En 1979, unos jóvenes del barrio madrileño de Prosperidad provocaron alzamiento generalizado de cejas y estupor a raudales saliendo al escenario uniformados de aviadores futuristas y coreando himnos subversivos como aquel impagable: “Nuclear sí, ¡por supuesto!”. A punto de cumplirse cuarenta y cinco años de su sonada irrupción, Servando Carballar (61) continúa al frente de este inefable colectivo cuyo nombre completo es El Aviador Dro y sus Obreros Especializados y que firma sus discos simplemente como Aviador Dro. El último, Como la luz radiante, acaba de ver la luz.
Como la luz radiante se grabó en directo en Madrid en 2019 para celebrar el cuadragésimo aniversario de la banda. La pandemia de covid frenó los planes de cumpleaños y ha sido ahora cuando el álbum ha salido a la venta a modo de pistoletazo de salida de los fastos que en 2024 conmemorarán el siguiente aniversario redondo. “Estamos retomando todo aquello que quedó en el cajón”, dice Servando. El disco incluye varios de sus temas más conocidos, alguno inédito (“Benito el funcionario”) y versiones de Joy Division, Devo y The Human League. “Es un homenaje a esos grupos que nos marcaron. Sigo siendo un fan. Escucho dos horas de música todos los días. Descubro música de Ucrania, de China…”, explica.
Publicaron en el sello Movieplay su primer disco en 1980: el EP La chica de plexiglás. Usaban sobrenombres: Servando era Biovac N. Su música, punk tocado con sintetizadores, no tenía igual en España. “Todo viene de nuestro amor por Isaac Asimov y la edad de oro de la ciencia ficción”, explica. “Al principio, en el instituto, éramos un grupo literario: hacíamos fancines… Cuando escuchamos a los Sex Pistols con ‘God save the Queen’, pensamos: ‘También podemos hacer esto’, y montamos Álex y Los Drugos. Y cuando descubrimos a Kratfwerk, se nos abrió el universo. Creamos el Aviador Dro. Gracias a nuestros teclados parecía que tocábamos bien, pero éramos muy malos como instrumentistas. Anteponíamos el mensaje de las letras a la música. Nos consideramos hombres de acción, ni siquiera artistas; trabajadores de la estética o de la información”.
Puede parecer que, por lo inunual de su sonido y su aire intelectual, mantenían las distancias con otros creadores de la movida madrileña como Alaska o Pedro Almodóvar. Pero estaban en el mismo círculo. “Éramos fans mutuos. En el single de ‘El bote de Colón’ [de Alaska y los Pegamoides] nos mencionan como su grupo favorito. Teníamos mucho contacto con Los Nikis, con Siniestro Total, con Gabinete Caligari, con Loquillo… Había mucha comunicación porque éramos relativamente pocos. Yo he estado en conciertos de Los Pegamoides con quince personas. El primer concierto que Los Pegamoides y nosotros dimos fuera de Madrid lo hicimos juntos: en Zaragoza. Nos considerábamos muy cercanos. Estuve en el estreno de Folle… folle… fólleme, Tim (1978), la primera película de Pedro Almodóvar, rodada en 16 mm, antes de Pepi, Luci, Bom, y no había más de cincuenta personas”.
Recuerda aquellos años como una etapa de libertad siempre a punto de romperse. “Había la sensación de que aquello no podía durar. No nos extrañó nada el 23-F. Pensábamos: ‘Nos han dejado de repente hacer de todo, pero en cualquier momento se va a acabar y alguien va a levantar la pistola’. Cuando el Aviador Dro salimos de nuestra primera sesión de fotos, con diecisiete años, íbamos vestidos de aviadores, por supuesto; enfrente había una comisaría, y los policías nos detuvieron por la pinta que llevábamos. Llamaron a nuestros padres, porque éramos menores de edad… Pero nuestra primera sesión de fotos acabó en el cuartelillo sencillamente por existir”.
En vista de que ninguna compañía aceptaba sus siguientes maquetas, en 1982 crearon su propio sello, al que bautizaron convirtiendo su “apellido” en siglas: resultó ser DRO (Discos Radioactivos Organizados), que en lo sucesivo desempeñaría un papel crucial en el lanzamiento de otras bandas emergentes como Gabinete Caligari, Parálisis Permanente, Glutamato Ye-yé… En ese periodo, Aviador Dro vivió su momento de gloria cuando Los 40 Principales empezó a programar su imprescindible “Selector de frecuencias” (1982) en la versión remezclada por el productor Julián Ruiz, que además era locutor de la cadena.
En 1993, la multinacional Warner Music compró DRO, y Servando dejó su sello. Montó otro también independiente, La Fábrica Magnética, que pese a publicar excelentes discos le llevó a la ruina. Más visión comercial tuvo después, cuando constituyó la cadena de tiendas Generación X, especializada en comics, libros ilustrados y juegos de rol y de mesa, que cuenta hoy con diez sucursales en Madrid y varias más en otras ciudades, puntos de reunión de ese colectivo al que suele denominarse “friqui”.
No se ofende si se le llama friqui. De hecho, se considera pionero de esa tendencia. “En los ochenta nos llamaban nerds. Nos consideramos también pioneros de eso, porque éramos totalmente nerds. Cuando ves en Stranger things a los chavales jugando a Dragones y mazmorras en el sótano, así éramos nosotros. Ensayábamos en mi casa y a continuación jugábamos a Dragones y mazmorras, a algún juego de ciencia ficción o a lo que fuera. Nos sentimos completamente identificados con ese perfil, que hoy en día está muchísimo más asimilado. El 50% de la programación de la televisión proviene del mundo del cómic, de la ciencia ficción o de la fantasía”.
Aparte de la independencia y del friquismo, son pioneros de otras cosas. Como la música electrónica, a la que supieron aportar un toque de emoción, incluso de romanticismo (“Selector de frecuencias”, “Programa en espiral”, “Amor industrial”), a pesar de sus letras científicas. “En la antigüedad, ciencia y filosofía eran lo mismo. Viene de leer a gente como Arthur G. Clarke o Ray Bradbury, que incorporaban esa melancolía y ese romanticismo a elementos que te pueden mover las neuronas además de los pies. Nosotros decíamos que las discotecas son las catedrales del futuro y las discotecas, de hecho, lo que hacen es socializar el arte a unos niveles muy básicos para que te mueva las neuronas. No concibo la música ni el arte en general sin que tenga un reflejo de la vida cotidiana y sin posicionarte; las canciones de amor o de ‘voy a salir a emborracharme’ para nosotros no tienen sentido. Queremos transmitir un mensaje”.
Sus letras están cargadas de proclamas anticapitalistas, contra la religión, contra el comunismo, contra toda tradición. En sus conciertos rociaban al público con octavillas revolucionarias. “Nuestra ideología es la anarquía científica. Éramos punks científicos, del conocimiento. Lo que siempre hemos pensado es que la política conduce fácilmente a la corrupción. Odiamos el pasadismo y los partidos conservadores, y la izquierda no nos da muchas alegrías. A ese respecto nos consideramos anarquistas”.
Su devoción por el futuro deparó que en muchas de sus canciones adelantaran cuestiones que tiempo después han estado de plena actualidad. Uno de los más claros ejemplos es “La televisión es nutritiva”: “Hoy, con las plataformas, tiene más sentido que nunca”, dice. “Amor industrial”, en la que se habla de enamorarse a través de una pantalla, parece un presagio de Tinder.
“Éramos futuristas”, argumenta. “Estudié historia, y me fascinaba la teoría de que estando atento a los datos y a la actualidad, podías elaborar una predicción del futuro y orientarte hacia ello. Como grandes fans de la ciencia ficción, eran cosas que sabíamos que iban a ocurrir. Como la desaparición de la URSS, el surgimiento de Spotify… Ya en un evento en 1986 dijimos que el futuro de la música estaba una base de datos universal a la cual se iba a enganchar la gente. No es que tengamos una bola de cristal; si uno está atento a las señales de lo que pasa a su alrededor, puede hacer augurios. El futuro no es algo que te viene encima. Cada cosa que ocurre es consecuencia de lo que ha sucedido antes”. Su próximo vaticinio es sobre la Inteligencia Artificial: “Va a ser más impactante que la imprenta: va a cambiar la civilización entera”, pronostica.