Agosto de 2015. Mercurio. No el planeta. La disquería de la Avenida Santa Fe de Buenos Aires. Mi amigo Emi me lleva a buscar discos de bandas independientes. Prácticamente es lo único que vende la tienda. Nada más entrar vemos a un chico, de unos treinta y tantos (no sé aún que ya pasa de los 40), con rastas y actitud entre surfero y chamán. Saca discos de unas cajas y charla con el dueño de la tienda. "Ese es Boom Boom Kid, es un genio. Es de lo mejor que se puede escuchar en la onda más underground del rock argentino", dice mi amigo. Esa fue la primera vez que vi a Boom Boom Kid, aunque él, obviamente, no lo sabe.
Dos años después, julio de 2017. Festival Río Babel, Madrid. Con el sol pegando todavía sobre los escenarios, suben las Kumbia Queers. Descaradas, agresivas y divertidísimas. Emi, también a mi lado. "¿Te acordás del pibe de la disquería Mercurio en Buenos Aires? Es ese que está ahí, sobre el escenario." Aunque no recuerdo su cara, la silueta es la misma. Las rastas también. A un costado de las Queers se menea como poseído por el rock, la cumbia y el punk. Segunda vez.
La tercera, este miércoles 30 de octubre. Sala Alive, Madrid. Unas 40 personas apenas llenan un corro alrededor del escenario cuando suben los tres miembros de la banda, guitarra, bajo y batería, y el propio Boom Boom Kid.
Desde que lanzan el primer disparo no paran. Punk. Y de una calidad que recuerda a ratos a Buzzcocks o a The Clash, a ratos a The Offspring. Y de repente me suenan a Pixies. Y a The Strokes. Y cuando llevamos apenas media hora y ya han caído diez o doce temas –los junta sin respirar, mientras brinca por el escenario siempre a un milímetro de caerse o de romper un foco revoleando el micro o de saltarle la piñata al bajista o al tío de la primera fila-, me doy cuenta de que suena a Boom Boom Kid. Ya está. Pasa a veces que las influencias se van diluyendo hasta que el conjunto tiene forma propia y ya no distingues una cosa de otra. Ya es una identidad nueva que vuela sola. El concierto es un milagro. La acústica de la sala es perfecta. El sonido de la banda, a ratos un martillo, a ratos un colibrí como aquellos de Mar del Plata. Me conmueve el tema 'Qué clase de joda es esta', contra el maltrato animal. La atmósfera instrumental, inspiradora. La melodía, dulcísima, con una cadencia cuando rima "juego" y "fuego" de esas nacidas para ser himno.
Lo que hace Boom Boom Kid demuestra su respeto total por el concepto del espectáculo. No le importa tocar ante 40 personas o ante 4.000. Hace el pino. Mete fuego, literalmente, a un montón de papeles mientras ejecuta entre el público una especie de conjuro indígena. Termina el concierto. Un guiri, que andaba por allí con unos amigos, ha decidido entrar solo al concierto al escuchar el jaleo. “¡Amazing!”, sale diciendo. Boom Boom Kid recoge el instrumental junto al resto de la banda.
Siguiente parada, Santander, 24 horas después. En el horizonte, entre el 1 y el 9 de noviembre, Montpelier, Bruselas, Praga, Viena, Grenoble, varias ciudades en Alemania... Todo por carretera. 47 años. Desde esa misma carretera nos responde a algunas preguntas lazandas por whatsapp. "A mi yo de los 20 años le diría 'no pares, no pares que la vida es corta".
En 47 años Boom Boom Kid no ha renunciado nunca a su principio de mantenerse fuera de la industria convencional de la música. Le preguntamos sobre las dificultades y sobre las recompensas de ese modo de vida y de carrera musical. "La recompensa de manejar tus tiempos y tus actividades y tus despertares a tu manera. Hace que seas aún más libre al no tener el reloj persiguiéndote. La dificultad es que la música independiente en Argentina no está muy valorada y a veces no te abren las puertas a la exposición. Y no sé por qué cuando somos los más trabajadores y los que le ponemos más corazón a la música al fin y al cabo".
En Argentina es un referente de rebeldía aunque él simplifica esa imagen al día a día. "Las cosas no han cambiado, por lo menos en Sudamérica. No nos dan tregua para nada en cuestión de libertad de acción. Los derechos humanos son solo una palabra allí. Ya ves lo que está pasando ahora mismo. En Chile es lo mismo. En Argentina, Uruguay, Brasil. Lo mío no es rebeldía, lo mío es la lucha día a día en lo que hago por los derechos que me corresponden como ser humano. Ser libre de vivir, actuar y amar como quiera. Puede sonar como sea, pero ahí abajo nos están matando día a día. No puedo dar tregua. Y entonces salgo a girar, hacer canciones, revistas, grafitis... Para gritar qué pasa y qué nos pasa. ¡Nada más, nada menos!"
No hay tregua. Después de la gira europea, que termina en Francia el 9 de noviembre, queda el tiempo justo para revisar que estén todas las valijas (aunque no parece que si alguna se ha perdido por el camino le vaya a importar mucho a Boom Boom Kid), cruzar de nuevo el Atlántico y retomar los conciertos. En el horizonte, Montevideo, 17 de noviembre.
Suscríbete aquí y compartiremos contigo las mejores historias Uppers