En enero de 2016, pocos días después del fallecimiento de David Bowie, José Manuel Sebastián entrevistó al músico estadounidense Elliott Murphy. Sebastián, de 54 años, es periodista y locutor de Radio 3 (en la actualidad dirige y presenta el programa Que parezca un accidente). Como es lógico, aprovechó su encuentro con Murphy para preguntarle por la figura de Bowie, y el entrevistado se prodigó en halagos, subrayando la influencia del creador de Aladdin Sane en el discurso cultural de nuestro tiempo y culminando su panegírico con una rotunda afirmación de carácter general: “Todas las revoluciones sociales del siglo XX se hicieron en el nombre del rock”. La sentencia impactó a Sebastián, quien decidió investigar qué tenía de cierto; este 2024 ha publicado sus conclusiones en un ensayo titulado Rock & revolución (Sílex Música).
“Me quedé como: ‘Es una frase demasiado maximalista”, recuerda ahora el autor del libro. “Es verdad que hay una mística en el rock and roll: como ha sido el último invitado de las grandes historias culturales del siglo XX, parece que fue la que terminó por romper el sistema. Y esa mística permanece, por una cuestión generacional. A la gente que tenía 70 años en 1970, que había vivido mil revoluciones culturales, el rock and roll no le decía tanto; como esa gente ya se ha muerto, quedamos los hijos de los que hicieron esa revolución. Si hablamos de una cuestión universalista, de qué movimiento cultural ha llegado a todas partes y a todas las edades, seguramente ha sido el rock and roll”.
La premisa es, pues, averiguar si el rock, ya fuera a través de sus letras o mediante su propia idiosincrasia, ayudó a inculcar en la sociedad determinados valores positivos, como la igualdad de género, el pacifismo, la lucha contra el racismo o la liberación sexual, y otros cuya benignidad sería discutible, pero que desde luego tienen mucho de revolucionario, como la aceptación del uso de las drogas. Como punto de partida, juzga Sebastián, está el cariz irrevocablemente juvenil de este tipo de música; y, como es bien sabido, ser joven significa ser rebelde, oponerse a lo establecido por generaciones anteriores.
Sebastián alega que la adolescencia es “un concepto muy del siglo XX”. Antes, aclara, las personas pasaban de la infancia a la edad adulta sin que se reconociera un tránsito intermedio. En ese sentido, “la primera gran ruptura juvenil fue el jazz”, añade.
“El rock and roll no es más que un eco lejano de aquello. Pero en lo económico, el rock, a finales de los cincuenta, crea un mercado dirigido a chavales de 13 años en adelante que no había existido nunca. La mayor aportación del rock and roll ha sido esa: hacer la revolución de la juventud”. En su afán por evitar mitificarlo, matiza que “el gran golpe ocurre en los años veinte, esos jóvenes que van a la guerra sin saber por qué ni para qué, y que ya no creen en los mayores. El germen del rock and roll está ahí”.
Ciertamente, queda patente en el libro es loable esfuerzo de Sebastián por desmitificar el rock, plasmando tanto lo que ha aportado de bueno a la sociedad como sus muchas contradicciones. Por ejemplo, no cabe duda de que el rock and roll (siempre en su acepción más amplia, incluyendo el pop, el soul, el rap) ha encumbrado a muchos artistas negros, cuya música ha traspasado barreras raciales, pero no es menos cierto que se convirtió en un movimiento masivo gracias a que contó con un abanderado blanco llamado Elvis Presley.
Como dice Sebastián, “el rock and roll es negro en un porcentaje altísimo, porque el R&B del que viene es negro. Solo incorpora el elemento country. Pero es que cuando Beyoncé hace la reivindicación de las raíces negras del country, son verdad”.
Algo similar ocurre con el feminismo. En este caso, la elevada tasa de testosterona del rock (“El rock es machista”, decreta en el libro) pesa más que cualquier avance que haya podido inspirar en el terreno de los derechos de las mujeres. “Para encontrarnos una figura femenina en el rock and roll casi hay que esperar a Pat Benatar.
Bueno, y antes, Janis Joplin. Pero figuras como Wanda Jackson, que molan mucho, no tuvieron ninguna importancia comercial. En los setenta aparecen las grandes cantautoras, y está muy bien, pero no hay himnos feministas en el rock and roll, excepto ‘Woman is the nigger of the world’ (1972), de John Lennon”.
Se trata, curiosamente, de una canción compuesta por Lennon y Yoko Ono, figura a la que Sebastián dedica largos párrafos en Rock & revolución. “Es un ejemplo paradigmático”, justifica. “Cuando salió el documental Get back (2021), la gente se metía con ella… pero también con Linda McCartney. Era como: ‘Mucho hablamos de Yoko, pero anda que Linda…’. Ya está bien, ¿no? ¿La culpa de todo la tienen las tías? Oye, pues no. Es muy obvio que Yoko Ono inspiró más a John Lennon que al revés. Lennon era un genio, un crack, y el hecho de elegir a Yoko como compañera sentimental y artística, una tía muy creativa, viene a decir que prefería otro tipo de tía distinta al estereotipo despampanante. Al final de su vida confesó que ‘Imagine’ está inspirado en Grapefruit [1964], un libro que escribió Yoko Ono antes de conocer a John, y en el que el concepto es: imagina esto, imagina lo otro”.
Cuestiona que el vínculo entre el rock y el pacifismo. “Es más combatiente de manera directa contra la guerra de Vietnam Johnny Cash que Mick Jagger. Jimi Hendrix, los Doors… nunca tuvieron un compromiso en contra de la guerra. Es verdad que el hippismo es clave en esto, pero es un movimiento que engloba otras cosas aparte de la música: la liberación sexual, el uso de drogas…”.
Del mismo modo, relativiza el viso político de Bob Dylan, cuyo acto más revolucionario (tocar con guitarra eléctrica en en el festival de folk tradicional de Newport en 1965) fue más estético que social. “Si te fijas, la etapa política de Bob Dylan se acaba en 1964 o 65, cuando sale de la escena del Village neoyorquino. Empieza a crecer como artista y se olvida de su compromiso político”.
Ese quiero y no puedo del rock, ese buscar cambiar el mundo pero quedarse a medias, tiene mucho que ver, según el periodista, con el momento en que se convierte en negocio. “Termina siendo muy pronto asimilado por el mercado. La historia de Elvis es como la historia de Jesucristo: dura poco; cuando graba ‘That’s alright (mama)’ (1954), el rock and roll no es nada, y cuando se va a la mili, es todo. Ahí ya lo fagocita el poder mercantil para que sea rentable. Es un buen negocio. Se ha domesticado. Ahora tenemos el ejemplo de Taylor Swift: se están interpretando cosas que hace con una intención puesta en lo comercial y para que las swifties flipen, pero eso de grabar otra vez sus discos lo ha hecho mucha gente. Salvo cuando la humilló Kanye West en los premios de MTV en 2009, no le ha pasado nada que no le haya pasado a otros. Y parece que está liberando el mundo. Es vender esa imagen de libertad como si fuera un anuncio de Levi’s”.
Lo cual, a su juicio, es una pena: “Hay algo muy poderoso en el rock y es que cuatro pringados de los que los demás se ríen en el colegio y a los que gusta música muy rara, se junten en un garaje y empiecen a tocar. Es como cuatro amigos que se juntan los sábados a jugar al fútbol en un campo de tierra; luego, el fútbol como negocio es un horror. En el rock pasa tres cuartos de lo mismo”.
A mediados de los setenta, el punk se erigió como un fenómeno musical con fuerte carga social: dinamitó la tiranía de las élites. Ni siquiera hacía falta saber tocar un instrumento para montar una banda, como bien demostraron los Ramones, los Sex Pistols y otros. En ese sentido, devolvió la inocencia al rock and roll y, con ella, su nervio revolucionario. Algo que se mantuvo en Reino Unido hasta bien entrados los ochenta.
“Es la Inglaterra de The Specials, del Rock Against Racism, de Elvis Costello, de The Jam, de Billy Bragg… Me parece que eso tiene mucho compromiso político y mucha calidad. Hay vídeos de Spandau Ballet con simbología comunista. Gary Kemp, su líder, decía que había aprendido del punk que la gente del público es tan importante como la del escenario. Yo defiendo que Spandau Ballet es tan pospunk como Bauhaus”.
En España, el primer rock and roll lo facturaron jóvenes de clase acomodada y, por tanto, no especialmente transgresores. “Es muy importante lo que hacen los rockeros españoles a principios de los sesenta —dice Sebastián—, pero era gente con posibles. A diferencia de Reino Unido o Estados Unidos, aquí todo el mundo que ha tenido un grupo es porque se lo ha podido permitir”.
El autor acredita al rock urbano nacional la mayores dosis de rebelión social. “Tiene ese punto punk del descontento: ‘Esto es una mierda’. El problema del rock urbano es que se ha quedado ahí. La carrera de Robe Iniesta es genial, pero es una lástima que se haya constreñido al rock urbano, cuando es mucho más que eso. Es un tipo que ha salido de la nada, del pueblo, de hacer música contracorriente”.
En su opinión, la nueva ola de los ochenta en nuestro país fue determinante para visibilizar al colectivo LGTBIQ+: “Tú, como yo, viste a Almodóvar y McNamara cantando ‘Voy a ser mamá’ en Televisión Española. A lo mejor eso nos ha hecho más tolerantes o más inteligentes para entender otro tipo de opciones sexuales. Se dice que el rock radical vasco cambió muchas cosas, pero pienso que la movida cambió muchas más. La movida abarcó otras disciplinas aparte de música, pero la música fue su espina dorsal. Entonces todo el mundo tenía una banda, luego todo el mundo hacía cortos y ahora todo el mundo tiene un podcast”.
Volviendo al planteamiento inicial, puesto que el rock ha dejado de ser un movimiento juvenil (son personas maduras quienes mayoritariamente lo consumen), ha perdido su aire subversivo. “Los instrumentos de cambio social y político ya no están en el rock”, lamenta Sebastián. Y eso que detecta, tanto en España como en Reino Unido, una nueva hornada de bandas de pospunk: “Hay una especie de revival de gente que no sabe muy bien lo que era el movimiento original, porque no estaban ni en proyecto. Sí que creo que ese tipo de grupos está haciendo cosas en el nombre del rock and roll”.
¿Está el reggatón haciendo la revolución que hace décadas llevó a cabo el rock and roll? “Evidentemente la sociedad de los años cincuenta no tiene nada que ver con la del siglo XXI. El reggaetón lo que ha hecho ha sido variar el equilibrio de poderes culturales en el mundo.
Hasta la llegada de Elvis, los anglosajones no partían la pana en cuanto a música popular. La partían Carlos Gardel, Carmen Miranda, la orquesta de Xavier Cugat, los cantantes italianos y franceses… Ahora el reggaetón ha conseguido que otro tipo de propuestas que vienen de los países latinos empiecen a tener importancia. A lo mejor no va a tener un Elvis, como el reggae tuvo un Marley, pero parece que está en vías de democratizar un poco más el mundo”.