Eric Jiménez, batería de los Planetas: "Soy el cofrade más ateo de Granada"
Su alma escéptica e irreligiosa no impide a este músico granadino salir cada año en procesión, emocionarse y vivir la Semana Santa con la pasión de un nazareno
El amor por la percusión le llegó, siendo muy niño, con el ruido de los tambores en las calles estrechas de Santa Paula
Exprime la vida dispuesto a dejar "el cadáver más feo y usado del mundo", por eso no le extraña que vaya "buscando a Dios en la dirección equivocada"
A Eric Jiménez (Granada, 1967), batería de Los Planetas y de Lagartija Nick, la Semana Santa le suena a redoble de tambores, a la fuerza lorquiana de 'Poeta en Nueva York' o la atmósfera terrorífica de la película muda 'Nosferatu'. La ama como obra de culto, pero nunca podrá creer. De ahí nace su particular declaración de amor: "Soy el cofrade más ateo de Granada". Y uno de los más entusiastas, más enterados y mejor documentados.
Devoción impía
MÁS
Esta Pascua, segunda de pandemia, segunda sin las alegóricas procesiones en su ciudad natal, el pensamiento de la Virgen de la Soledad, con las manos entrelazadas sujetando los tres clavos de la crucifixión, le traslada a su infancia en la quebrada calle de Santa Paula, donde el resto del año nunca pasaba nada. "Si acaso, el camión de la basura que arrancaba el aplauso del vecindario", bromea.
"Al llegar la Semana Santa, aquel desfile de tallas de gran valor y el rostro transfigurado de Cristo me resultaban inquietantes y las seguía por todos los barrios de la ciudad. El estallido de emociones y el estruendo de los tambores, que hacían temblar el suelo bajo mis pies, despertaron mi pasión por la percusión. Toda aquella riqueza era asombrosa y provocaban en mí una extraña devoción impía, pero nunca irreverente. El fervor de la gente me inspira máximo respeto. Me falta misticismo, pero me encantaría cruzar mi mirada con esos ojos dolientes de Cristo y sentir el arrobo de la gente creyente, tener un sentimiento religioso. Me parece que todo me lleva en la dirección equivocada".
La cultura del dolor y la muerte
La Semana Santa le hace revivir parte de su pasado. El jadeo de los costaleros, su paso corto, las voces del capataz para no rozar las paredes, la emoción de las saetas cantadas desde los balcones, el apiñamiento de las gentes y las antiguas prostitutas, aquellas de lunar en la mejilla y el rizo en la frente, que proclamaban cada año penitencia por las calles largas y estrechas del Bajo Albaicín.
"Pasa el tiempo, pero observo con la misma perplejidad la iconografía de las procesiones y su terrible carga de sufrimiento, los Cristos sanguinolentos o la tragedia". No deja de preguntarse por el sentido de la vida y divaga sobre la fe y las exaltaciones alrededor de un arte que se zambulle entre el dolor y la muerte.
"La gente queda extasiada con esa representación de la muerte que se supera a sí misma con la Resurrección porque le acojona", dice. Entiende que la tradición se mantiene viva gracias, sobre todo, a esa transmisión cultural y su fuerte vínculo con la identidad de sus gentes, más que por el culto. A él también le fascina el patetismo de la Semana Santa, la expresividad de la imagen de Cristo en posición post mortem con los dedos semiflexionados. La Pasión habla del alma humana, de nuestra condición pecadora, del sacrificio de Jesús para redimirnos del pecado y un Dios que sin dejar de serlo acepta la crucifixión para liberarnos.
Sin embargo, en Eric nunca despertó un sentimiento religioso. "Lo que me sobrecoge es saber que esos mismos pasos de las procesiones fueron los que sobrecogieron a Federico García Lorca o Melchor Almagro en la procesión de El Silencio a su paso por el río Darro o ante la imagen de Cristo en su recorrido hasta el Calvario, con la cruz al hombro, la túnica morada y el gesto del sufrimiento humano. Ves pasar siglos de historia a través del sonido de los tambores, los olores y esa belleza barroca imperturbable”.
Semana Santa y expresionismo alemán
Seguimos siendo un país de procesiones. Si no fuese por la imposición de la pandemia, unas 10.000 cofradías, con más de tres millones de cofrades, procesionarían durante esta Semana Santa por toda España. Son parte de nuestro patrimonio artístico y de nuestro arraigo. Lejos de inspirarle religiosidad, Eric ve en las sombras que proyectan las imágenes en esas calles estrechas un arte que le recuerda al expresionismo alemán de Rober Wiene en 'El Gabinete del doctor Caligari' o el dramatismo de 'Nosferatu'.
Observa también en todo ello un manifiesto surrealista y el simbolismo o la fantasía onírica de Luis Buñuel. "Es insólito, desconcertante", declara. Su único cielo es el que puede tocar desde el escenario. "Salir en medio de la oscuridad y de pronto convertirte en un iluminado gracias al disparo que te lanzan los focos".
Música a golpes de vida
Eric es el batería más premiado de la música española e icono del pop-rock, pero también ha recibido los más de los cuatro millones de golpes que dan título a su libro autobiográfico. "La vida -dice- me ha golpeado a mí tanto como yo a mi batería. Cada golpe lo he devuelto en forma de música". Está a punto de lanzar 'De viaje al centro de mi cerebro', cuyas páginas retoman sus reflexiones con ese humor ácido y melancólico tan característico. Admiró a Enrique Morente, con quien trabajó en su disco 'Omega'.
Aquella vez sus baquetas se convirtieron en los pies de un bailaor y exhibió su capacidad de pasar de "una pegada con un martillo de acero a una pegada con la pluma de una oca en un parche". Tiene duende y en su alma sigue presente el punk, su raíz musical. Le gusta la típica tapa andaluza de ensaladilla con gambas y regenta un local en su ciudad, El Bar de Eric, que dice que es como el emblemático Café Gijón de Madrid, pero dedicado a los músicos.
Explosivo, apasionado, crítico sin tamiz y comprometido con su identidad musical, se ha convertido en uno de los distintivos de Granada. Además de los conciertos, imparte clases de batería y siempre anda a la búsqueda de nuevas texturas de sonido. Exprime la vida minuto a minuto y dice que toca cada noche como si fuese la última. Jura que dejará el cadáver más feo y más usado del mundo.