Este 2024 Jaime Urrutia sale de nuevo a la carretera y ha puesto a su gira el título de La culpa es mía. ¿La culpa de qué? Hace algo más de un año, en febrero de 2023, Edi Clavo, batería y excompañero de Urrutia en Gabinete Caligari, hizo unas declaraciones en Uppers en las que mostraba su descontento por cómo Jaime había puesto fin a la mítica banda, razón por la cual, añadió, jamás volvería a subirse a un escenario con él. “No fue del todo franco con nosotros”, se quejó Edi Clavo. “Nos dijo que quería dejarlo un tiempo… Luego nos enteramos de que ya había firmado un contrato como solista (…) Por mi parte, no volvería a tocar con Jaime en ningún sitio. Eso se acabó”.
Ahora Urrutia hace acto de contrición. “Leí una entrevista a Edi en la que aseguraba que no volvería a tocar conmigo”, nos dice. “Puedo entenderlo, pero me jodió mucho. No fue agradable leerlo”. Decir que se emociona cuando aborda abiertamente tan escabroso asunto sería exagerado; pero sí que del tono de sus palabras se desprende claramente la pena que le produce la grave desavenencia, al parece irreparable, que ni siquiera el tiempo ha curado, y que le separa de dos personas por las que, afirma, siente profundo afecto.
“Si algún día los viera, les daría un gran abrazo”, dice. “Los quiero, los aprecio mucho, los considero mis amigos, aunque no me hable con ellos. Han sido mis amigos del alma. Nos compenetrábamos perfectamente: yo era el compositor, Edi se dedicaba más a la imagen, a las portadas, y Ferni [Presas, bajista] era el hombre que trataba con mánagers y se ocupaba de las cuentas. Formamos una piña durante veinte años. No tengo relación con ellos. No tengo ni su teléfono. Sé cómo les va, sé que Ferni atravesó un momento personal muy duro en la pandemia… Yo los sigo queriendo mucho. Los llevo aquí [se toca el pecho]. Con ellos he vivido los mejores años de mi vida”.
Pero ¿fue o no sincero en la forma en que comunicó a sus entonces compañeros que dejaba Gabinete Caligari? “Creo que se lo dije claramente: ‘Gabinete se ha acabado y quiero empezar una carrera en solitario. Lo siento mucho, de verdad. Sé que queréis seguir’. Habíamos estado juntos casi veinte años y todo cansa en la vida. Fue un grupo con personalidad y dejamos buen sabor de boca. Sentí mucho la separación. Pero necesitaba seguir en solitario. Me jodió mucho porque se lo tomaron a mal. Comprendo que es duro: ‘Llevo veinte años dedicándome a esto y de un día para otro me dicen adiós’. Fui yo quien cortó la historia de Gabinete, y lo siento”, declara, entonando el mea culpa.
El 13 de octubre de 1999, Jaime Urrutia citó en su casa a Edi Clavo y Ferni Presas con la excusa de repasar un papeleo legal; una vez allí, y como se cuenta en la excelente biografía Gabinete Caligari. El lado más chulo de la movida (2004), de Jesús Rodríguez Lenin, les soltó la bomba: Jaime daba por terminada la relación profesional que los unía. En las declaraciones para ese libro Urrutia aceptaba que, para rebajar la intensidad del golpe, omitió que pensaba seguir en solitario. “Es cierto que no les hablé de mi proyecto; me parecían dos noticias demasiado fuertes para el mismo día y que las cosas se irían aclarando poco a poco. Reconozco que me equivoqué. Desde aquí mis disculpas”, dijo entonces. Había otras razones para querer poner punto final a la banda: discrepancias musicales y por el reparto de los derechos de autor de las canciones y decepción con la acogida comercial de los últimos discos.
“Aquella conversación fue difícil”, evoca ahora. “Les dije que Gabinete ya había cumplido su función. Ellos opinaban que no, que podíamos seguir sacando discos. Había conocido a otra gente, como el teclista Esteban Hirschfeld [que tocó en Camino Soria (1987), Privado (1989) y Cien mil vueltas (1991) y produjo Gabinetíssimo (1995)], en quien me he apoyado mucho en todos mis discos en solitario. Me siento orgulloso de haber estado en Gabinete Caligari. Nos fue de puta madre porque teníamos algo distinto. Dejamos buenas canciones. Ahora los músicos más jóvenes de mi banda me dicen: ‘Joder, maestro, esta de pequeño me la ponía mi padre’. Me siento orgulloso”.
Un par de meses antes de aquella reunión en casa de Jaime, Edi Clavo supo por boca de su entonces mánager, Manuel Notario, que este había logrado rescindir el contrato que los vinculaba con la que a la postre sería su última discográfica, GET. Cuando en marzo de 2000 —cuatro meses después de la reunión— Edi recibió la llamada de Jaime y este le anunció que tenía una oferta de DRO para grabar en solitario, el batería dedujo que la maniobra de Notario había ido encaminada a liberar a Jaime de ataduras para que pudiera firmar el contrato. Después de aquella conversación telefónica de marzo de 2000, Edi y Jaime nunca más volvieron a hablar.
De modo que el nombre de la gira encierra, en parte, la aceptación pública de la culpa por la separación de Gabinete Caligari y, por extensión, del brusco distanciamiento con sus excompañeros, con las declaraciones de Edi Clavo a Uppers como detonante. “Si… Lo he pensado. Supongo que ellos lo van a pensar también cuando lo vean”. Destila talante conciliador, pero con un punto bromista: el título es un guiño a “La culpa fue del cha-cha-cha”, una de las canciones más populares de la banda y más odiadas, según Jaime, por Edi y Ferni.
“Cuando salió, de pronto nos convertimos en un grupo que gustaba a las madres. La imitación de Martes y Trece [sobre ese mismo tema], que a mí me encantó, a ellos les irritó. Les hizo daño. Iban de rockeros auténticos. Les dije: ‘Chicos, no pasa nada, le viene de puta madre al grupo’. Los fans saben que no somos unos horteras. Pero no les sentó nada bien”.
“En la banda yo era el más divergente”, explica Urrutia. “A ellos les gustaba mucho el rock de los setenta, y a mí de vez en cuando me salían cosas distintas, incluso de bossa nova; era más ecléctico. Cuando tocó Nirvana en Madrid [el 8 de febrero de 1994], ellos asistieron al concierto y yo no pude. Me dijeron: ‘Joder, Jaime, te has perdido a Nirvana, qué cosa más buena’. A mí no me interesaba tanto”.
Y añade, poniendo fin a la cuestión: “Yo sí volvería a tocar con ellos. Quizá para hacer una gira no, pero sí para algún concierto especial”. Revela que la reunión estuvo a punto de materializarse antes del confinamiento por covid: “Nos ofrecieron hacer una gira de cuarenta conciertos; lo hablamos a través de otras personas (yo a través de mi hermano) y hubo un momento en que los tres dijimos que sí. Se suponía que iba a haber mucha pasta. Pero nos enteramos de cosas raras del tío que iba a organizarlo y al final no se llevó a cabo”. ¿Podría llegar a suceder en el futuro? “Lo veo difícil, pero en la vida nunca se sabe”.
Alguien con conocimientos de psicología inferiría de lo expuesto hasta ahora que Jaime Urrutia, a sus 65 años, está en una etapa en que quiere saldar cuentas pendientes, hacer borrón y cuenta nueva, ponerse en paz consigo mismo y en orden su vida. También ha reorganizado su estructura de trabajo: a principios de este año cambió de mánager y ha reclutado nuevos músicos para afrontar la gira (solo el bajista Ambite, originalmente en Pistones, perdura de formaciones anteriores de Los Corsarios), que arranca el 5 de abril en Murcia y pasará por el teatro Barceló de Madrid el 18 de mayo. “Llevaba desde 2002 con la misma banda. Necesitaba un cambio”, dice.
Aunque el año pasado hizo unos quince conciertos, quería emprender para esta temporada una gira en condiciones. “Me apetece tocar. Los viajes, la carretera… todo eso es un poco coñazo, pero cuando estoy cinco meses sin tocar, lo echo de menos”. Su repertorio lo componen éxitos de su periodo en Gabinete Caligari y en solitario; una carrera por separado que no puede decirse que sea muy prolífica: en veintidós años ha publicado solo tres discos de estudio, y el último, Lo que no está escrito, data de 2010.
No rehúye la autocrítica. “Con Patente de corso [el primero que publicó tras la disolución de Gabinete, en 2002] el listón me lo puse bastante alto. Con el tiempo me he dado cuenta de que los últimos discos no eran tan buenos. Pero tienes canciones y sacas un disco, aunque a veces notas después que no era lo que esperaba la gente ni esperaba yo”. En todos estos años, Urrutia ha vivido de lo que ganaba con los conciertos y las rentas de sus canciones.
“Es difícil mantenerse ahí, pero tampoco tengo ningún ansia de ser muy rico y muy famoso. Ganamos mucho, pero no nos forramos como se pudo forrar Mecano. No tengo negocios [aunque en 1987 Gabinete Caligari abrieron un bar en Madrid, Cuatro Rosas, que estuvo en funcionamiento tres años]. No sirvo para otra cosa que para hacer música”.
Le pregunto si siente nostalgia de los ochenta. “Se echa un poco de menos”, reconoce. “Fueron unos años muy bonitos, en los que pasaron muchas cosas. Salimos muchos grupos y realmente ninguno pensábamos que íbamos a vivir de la música. Siento nostalgia de la camaradería que había en Gabinete, que era un grupo muy unido, de los buenos momentos, las buenas canciones… Camino Soria creo que es un disco que está muy bien. No me gusta que hablen de ‘grupos de los ochenta’. La vida sigue, debes seguir con tu historia, pero si me preguntas si siento nostalgia o no, la respuesta es sí. Los veinte años: todo el mundo echa de menos sus veinte años. Fui afortunado y tuve unos veinte años muy ricos, en los que aprendí mucho y conocí a mucha gente, e incluso me hice famoso. Sí, sí, lo echo de menos, no puedo decirte que no”.
En su opinión, el recuerdo que hoy se conserva de la movida madrileña, fenómeno en el que Gabinete Caligari ocupó posición estelar, está un tanto distorsionado: no todo fue de color de rosa fluorescente. “La droga hizo mucho daño a mucha gente. Nuestro saxofonista, Ulises Montero, murió por un pico [en 1986, con 33 años]. Había gente cercana que veías que iba desapareciendo poco a poco.
Eduardo Benavente [de los Pegamoides y Parálisis Permanente] murió en un accidente de coche [a los 20 años], pero hay un santuario ahí de gente que merecía la pena. Se pagó un precio. Yo probé de todo, no he sido ningún santo, pero no me enganché. Me da la sensación de que se recuerda solo la parte más festiva o se le da un enfoque peyorativo por las drogas”.
Jaime Urrutia, Edi Clavo y Ferni Presas empezaron a tocar juntos en 1977, en el grupo Rigor Mortis, que en su brevísima historia solo ofrecieron un concierto, como teloneros de Burning, en la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Por entonces eran un cuarteto, con Eugenio Haro Ibars (hijo del escritor Eduardo Haro Tecglen) a la guitarra. Tras un breve paréntesis, durante el que Jaime se incorporó a Ejecutivos Agresivos, Edi a Ella y los Neumáticos (con Christina Rosenvinge, que había sido novia de Jaime) y Ferni a Los Automáticos, se reunieron para formar primero Los Drugos y, en 1981, ya sin Eugenio, Gabinete Caligari.
Aunque en un primer momento querían sonar como The Jam, rápidamente se contagiaron de la corriente pospunk o afterpunk (o la “onda siniestra”, como se decía en España) a través de su amigo Eduardo Benavente, de Parálisis Permanente. De hecho, el debut discográfico de Gabinete fue un EP compartido con Parálisis, en el que cada grupo ocupaba una cara con dos canciones (las de Gabinete, “Golpes” y “Sombras negras”). Jaime, Edi y Ferni llevaron al extremo esa oscura tendencia, que buscaba erigirse como antítesis del pop colorista y desenfadado de Alaska o del más convencional de Los Secretos, Nacha Pop y Mamá.
En sus primeros conciertos proyectaban fotos tétricas de guerras, cementerios militares, Mussolini y Stalin; se acompañaban de iconografía nazi (camisas negras, brazaletes) y en su presentación en Rock-Ola, el 29 de enero de 1982, a Jaime no se le ocurrió otra cosa que saludar a la audiencia con un intempestivo: “¡Buenas noches, somos Gabinete Caligari y somos fascistas!”. “Era por la provocación del punk. Había que llamar la atención. Eduardo Haro Ibars [hermano de Eugenio y apreciado poeta, ensayista y novelista, fallecido en 1988] me dijo: ‘Jaime, si quieres dedicarte a esto, has de desmarcarte’. Aquel rollo era por provocar, aunque tampoco decíamos tonterías todo el rato”, dice Jaime.
“Hoy no podríamos haber salido así”, sostiene. Considera que las redes sociales, depósitos de odio, imponen cierto tipo de censura. “Tengo perfiles en redes, pero me las lleva mi mujer. Muchos se creen muy listos y vuelcan su mala hostia. Cuando empecé en solitario creamos una página web y la mayoría de la gente era respetuosa en sus comentarios, pero ya había tocapelotas: ‘Te voy a matar como a un toro’; eso me lo han dicho. De tener que cerrar la página web. Internet está de puta madre, puedes encontrar cualquier cosa que busques, pero eso de las redes sociales… nunca lo he entendido”.
También habría sido recibida con estupor la etapa dorada de Gabinete Caligari, cuando depuraron un estilo propio que podría llamarse “rock torero”. Fue el tramo más exitoso de su carrera, con trabajos como Cuatro rosas (1985), Al calor del amor en un bar (1986), y los ya referidos Camino soria, del que se vendieron más de 300.000 copias (triple disco de platino) y Privado. Las disqueras se los rifaban. La multinacional EMI pagó a cada componente cuatro millones de pesetas en concepto de adelanto, y a DRO diez (era su compañía hasta entonces, con contrato en vigor), para poder ficharlos en plena grabación de Camino Soria.
“En ‘La culpa fue del cha-cha-cha’ y un par de temas más tocamos el mundo de los toros, del que hoy es tan difícil hablar. En los ochenta estaba mejor visto. Ahora una canción como esa, con el lenguaje taurino y el ‘palpando tu faja’, podría parecer machista. Pero en los ochenta se podía decir todo, ahí tienes a Las Vulpes y ‘Me gusta ser una zorra’; que hoy también se dice, pero en un contexto diferente”.
Aun así, la raigambre taurina de Urrutia —su padre, Julio de Urrutia, fue crítico taurino del diario Madrid—, se ha ido desinflando con el tiempo: “El mundo de los toros está condenado; no sé si durará cincuenta años o cien. He dejado de ir a la plaza. Hace dos años empecé a aburrirme. Y también he pensado que al toro no se le puede hacer daño”.
En este momento axial en la vida Jaime Urrutia, en el que todo se lo replantea, puede haber tenido no poca influencia el problema de salud que padeció hace casi dos años. Mientras charlamos en un bar cerca de Las Ventas, Jaime bebe un refreso de cola variedad zero mientras mira con melancolía la cerveza del periodista. Ha dejado por completo el alcohol, y también el tabaco, después de que le detectaran una enfermedad del aparato circulatorio. “Ahora estoy bien —dice—, pero debo cuidarme. Camino mucho, no me tomo ni una cerveza… He adelgazado mucho. No me costó dejar la cerveza, me costó más el tabaco. Te das cuenta de que hay que parar, porque las arterias se van taponando y puede ser muy problemático”, explica.
Desde hace dieciséis años comparte su vida con May Paredes, escritora, articulista y, en su día, una de las musas de la movida madrileña. “La conocí en Rock-Ola”, recuerda Jaime. “Ella tenía doce años. Era una niña. Se disfrazaba de mayor. Después nos volvimos a encontrar… Las vueltas que da la vida. Y estamos muy bien”. Jaime tiene una hija, Layla, de una relación anterior, con Marisa (a quien conoció en 1987 cuando ella entró a trabajar como camarera en Cuatro Rosas); Layla, que ha cumplido ya los 27, no ha mostrado interés por seguir los pasos de su padre en la música. “Aprendió a tocar la guitarra, pero prefiere practicar la hípica”.
Prueba de lo bien que se encuentra Jaime es que hace planes a largo plazo, y ya sabe lo que hará cuando termine la gira que en estos días arranca: lanzará nuevo disco. “Tengo canciones casi para un LP. Sobre todo músicas. A los textos les doy muchas vueltas. Después de este año espero grabar un disco nuevo, me hace ilusión. Está difícil el mundo de la música para los que hacemos rock más clásico, pero sé que tengo gente que me sigue y me quiere. Algunas canciones tienen siete u ocho años. Tengo acabadas dos letras. En una, que se titula ‘Un mundo mejor’, envío un mensaje positivo y hablo de la gente que intenta hacer un mundo mejor, que es lo que yo intento con mis canciones”.