De la filosofía zen a la arquitectura minimalista -decía Mies van der Rohe que 'menos es más'- el mundo del arte y las ideas lleno de 'elogios a la sencillez'. Se afirma que lo complejo no es necesariamente más valioso, ni siquiera más interesante. No obstante (siempre hay un pero, no esperaríais que esta fuera una introducción sencilla), lo sencillo también corre el riesgo de volverse terriblemente aburrido, predecible, monótono: como una base típica de reguetón. Entramos en materia.
El popular astrofísico y divulgador científico Neil deGrasse Tyson describe de manera (muy sencilla) la necesidad de aprender matemáticas en el colegio, particularmente para los que suelen decir que nunca van a usar ese conocimiento en el resto de su vida: “Vayas o no a usar las matemáticas en tu vida, el hecho de que hayas sido capaz de entenderlas deja una huella en tu cerebro que no existía antes, y esa huella es la que te convierte en un solucionador de problemas". Lo mismo se puede decir de la narrativa, en el sentido más amplio del término. Aprender a contar historias (a contarnos a nosotros mismos) es, o debería ser, una elemento crucial de nuestra formación. La música (las melodías, las estructuras, los ritmos, las canciones) cuentan historias. O al menos así ha sido durante la mayor parte de su existencia.
Una parte imprescindible de la música popular, la melodía, está haciéndose cada vez más 'simple'. Los métodos de distribución de las canciones, la gula casi vampírica por la reproducción, el click y el like, y el crecimiento exponencial de las socialización en red, han hecho que los genios de la industria musical aniquilen su propio producto. Hablamos en términos dramáticos, obviamente. Hay y esperamos que siempre haya, buena música, pero en líneas generales la música de mayor alcance es cada vez menos ambiciosa.
No lo decimos nosotros. Un reciente estudio publicado en 'Scientific Reports' da cuenta de ello. Dice la introducción de la investigación que "utilizando un nuevo conjunto de datos de melodías populares que abarcan desde 1950 hasta 2023, para identificar "revoluciones melódicas", se aplicó la detección de puntos de cambio a una serie temporal multivariada que comprende características relacionadas con el tono y la estructura rítmica de las melodías. Se localizaron dos revoluciones importantes en 1975 y 2000 y una revolución más pequeña en 1996, caracterizadas por disminuciones significativas en la complejidad. El patrón predominante que surge de estos análisis muestra una disminución de la complejidad y un aumento de la densidad de notas en las melodías populares a lo largo del tiempo, especialmente desde el año 2000."
En, realidad, más sencillo de lo que parece. Las melodías decrecen en complejidad en momentos de popularización de géneros en los que predomina el ritmo: del new wave al hip hop. Una predominancia, la del ritmo, que llevan al paroxismo géneros como el reguetón. Y absolutamente nada contra el ritmo, es, literalmente, el latido de la música. Ni contra la música que se articula casi exclusivamente alrededor de él. El problema es, como siempre, un asunto de mercado. Y a estas alturas no sorprende a nadie que la industria asfixie la creatividad en favor de la repetición de fórmulas exitosas: la homogeneización facilita la venta y el consumo. Y así nos va.
Viéndolo desde el lado positivo, se puede contar historias de muchas maneras, obviamente también con los ritmos y las letras de la 'música urbana'. Dependerá de los propios músicos de ese o de cualquier otro género recuperar otra de las características más interesantes del arte: su capacidad de resistencia.