El 29 de julio de 1974, Cass Elliot, una de las voces de The Mamas & the Papas, fue encontrada sin vida en el apartamento de la capital británica donde se alojaba. Tenía 32 años. La causa de la muerte no tardó en divulgarse incluso por medios respetables: se había atragantado comiendo un sándwich de jamón mientras estaba acostada. La prueba: el bocadillo, que apareció en la mesilla. En un alarde de gordofobia global, se dio por buena la explicación: puesto que Cass padecía sobrepeso, era lógico que hubiera fallecido comiendo. ¡Glotona hasta la muerte! Parecía una broma macabra.
Durante décadas, la idea de que “Mama” Cass (nacida en Baltimore, en 1941) había muerto atragantada por un maldito bocadillo de jamón se forjó a fuego en el imaginario del rock. Al fin y al cabo, fans, medios especializados y gente de la industria estaban tristemente acostumbrados a muertes poco convencionales, consecuencia del excéntrico estilo de vida de las estrellas. Brian Jones, de The Rolling Stones, había muerto ahogado en su piscina en 1969; entre los fallecidos del gremio, quien no la había palmado de sobredosis se había suicidado o había tenido un accidente de avión. Además, su abultada silueta, que no encajaba en los estereotipos de las mujeres en el rock, provocaba rechazo. El publicitado final invitaba a mover la cabeza y decir: “Se veía venir”. Pero ¿fue esa la verdadera causa de la muerte?
The Mamas & the Papas fue uno de los grupos más importantes del Verano del Amor (que fue el de 1967). En los años del hippismo, la revolución sexual, las flores en el pelo, la psicodelia, el LSD y las canciones hipnóticas para acompañar el viaje, el cuarteto, con sus edulcorados juegos de voces, vendía la cara amable de aquel San Francisco de finales de los sesenta. Lo formaban dos chicos y dos chicas: John Phillips, Denny Doherty, Michelle Phillips y Cass Elliot. En 1965 había cosechado su primer éxito con el imperecedero clásico “California dreamin’”, y al año siguiente repitieron logro con “Monday, Monday”. Participaron en míticos festivales de la época, como el de Monterey, en junio 1967. El impacto del grupo tuvo carácter internacional: curiosamente, “Monday, Monday” fue el primer número uno de la historia de Los 40 Principales en España (en julio de 1966).
Sobre las dos mujeres del grupo cayeron rápidamente los clichés: algunos no supieron cómo gestionar que una estrella del rock tuviera sobrepeso, como le ocurría a Cass Elliot, a quien se le adjudicó una imagen maternal y el apodo de “Mama” Cass; a su rubia y esbelta compañera nunca llamaron “Mama” Michelle, y obtuvo la aprobación generalizada por su atractivo. The Mamas & the Papas publicaron cuatro álbumes en tres años, y dejaron otras joyas del folk-pop de arreglos vocales como “Dedicated to the one I love” (1967) y “Dream a little dream of me” (1968). Se separaron muy pronto, en 1968, aunque su discográfica los forzó a cumplir sus obligaciones contractuales y lanzaron su último álbum en 1971.
Tras la disolución de la banda, Cass siguió grabando y actuando en solitario. Llegó a publicar cinco discos. Simultáneamente, se sometió a una drástica dieta que la hizo enfermar. En 1968 comenzó un régimen que consistía en ayunar cuatro días a la semana; la mantuvo siete meses. Su peso bajó hasta los 49 kilos y hubo de ser hospitalizada. Ese mismo año apareció desorientada y vomitando sangre en un concierto en Las Vegas. Canceló la gira. Su salud empezó a deteriorarse por las drásticas dietas y el consumo de drogas. Como sus discos en solitario no obtenían la misma repercusión que habían recibido los de su grupo, en 1973 decidió orientar su carrera al terreno de los cabarets y las salas de fiesta, y contrató al mánager Allan Carr, que había llevado a Tony Curtis, Ann-Margret y Peter Sellers.
Meses antes de morir dio un buen susto cuando se desmayó en el plató del programa de Johnny Carson en la televisión estadounidense. Poco después de aquel episodio, su mánager cerró una residencia de dos semanas en el London Palladium para julio. El postrero de aquellos conciertos, el del día 27, fue el último que ofreció.
La serie de actuaciones fue un éxito, y al término de la misma una eufórica Cass lo celebró a lo grande. Dedicó esa noche y la siguiente a ir de fiesta en fiesta por Londres, incluida la del 31 cumpleaños de Mick Jagger en el barrio de Chelsea. Cuando ya no pudo más, se retiró al apartamento donde se quedaba, propiedad de su amigo el también cantante Harry Nilsson. A la mañana siguiente, el día 29, su asistente, Dot MacLeoud, preocupada porque no cogía el teléfono, se desplazó a la dirección y encontró el cadáver. MacLeoud avisó al mánager, quien acudió raudo y se fijó en el bocadillo de jamón que había en la mesilla. Por lo visto antes otras personas habían pasado por el apartamento pero habían creído que Cass estaba dormida.
La teoría del bocadillo se expandió rápidamente. Fue el mánager Allan Carr quien la propaló. Esa misma mañana, cuando la periodista Sue Cameron, de The Hollywood Reporter, y buena amiga de Cass, se enteró del fallecimiento de la cantante, llamó al apartamento donde esta se hospedaba. Allan Carr cogió el teléfono, y explicó a Cameron que Cass había muerto atragantada comiendo un sándwich de jamón. “Hay un sándwich empezado en la mesilla”, dijo. “Corre a tu máquina de escribir y cuéntalo”, la exhortó.
Como reveló muchos años después, Cameron, aunque no creyó que esa fuese la causa de la muerte, siguió el dictado del representante y lo escribió. Pensaba que con ese enfoque protegía a la cantante de algo. Dado que su texto fue de los primeros que se publicaron, otros muchos medios se basaron en él para redactar sus obitarios. Entre ellos, la revista Rolling Stone: “La autopsia mostró que murió como resultado de atragantarse con un sándwich mientras estaba en la cama y por inhalar su propio vómito. Recientemente se había quejado con amigos de vómitos frecuentes, posiblemente como resultado de hacer dieta”, difundió la biblia del rock and roll.
Solo una semana después de la muerte, a principios de agosto, el forense inglés que realizó la autopsia desmintió el relato. En su informe, del que se hizo eco The New York Times, concluyó que Cass “sucumbió a un ataque cardíaco provocado por su sobrepeso”. Y añadió que lo que probablemente había causado el ataque fue el hecho de que parte del músculo cardiaco se había convertido en grasa debido a la obesidad. No halló rastros de drogas ni de alcohol en el cuerpo. En el momento de su óbito, Cass Elliot pesaba 100 kilos, que en opinión del facultativo era el doble del peso adecuado para una mujer de su corta estatura y constitución.
Ni siquiera una nota publicada en The New York Times sirvió para tumbar la teoría del bocadillo, que el mundillo de la música abrazó alegremente por considerarla pintoresca y acorde con la fisonomía de Elliot. Pasó a ser comidilla, leyenda urbana; incluso se menciona en películas y series de televisión como Perdidos. Durante décadas, la memoria de Cass Elliot fue manchada con eso que hoy llamaríamos fake news.
La periodista Sue Camaron, quizá con sentimiento de culpa, inició en 2018 una cruzada para deshacer el entuerto. Contó la verdad (que todo había sido un invento del mánager y que ella lo había publicado, aunque no creído; que la autopsia lo desmontaba) en su libro Hollywood secrets and scandals, editado ese año. En todas las entrevistas que le hacían se esforzaba por limpiar la imagen de Cass —sí había un bocadillo en la mesilla, pero estaba intacto—, y gracias a eso muchos descubrieron la causa real de la muerte de la cantante de The Mamas & the Papas: un infarto.
Pero durante más de cuarenta años, fue la explicación que se aceptó. Y todavía algunos, por desgracia, siguen encontrándola graciosa o suficientemente atractiva como para enarbolarla dándoselas de listillos, soltando el dato como supuestos eruditos del rock and roll. Son, en realidad, todo lo contrario: no, Cass Elliot no murió atragantada comiendo un sándwich de jamón en la cama.