Si algo han coincidido en señalar todas las crónicas de los conciertos que Bruce Springsteen ha ofrecido en Madrid con 74 años es la felicidad que podía verse en los rostros de los miles de asistentes. Un subidón de euforia y emoción que se transmite del escenario a la platea y viceversa, en un poderoso ejercicio de retroalimentación. Resulta paradójico (o quizás no tanto) que detrás del superhéroe capaz de hacer dichosa a tanta gente haya solo un hombre que ha tenido (y aún tiene) que lidiar con graves trastornos emocionales y una oscuridad en el alma que lucha por mantener a raya.
El propio Springsteen reconocía que la adrenalina de tocar en directo era su único gasolina vital en los viejos tiempos. Si sus actuaciones alcanzaban las tres horas tras haberse dejado hasta la última gota de sudor era básicamente para retrasar todo lo posible el momento del vacío posterior. "En el estudio y en las giras yo era un imparable equipo de demolición formado por una sola persona. Fuera del estudio y e los conciertos... no era así (...) Los conciertos me centraban y me calmaban, pero no podían resolver mis problemas", relataba en su autobiografía 'Born to Run' (Random House).
En el origen de todo ello estaba la figura de su padre, Douglas Springsteen, un tipo huraño, taciturno y distante cuya alargada sombra siempre le perseguiría. Al 'Boss' le preocupaba que los episodios depresivos y la inestabilidad mental que acosaban a su padre también se cebaran con él mismo. "¿Es posible que me ponga tan enfermo que llegue a parecerme a él más de lo que hubiese creído?”, se preguntaba. En los últimos años de la vida de Doug le pusieron nombre a su enfermedad, esquizofrenia paranoide, y, a regañadientes, pudo obtener la ayuda adecuada.
A los hombres mayores de 50 años les suele dar vergüenza recurrir a al psicólogo. Erróneamente muchos lo consideran un síntoma de vulnerabilidad que no se pueden permitir. Pero más vale prevenir que curar, y cualquier señal de alerta puede ser suficiente para ponerse en manos de profesionales. Bruce así lo hizo ya cumplida la treintena. El punto de no retorno llegó en un viaje atravesando el país a bordo de un Ford XL del 69 junto a su amigo Matt Delia camino de Memphis, Tennessee.
Una noche, en un pequeño pueblo perdido de Texas, sintió "la angustia más honda que jamás he conocido". Sencillamente se le habían agotado las pilas. Se precipitó hacia su propio abismo. Perdido en medio de ninguna parte. ¿Por qué entonces? ¿Por qué esa noche? Springsteen nunca encontró la respuesta, pero su manager, productor y amigo, Jon Landau, le dio un consejo que seguramente le salvó la vida: "Necesitas ayuda profesional".
"A petición mía hace una llamada, me da un número y dos días después conduzco unos quince minutos en dirección oeste hacia una contiusulta/ residencia en un suburbio de Los Ángeles. Entro; miro a los ojos a un extraño amable, de pelo canoso y bigote; me siento; y rompo a llorar", así describía Springsteen su primea visita al psicólogo, a principios de los años 80. Empezar a hablar de ello le ayudó. La terapia y los antidepresivos han mitigado su tendencia a la depresión, pero no la han eliminado de su vida. De hecho, ya en la madurez ha tenido brotes preocupantes.
"En las guerras psicológicas nunca se llega al final, solo tienes este día, este tiempo, y una dubitativa creencia en tu propia capacidad para cambiar. No es un terreno donde los inseguros deban buscar absolutos, y no hay victorias permanentes. Se trata de un cambio vivo, lleno de las inseguridades y el caos de nuestras personalidades, y siempre es un paso adelante, dos pasos atrás", explicaba en sus memorias.
La lucha nunca termina, y no son tan lejanos los episodios de recaídas, cuando la medicación prescrita dejó de hacer efecto. “Cada cosa insignificante se convertía en causa de una crisis existencial que sacudía el mundo entero y me llenaba de unos presentimientos y tristeza terriblemente profundos”, admite. Lo curioso es que en esa época profesionalmente vivía un momento brillante, con el disco 'Wrecking Ball' (2012) y la exitosa gira con la E Street Band que lo acompañó, pero "la tristeza no se abalanza sobre ti por sorpresa. Llega arrastrándose".
"Poco después de cumplir los sesenta, caí en una depresión como no había experimentado desde aquella polvorienta noche en Texas treinta años atrás. Me duró un año y medio y me dejó destrozado. Cuando me asaltan tales estados de ánimo, generalmente pocos se dan cuenta –ni el señor Landau, ni nadie que trabaje conmigo en el estudio, ni la banda, el público nunca, y espero que tampoco los niños–, pero Patti (Scialfa) sí observa cómo se acerca un tren de mercancías cargado de nitroglicerina y a punto de descarrilar", explica el rockero de New Jersey.
"Durante esos periodos puedo ser cruel: huyo, disimulo, esquivo, tramo, desaparezco, regreso, raramente pido perdón, y mientras tanto Patti defiende el fuerte mientras yo intento incendiarlo. Ella me frena. Me lleva al médico y dice: 'Este hombre necesita una pastilla'. La necesito. He estado tomando antidepresivos durante los últimos doce o quince años, y en menor medida pero con el mismo efecto que tuvieron en mi padre, me han proporcionado una vida que no hubiese podido mantener sin ellos, Funcionan. Vuelvo a la Tierra, al hogar, a mi familia".