José El Francés dice, y lo dice con mucho arte, que su voz es "laína". Una palabra que en su jerga gitana y flamenquita significa que canta con voz rajada, melódica, vibrante, inconfundible, algo aguda, con la coloratura de 'Ya no quiero tu querer', la canción que le catapultó a lo más alto y con la que todavía hoy sigue emocionando a su público. A punto de abrir el festival Miradas Flamenkas, que se celebra en Madrid del 10 de noviembre al 2 de diciembre, repasa su vida ilusionado y con “fuego en la sangre”, como diría su admirado Camarón. "Viví tan deprisa que no pude saborear el éxito, pero lo mejor empieza ahora", explica.
Nació en Montpellier, en 1971, en una familia gitana de emigrantes. Podría haber continuado con el oficio de pintor de su padre, pero escuchó a Camarón en el tocadiscos familiar y perdió el sentido. Empezó a componer y le hizo unos tanguillos. El mismo año de su muerte, 1992, José El Francés grabó su primer disco, 'Las calles de San Blas'.
La fuerza de Camarón y la elegante Montpellier. Curiosa mezcla para echar raíces.
Mi infancia en Montpellier era una prolongación de mi familia en San Blas. Alegría, pasión y pureza. Guardo bonitos recuerdos, como la libertad que me daba la moto. Iba con ella al instituto y era mi único aliciente para asistir a clase y eso que no era mal estudiante. Sacaba buenas notas.
¿San Blas te estaba esperando?
En uno de mis viajes a Madrid, decidí quedarme en San Blas, en el poblado de Los Focos, con mi abuela Dolores, bisabuela de mis seis hijos y tatarabuela de mis otros seis nietos. Ella se crio en este barrio cuando solo había chabolas, con miseria, pero mucha dignidad. Salió adelante y con 94 años sigue arrancándose por bulerías o soleás. Tiene mucho arte. Hasta hace poco subía a un autobús con su mandil para ir a vender. Nunca ha dejado de contar en pesetas, pero lo hace con arte.
¿El pellizco se hace o se lleva en vena?
El pellizco se tiene o no se tiene. Camarón de la Isla lo tenía. Siendo hijo de canastera, fue uno de los mejores cantaores de flamenco, un revolucionario del cante. Puedes cantar bien, pero el pellizco es lo que te permite emocionar, lo que te da una personalidad genuina y lo que arranca el aplauso.
En 1998, José El Francés fue detenido en la avenida de la Albufera de Madrid por tráfico de drogas. Tres años después, en octubre de 2001, ingresó en la cárcel de Valdemoro para cumplir una condena de nueve años y un día, que luego fue rebajada.
¿Qué hay de cierto en la leyenda maldita del flamenco?
No existe más maldición que la costumbre de sacar de la biografía de los artistas un episodio ajeno a su creación y su talento. En mi caso fue una torpeza de juventud y, en lugar de insistir en ello, preferiría hablar de todo lo bonito que estoy viviendo ahora y de la música que me queda por hacer. Era un chiquillo cuando me detuvieron y estaba en plena gira.
Pagaba mis impuestos, daba conciertos por todo el mundo, tenía un público de miles de personas esperando, quince personas a mi cargo y, por tanto, otras tantas familias que dependían de mí económicamente. Me duele que un mal momento eclipse mi música. Mi flamenco es mi vida, mi legado, un sueño cumplido.
¿La cárcel ayudó a templar tu arte?
Aquellos días fueron un infierno y todavía me tiemblan las piernas cuando pienso en ello. Una noche estaba durmiendo en un hotel de cinco estrellas de Madrid y la noche siguiente en prisión. No dejé de componer y durante los permisos penitenciarios grabé mi tercer disco, 'Alma'. En él estaba 'Ya no quiero tu querer'. La música me salvó, pero también mi gente y la profunda fe que tengo.
¿Eres creyente?
Muchísimo y eso me ha mantenido siempre en pie. Toda mi familia gitana tiene una gran religiosidad y practica el culto.
Ahora presentas '30 años: de San Blas a Vallecas', ¿qué significado tiene para ti?
Es un trabajo muy hermoso donde repaso mis grandes éxitos y ofrezco nuevas versiones. Es un homenaje a aquel disco primero, 'Las calles de San Blas' y también al barrio que me vio nacer como artista. Es una mirada nostálgica a aquel joven lleno de ilusión, a la alegría del barrio, a una forma de cantar que no cambiaré, a mi alma flamenca, a mis raíces y a Madrid. Elegí esta ciudad para quedarme porque sus calles hierven vida. Me fascina su clima, su gente y su vida noctámbula.
Ahora que vuelves, ¿dejarás pasar menos tiempo entre disco y disco?
Por supuesto. Es un compromiso personal y con mi público, que nunca ha dejado de preguntarme para cuándo el siguiente disco. 'Respirando amor', en 2009, tardó cinco años en llegar. Después dejé pasar otros ocho hasta 'Hoy soy feliz'. Pero siempre he estado en los escenarios y cantando, que es lo que sé hacer. He actuado con Juan Carmona, Niña Pastori y una larga lista de artistas. Me encuentro mejor que nunca, con mejores registros que nunca y lo quiero aprovechar. También el flamenco está más vivo que nunca y yo seguiré con mi sello personal y actuando, si Dios quiere, con los mejores, como siempre he hecho. Con mi humildad, pero libre y con mucha pasión.
¿Cómo definirías el éxito desde los 52 años de vida?
En el año 2000 vendí un millón de discos e hice más de 300 conciertos. Fue una locura, pero al mirar atrás siento que no saboreé el éxito. Todo transcurría demasiado rápido, sin una pausa para recolocarte y disfrutar de lo que estaba viviendo. Los años me han permitido recobrar mi vida personal y me siento muy feliz. Sé que lo mejor viene ahora.
Siempre he puesto alma a las cosas, pero es ahora cuando he aprendido a detenerme para amar todo lo que me rodea y me gusta. La familia, sobre todo, que es mi pilar, pero también la vida, en general, y todo lo que tiene más o menos bueno, con sus luchas y sus magníficos momentos. Ese es mi gran éxito, independientemente de que tu concierto tenga lugar en un auditorio con miles de personas o un espacio más reducido donde me arrope un puñado de personas que aprecian mi música. El éxito es celebrar la vida con palmas, amigos y cantes.