En 1990, cuando pocos sabían lo que era una drag queen —la mayoría aún se refería a ellas como “transformistas”—, y aún faltaban cuatro años para que Las aventuras de Priscilla, reina del desierto, la película que popularizó el fenómeno, llegara a los cines, Psicosis Gonsáles ganó renombre nacional con su pelucón rubio, sus vestidos rojos y, sobre todo, el lenguaje procaz y el intercambio de insultos con el público que causó estupor en programas de televisión y con el que convertía el más refinado de los cabarets en una zafia taberna portuaria. Hoy, y tras un breve retiro, Norberto di Giorno, el hombre bajo el maquillaje y el postizo platino, sigue subiéndose a escenarios como Psicosis Gonsáles a sus 75 años.
“Lo que peor llevo son los tacones”, dice. “Son un problema. Se me agarrotan los gemelos, me duelen las lumbares, los dedos se aprisionan. Aun así los uso, porque no he encontrado nada mejor. Me he fijado hasta en el calzado de la reina doña Letizia, que utiliza alpargatas con algo de cuña. No me convencen para mi espectáculo. Para que sean más llevaderos, me pongo los tacones justo antes de salir y me los quito en cuanto termino”.
Psicosis Gonsáles fue la primera drag de España, o como el propio Norberto define, “la madre de todas las drags. La Prohibida, La Terremoto de Alcorcón, DioSSa, Shangay Lily… todas salieron después de mí”. Se considera el eslabón entre transformistas de los años setenta como Paco España —un señor casado y con dos hijos (aunque con el tiempo confesó que estaba enamorado de su contable, Federico) que salía al escenario emulando a Lola Flores y Paloma San Basilio—, y las drag queens actuales. “Transformista era el que se transformaba en un personaje conocido. Lo mío es distinto: creé un personaje, Psicosis Gonsáles”.
Un personaje polifacético, pues Psicosis Gonsáles ha hecho películas (aparecía en ¡Ja me maaten…!, dirigida por el cómico Juan Muñoz en 2000, y Una Navidad con Samantha Hudson, de Alejandro Marín, en 2021), series (Fantasmagórica, en 2014) y grabado discos. Precisamente para celebrar su 75 cumpleaños se ha publicado una antología de sus canciones, Colección, producida por Luis Miguélez, destacado músico de la movida madrileña (exguitarrista de Almodóvar & McNamara y Alaska y los Pegamoides, productor de McNamara en solitario y coproductor del inefable disco de Alejandro Sanz como Alejandro Magno, Los chulos son pa’ cuidarlos, de 1989).
Bonaerense de cuna, Norberto di Giorno aterrizó en España en septiembre de 1975, con 26 años. Meses antes había recalado en París: formaba parte, como bailarín, del elenco de una vedette argentina de gira por Europa. Norberto se enamoró de un americano en París, “como en la película”. El susodicho quería que se fuera con él a vivir a San Francisco, donde podría intentar introducirse en el mundo del cine. El idioma, sin embargo, constituía una barrera para que Norberto pudiera abrise paso en ese terreno; en cambio, el baile era un lenguaje universal. Decidió quedarse en la compañía argentina, que poco después hizo parada en Valencia.
“Era la época en que los matrimonios acudían a los espectáculos de cabaret”, recuerda. Al poco tiempo desertó de la gira y se plantó en Madrid, donde conoció a Ángel Pavlovsky, actor argentino afincado en España muy popular entonces en nuestro país. Pavlovsky le habló de su hermana, que trabajaba en la compañía de Fernando Esteso, en la que una jovencísima Norma Duval actuaba como segunda vedette. “Me dijo que necesitaban un bailarín. En cuanto me vieron, me contrataron”, dice Norberto.
Enrolado en dicha compañía, salió otra vez de gira, que pasó por Valencia… y el amor se cruzó de nuevo en su camino. Esta vez inició una relación con un abogado “con mucho dinero, de la alta sociedad”. El letrado aristócrata empezó a acompañar a Norberto allá donde este actuaba. “Nos hospedábamos en los mismos hoteles que Norma Duval y Esteso, mientras el resto del elenco se alojaba en la pensión Doña Rosita. Se venía conmigo a los hoteles con sus perros y sus marcos de plata”.
Arrebatado, Norberto dejó la compañía y se quedó en Valencia con el rico jurista. “A los diez días estaba desesperado de no hacer nada”, reconoce. Junto con otra vedette argentina montó un espectáculo sexy: “Era el momento del destape. Yo bailaba, cantaba, hacía strip tease…”. Con este montaje viajaron a Nigeria. “Estuvimos un mes. Lo que ganaba, me lo gastaba en conferencias”. A su regreso, harto de andar de aquí para allá, se alejó un tiempo de los escenarios y montó un taller de cerámica. “Pero me volvió el gusanillo del espectáculo”. Le ofrecieron unirse al reparto de un show inspirado en la película Cabaret, pero recomendó a un amigo. Cuando asistió a la representación, se dio cuenta de su error. “Me quería morir: era una maravilla”. Finalmente logró que lo contratasen y creó el personaje de Di Giorno.
La imagen de Di Giorno era ambigua: tacones, purpurina, maquillaje exagerado, “pero no como una mujer completa”. Franco había muerto dos meses después de su venida a España, pero al país aún no había llegado el barniz de modernidad que aportarían los ochenta. Norberto afirma, sin embargo, que nunca tuvo problemas ni con sus espectáculos ni su orientación: “Venía de un país muy machista, más que este; Argentina era entonces un país de hipócritas: muchos padres de familia se acostaban con hombres no porque fueran homosexuales, sino por vicio. No salían del armario, y encima eran los que insultaban a los homosexuales. En España no noté eso. Aquí respiraba”.
Visto el éxito del personaje de Di Giorno, comprendió que podía montar un espectáculo por su cuenta, lo que hizo con ayuda de un pianista. “Otra cosa que era una novedad total”, dice. “Era un montaje fácil de llevar de ciudad en ciudad”. Una de las que visitó fue Madrid. Corría 1981 y la movida madrileña estaba en su apogeo.
“Conocí a Almodóvar, Loles León, las Virtudes, Pedro Reyes… La movida se llamaba así porque cada día tenías algo para ver. Daba igual que fuera lunes o sábado”. El espectáculo triunfó en salas de fiesta de toda España, pero cansado de hacer de productor, constantemente pegado al teléfono, dio otro bandazo, se estableció definitivamente en Madrid y se metió a camarero en un bar de Chueca.
“Era un bar de heavies”, dice. “Pero enseguida me los gané, me presentaban a las novias… Y ahí empecé, en un bar de heavies, a hacer mi show en fiestas que organizábamos para atraer público”. Pronto traslado sus actuaciones a los afters de la capital. “Era la época en que a los afters iban Joaquín Sabina, Miguel Bosé, Antonio Banderas, travestis, prostitutas… Se mezclaba lo lúdico con lo intelectual, algo que ya no ocurre”. En tan interesante ambiente Di Giorno cantaba canciones clásicas de vedette, como “La pulga”, pero con actitud punk. “Me subía a la barra, cogía a los chulos de la camisa y les decía: ‘Tengo una pulga traviesa…”, evoca.
En 1990 se inventó a Psicosis Gonsález, “que es lo mismo que Di Giorno, pero con peluca”, describe. Para perfilar el personaje, se dejó aconsejar por amigos del mundillo: “Un modisto que además era transformista en la época de Paco España me enseñó todos los trucos: cómo colocarte el paquete, el relleno del pecho… Un amigo peluquero me hizo la peluca, que al principio no era rubia, sino pelirroja. El director de teatro José Luis Sáiz me dijo: ‘Los argentinos tienen manía con el psicoanálisis, te vas a llamar Psicosis. Y Gonsáles, con ese, porque como eres americana, no pronuncias la zeta”. El vestuario lo confeccionó Rafael Solís, que ya vestía a Di Giorno. Y el director teatral Manuel Solano remató la imagen: “Rubia y de rojo: como Madonna imitando a Marilyn”.
Tras una sonada presentación en la sala Joy Eslava, la fama de Psicosis Gonsáles se disparó: “Me llamaban de muchos programas de televisión, me hacían entrevistas, y siempre ponía como condición que, además, debía actuar. Así entré en todos los hogares de España.
De hecho, niños que tenían entonces siete, diez añitos, se maravillan con la historia y años después me han escrito, los he conocido, y hemos llegado a formar una familia. Supremme de Luxe [Daniel Blesa] empezó a hacer transformismo porque me vio en El semáforo”.
Durante dos décadas, Norberto fue asiduo de la noche madrileña, con todo lo que eso implicaba en aquellos frenéticos días. “Era imposible quedarte fuera de las drogas”, reconoce. “Te atrapaba la historia. Pero los noventa fueron muchísimo peores que los ochenta. Me vi metido porque trabajaba todos los días. En ese ambiente era inevitable: te ponías al mismo nivel o no podías. Pero igual que los cigarrillos no he podido dejarlos, de las drogas pude salir, quitando de mi agenda a toda la gente tóxica”.
También se ha apartado del alcohol. “Para maquillarme, que tardo tres horas, me ponía un vaso de whisky puro, hasta aquí [señala la mitad de un vaso] y le iba dando sorbos. Cuando terminaba el espectáculo y volvía al camerino, ese mismo whisky me duraba y me lo terminaba. Hoy lo he cambiado por un vaso de agua”, afirma.
Ingrediente mítico de sus actuaciones son los insultos: ya en tiempos de Di Giorno divivía al público en dos sectores, e invitaba a uno a ponerla a caldo (cualquier improperio que imagines resultará blando comparado con lo que allí se berreaba) mientras pedía al otro que le dedicase los más delicados halagos. “Era una catarsis colectiva”, dice.
Hoy los espectadores siguen demandando ese atronador vocerío, pero de un tiempo a esta parte, Psicosis vigila el lenguaje. “La sociedad ha cambiado para bien en muchas cosas. En otras no. En mis espectáculos siempre he hablado con libertad, pero ahora no puedes hablar de nada. Si no puedes decirle a una: ‘¡Ay, qué gorda estás!’, imagínate decirle: ‘¡Qué cara de putón tienes!”.
“No me considero militante LGTBI+. No he creado mi personaje pensando en el colectivo, sino porque era lo que yo quería”, dice. En 2016, con 67 años, optó por dar un paso atrás y dotar a su vida del sosiego que hasta entonces no había tenido. Fuera del barrio de Malasaña, donde reside, era difícil verlo.
Había ganado dinero suficiente para una retirada cómoda: exceptuando las etapas en que ejerció de ceramista y camarero, el mundo del espectáculo fue su único sustento. Pero en 2021 Los Javis lo llamaron para participar en el especial Una Navidad con Samantha Hudson, que el dúo de cineastas producía. Y se animó a revitalizar su carrera. La reina de la provocación volvió a las tablas. Solo él/ella sabe hasta cuándo.