Jovial, desenfadadamente vestido con vaqueros y camiseta gris, cubierta la aún bien poblada cabeza por una gorra del mismo color, Basilio Martí (55 años) toma asiento y proclama: "Yo estoy acojonado. ¿Y si es una mierda todo esto?". Se refiere a su último proyecto: una banda sonora alternativa para la película 'Nosferatu', indiscutible clásico del cine que en 2022 cumplirá cien años. "Acababa de morir Antonio Vega, dice. Lleva ni más ni menos que cinco años trabajando en ella, haciendo y deshaciendo, emborronando y rasgando partituras; experimentando con música electrónica, efectos, ruidos; tocándola en directo, de hecho, adaptada para su trío de jazz. Se estrenó el 17 de septiembre, concebido a la antigua usanza: simultáneamente a la proyección de la cinta, Basilio tocó en directo su 'Transilvanian suite'.
Cuesta imaginar que tan ilustre escriba pueda echar un borrón, a pesar de que el concepto es tan bonito (fusiona música y cine, vanguardia y pasado) como marciano. "Me gusta mucho esa película", explica. "Tiene fragmentos de estética expresionista que son como videoclips modernos. Partes oníricas que hoy en día serían psicodélicas. Cuando les pones música contemporánea, te crea un conflicto mental brutal". Solo su chica e íntimos amigos han escuchado el resultado, sobre el que se cernía la amenaza de quedarse cogiendo polvo en un cajón hasta que los responsables del Alternativamente Fest, que se celebra en el escenario Mentidero en Madrid, le propusieron realizar una premiére en directo. "Lo siento por el espectador al que no le guste; yo voy a ser el primero en flipar", añadía. ¡Y lo dice un tipo con treinta años de tablas que ha tocado con esclarecidos nombres del rock español!
Basilio Martí ha acompañado con su piano y sus sintetizadores a egregios artistas, compuesto para cortometrajes y publicidad, grabado su propia obra…, pero en el mundillo de la música es y siempre será el teclista de Antonio Vega. Excepto en el primero ('No me iré mañana', 1991), participó en todos sus discos; lo acompañó siempre en directo, tanto en formato de banda como ambos solos; fue su director musical sobre el escenario (labor que consistía en coordinar el grupo); arregló sus canciones, vistiendo de sutil instrumentación las austeras maquetas de Vega; firmó incluso la música de uno de sus temas, 'Agua de río' (de 'Anatomía de una ola', 1998). "Puedes tocar con gente muy buena y canciones muy bonitas, pero Antonio tenía algo muy fuerte dentro, muy especial", dice con añoranza.
Se conocieron cuando Antonio Vega acababa de dejar Nacha Pop y Basilio recién había cumplido la mayoría de edad. Los presentó su amigo Nacho Béjar, músico al que muchos a finales de los ochenta comparaban con Antonio y con quien Basilio formaría el grupo Sonora, que publicó un solo disco, 'El año del huracán', en 1992 (no lo busques en Spotify, que no está; Béjar está apartado de la música y Basilio detesta mirar atrás: "Cuando quemo una etapa, la odio. No escucho ningún disco de los que grabo. Siempre veo fallos", comenta muy exigente consigo mismo). Sus caminos se cruzaron no por la música, sino por las motos.
"Yo me había comprado una moto de carreras, y Nacho me dijo: 'Vamos a ver a Antonio, que está en Miraflores de la Sierra'. Antonio acababa de salir de un tratamiento de desintoxicación y estaba totalmente sano, con un aspecto brutal. Salió en albornoz, con un zumo de naranja…, supersaludable y guapísimo, además. Nos dijo que había dejado Nacha Pop y estaba componiendo para un disco en solitario. Cogió la guitarra y tocó 'Tesoros'. Yo casi me desmayo".
Basilio, que además de estudiar en el conservatorio había cursado periodismo, trabajaba entonces en la sección de Sucesos de ABC. Meses después de aquel primer encuentro, Antonio Vega terminó su debut como solista y lo presentó en el Penta; Nacho Béjar le propuso asistir. "Estaban poniendo el single 'Esperando nada' —recuerda Basilio— y flipé con el tema: el pop español no me gustaba nada, pero le dije a Antonio: 'Me encanta esa canción'. Y le sugerí: 'Si quieres, un día hazme una prueba como teclista’' Y respondió: 'Pues necesito un teclista'. Y le dijo al mánager: 'Tómale el teléfono a este chico'. Yo tenía 22 años. Me cagué de miedo. Al llegar a casa de mis padres, donde aún vivía, pensé: 'No me van a llamar'. Seguí yendo al periódico a trabajar, y un día me llaman de la oficina de Antonio Vega: 'Tenemos dos meses de ensayos en La Nave y te vamos a pagar 80.000 pesetas por concierto, 10.000 de dietas…'. Y yo: '¿Qué?'. 80.000 pesetas era lo que ganaba yo en el periódico ¡al mes!". Y así empezó esa relación que traspasó lo laboral para adentrarse en lo personal y que duró hasta el fallecimiento de Antonio el 12 de mayo de 2009.
Basilio recuerda así a Antonio Vega como jefe: "Él hacía unos bocetos superbásicos pero que eran acojonantes. Nos decía: 'Mirad lo que estoy componiendo', y te soltaba esos arpegios de guitarra increíbles; y se iba. Nacho Béjar y yo íbamos construyendo el tema. A veces desaparecía 15 días de las grabaciones, y cuando volvía decía: 'Esto me gusta, esto no'. Y ya cogía él las riendas".
"Era un tío que te daba una libertad bestial. Sus canciones eran tan buenas que me daba miedo pisarlas, y te enseñaban a ser discreto y minimalista. Hubo un teclista muy famoso que quiso ser músico de Antonio, y este dijo: 'Ni hablar: ¡no para de tocar!'. Necesitaba gente que siguiera su canción. Con él, era mejor no tocar que tocar de más. Ese respeto absoluto a la canción lo aprendí de Antonio".
"Teníamos un batería que llevaba cinco o seis años con nosotros y de pronto empezó a hacer cosas raras. Se iba de tiempo. Le decíamos: '¿Pero qué te pasa, tío?'. Y respondía: 'Es que, joder, como no ensayamos…'. '¡Pero si es: un, dos, un, dos…!'. Antonio, en lugar de darle boleto, le dijo: 'Oye, ¿quieres el puesto de percusionista?'".
No se puede disociar el talento de Antonio Vega de su fragilidad personal, de esos demonios que presidieron gran parte de su vida hasta acabar con ella y que a veces mermaban la calidad de los conciertos. Basilio, parapetado tras sus teclados, fue testigo de aquella montaña rusa. "Lo comparaban con Curro Romero: tenía faenas espantosas, pero llenaba las plazas porque un día podía hacer la faena del siglo", dice. Una noche que tenían concierto en la sala Clamores, a Antonio se le olvidó comparecer. "La sala llena, todo el mundo en silencio esperando a que llegara, nosotros acojonados… El mánager fue a su casa y se encontró a Antonio tranquilamente con un cigarro en la boca, tocando la guitarra. '¡Qué susto! ¿Qué pasa?', dijo. '¡Tío, que tienes un concierto!'. '¡Ah, es verdad!'".
"Tenía actuaciones que eran un desastre y otras, una maravilla. Había músicos que no querían tocar con él; pero cuando se creó la leyenda de Antonio, aún con vida, había tortazos por entrar en su banda. Yo le decía: 'Antonio, esto no puede ser'. Entre Marga [pareja de Antonio, fallecida en 2004] y yo le pusimos mucho la pila, en plan de sacar lo mejor para hacer buenos conciertos. Los últimos ocho o diez años fueron una maravilla. En el reencuentro de Nacha Pop que hicimos en 2007, él fue el mejor de todos. Se lo tomaba muy en serio".
Con el tiempo, Basilio pasó a ser algo más que un escudero musical; fue su amigo inseparable. El teclista cuidaba del cantante cuando este lo necesitaba. "Tuvo mala suerte: se le murieron Marga, su hermana Marta, su hermano Ricardo… Aparte tenía sus propios problemas. Con los años nos hicimos casi hermanos. Cuando había momentos muy malos, yo me lo llevaba a mi casa. Le daba una habitación, y allí se quedaba hasta el día que me anunciaba: 'Ya estoy listo'".
Otras veces, Antonio le llamaba por teléfono en mitad de la noche. "Me decía: 'Oye, estoy en tal sitio, no tengo dinero, ven a buscarme'… Yo le exigía cosas en lo musical (hasta el punto de que cuando terminábamos un concierto me preguntaba: '¿Qué tal he estado?'), y al mismo tiempo le daba el apoyo que necesitase. Si necesitas que te vaya a buscar, yo voy; no pasa nada. ¡Pero no me llames todos los días! No teníamos secretos. Yo lo hacía encantado. Cuando subía a un escenario y empezaba a tocar 'Lucha de gigantes' y me veía ahí con él…, no tenía precio. Era una barbaridad. Es lo que más echo de menos, aparte de su persona: el compartir un escenario".
Los servicios de Basilio Martí han sido requeridos por otros importantes artistas. Cuando puse en Twitter que había estado charlando con él, David Summers respondió: "Mi hermano". Ricardo Chirinos, de Pistones, escribió: "Un grande con todas las letras". Es un músico muy querido en la industria. También ha tocado con Quique González. Cuando se organizan festivales por los que desfilan nombres como Alejandro Sanz o Pablo Alborán con el respaldo de una sola banda (como el que se celebró en 2016 en homenaje a Plácido Domingo en el Santiago Bernabéu), el productor Carlos Narea, habitual en esas lides, siempre lo llama.
"Las primeras giras americanas las hice con David Summers, y descubrí el amor que tienen en Estados Unidos al pop español. Había fans por todos lados: en Chicago, en Los Ángeles… En algunos países de Latinoamérica venían tanquetas del ejército a recogernos al aeropuerto. Empresarios nos decían: 'Os dejo mañana mi avión y os venís a las islas nosequé, en el Caribe, que son mías'. Todo eso vivirlo con 25 años, es brutal".
Hace tiempo que Basilio ha abandonado esa faceta; los conciertos han cambiado. "Antes los músicos éramos cuatro gatos y te llamaban de todos lados: te hacías cuatro giras a la vez, si podías. Ahora hay muchos más músicos, tocan mejor…, pero el negocio está algo quemado. Mucha gente busca músicos baratos: 'Vente a América y te pago el billete'. A nosotros siempre nos han tratado de puta madre los artistas. Ahora no hago giras, pero percibo que no es igual. He tenido la suerte de tocar con artistas de los que me he hecho amigo; siempre me he ido a celebrar los conciertos con los 'jefes', a la habitación de uno o de otro, a una discoteca…; ahora me da la sensación de las estrellas van más a su bola y que a los músicos se les da un trato marcial, empresarial". La industria se ha convertido en el 'Nosferatu' de los músicos a sueldo.