de Spike Lee, y el actor Bill Nunn, fallecido en 2016 a los 62 años.
Ningún reproche al radiocasete, salvo que las pilas duraban poco y el aparato pesaba mucho. La polémica surgía al subir al coche. ¿Se escuchaba el radiocasete del coche o el "loro" de los adolescentes? Esto se solucionó con la llegada de los walkmans, aunque para entonces en casa de los Martínez había ya varios radiocasetes, algunos traídos por algún familiar desde Andorra, el paraíso de la tecnología en aquella época por una razón de impuestos. Con estos reproductores de casete portátiles con auriculares, los jóvenes podían disfrutar de sus bandas en cualquier lugar y sin molestar.
La tecnología siguió avanzando, unos dispositivos fueron enterrando a los anteriores. En los noventa llegó el CD (disco compacto), barato y potente. Las ondas sonoras se midieron en bits y la música quedó convertida en datos. El primer álbum fabricado en este formato fue 'The visitors', de Abba, pero el primero en salir al mercado fue '52 nd Street', de Billy Joel, en 1982. Las cintas de casete tuvieron su última oportunidad de vida en las gasolineras, bares de carretera y tiendas de segunda mano.
Enseguida llegaron los reproductores MP3, los USB, internet y, por último, el streaming. El radiocasete es hoy uno de esos productos icónicos que forman parte de nuestra memoria, aunque nunca faltan grupos de jóvenes que devuelven la música a la calle con loros de última generación y altavoces amplificados con conexión bluetooth al móvil. Quedan también nostálgicos que buscan algún modelo y tiendas como La Negra, en Madrid, donde es posible encontrar casetes.
Aunque su revival no ha tenido tanto éxito como el de los discos de vinilo, algunas cintas pueden llegar a costar hasta 60.000. Las de Aerosmith, The Artist y Grimes son algunas de las más valoradas. Lo paradójico es hablar del radiocasete cuando el último modelo de móvil en el que ahora escuchamos a nuestros grupos puede que haya quedado obsoleto antes de que este texto llegue al lector.