La trascendencia es una aspiración legítima de cualquier artista. Por eso cuando Damon Albarn gritó "Ah ah ah / ah-ah aaaaaah" ante el público de Coachella y este no le respondió nada, se quedó bastante perplejo. "Ah ah ah / ah-ah aaaaaah" repitió rascándose la cabeza. Silencio. O peor, solo el ruido de varios miles de espectadores pasando de su cara. Y del estribillo de 'Gilrs & Boys', un tema que tú, lector, habrás bailado, y coreado unas trescientos sesenta y siete mil y una veces. ¿Cómo llegamos a esto?
Tras viralizarse las imágenes del a ratos perplejo, a ratos indignado -llegó a decir que se largaba del lugar 'y ahí os quedáis'- líder de Blur, el debate en redes ciertamente ha dado mucho de sí. Hay varias posiciones interesantes pero todas apuntan a un evidente conflicto generacional. Después de todo, como señalan algunos usuarios de X, "Blur fue relevante hace 25 años, pero dejó de serlo". "El 90 por ciento de la gente que estaba en el concierto ni siquiera había nacido cuando Blur cortaba el bacalao" señala otro.
Hay bastante de verdad en todo eso. Para empezar, para nadie es un secreto que, particularmente desde la eclosión de la telefonía móvil, los artistas ya no performan para la gente sino para multitud de 'lives de IG' o 'reels de Tik Tok' , es decir, donde había miles de personas espectando, ahora hay miles de pantallas apuntando. Y no, no mola.
Por otro lado, la pregunta que te puedes estar haciendo, lector, seguramente es la misma que se hizo Damon en ese momento: ¿para que diablos vienes a un concierto de Blur si no disfrutas de sus canciones y no te sabes (o no te interesa) su jodido tema más emblemático? Una inquietud legítima cuya respuesta seguramente no te gustará: mucha de la gente que va a conciertos ni siquiera va por la música. El espectáculo, verás, ya no está solo en el escenario, sino que, vía Iphones y Androids, ahora hay cientos y cientos de influencers- e instagramers y tiktokers- que se apropian de él, atomizándolo en redes, repartiéndose pedacitos de atención y, por qué no, monetizando sus 'experiencias'.
¿Que si el público está cambiando? No, amigo, el público ya cambió. La 'experiencia' es otra. Probablemente nunca volverás a ver a la gente adorando a alguien de la manera que adoraba a Morrissey -que hoy es un señor de derechas, todo hay que decirlo-, sin quitarle los ojos de encima y recorriendo, en muchos casos, su cuerpo con sus manos. Porque el público de hoy no tiene manos, tiene móviles. Y es hacerse a la idea o convertirte en un cenizo. Afortunadamente plazas hay muchas, y si todavía hay gente coreando a los AC/DC o disfrutando como acaban de hacer miles de madrileños con Depeche Mode, todavía hay esperanzas para Blur.
Eso, sí, mención aparte merecen, por supuesto, los organizadores de macrofestivales cuyo criterio para elaborar los carteles parece ser meter en un batiburrillo espectáculos con públicos de expectativas (y bagajes) muy distintos. Sobre todo teniendo en cuenta que Coachella es un festival que se realiza en la California del ya bien entrado s. XXI y que las otras propuestas poco tenían que ver con una veterana (y ciertamente entrañable) banda inglesa del s. XX.