Javier Ojeda, el líder de Danza Invisible cierra estos días el año más redondo de toda su carrera publicando una antología 2000-2019 que resume lo mejor de todo lo que ha publicado, que es mucho y variado, en casi dos décadas de Nuevo Milenio. Un trabajo que presentará en directo el próximo 15 de diciembre en el Teatro Cervantes de Málaga rodeado de amigos. Músicos con los que ha colaborado en todo este tiempo entre los que se cuentan, por ejemplo, la Mari de Chambao, Javier Andreu de La Frontera, Sean Frutos del grupo murciano Second o el sevillano Miguel Rivera líder de Maga.
Uno sueña ser el feliz o desdichado protagonista de sus canciones favoritas. El autor de las melodías que antes imaginaron otros. Sueños adolescentes 'entre focos' ¡los hemos tenido todos! pero, a finales de los setenta, para Javier Ojeda, tenían la cara de David Bowie o los Led Zeppelin.
"A los quince o dieciséis sí pensaba que era 'lo más' ser cantante pero ni imaginaba que un día podría serlo. Era muy tímido. Incapaz de verme subido a un escenario. Al mismo tiempo la ilusión que me hacía pensarlo era absolutamente bárbara".
Ser músico… ¡Ciencia Ficción! Su vocación apuntaba más bien a las tablas desde el periodismo. El tiempo se encargaría de demostrarle que 'lo imposible' era viajar a Madrid para estudiar Ciencias de la Información y abandonar su Málaga natal.
"Acabé estudiando Filología Inglesa porque en esa Facultad ya estaba mi hermana Carmen. Me daba seguridad tener alrededor a alguien tan cercano. Ya te digo que por entonces yo era muy apocado. Estoy absolutamente seguro que cantar en público no habría salido nunca de mí. La culpa fue de Ricardo Texidó, miembro fundador y batería de Danza Invisible. Yo era solo un seguidor del grupo, el amigo que les acompañaba a todos lados como fan. Un día estaba un poco piripi, cantando a pleno pulmón en un sitio emblemático de la Movida malagueña. Ricardo se acercó y me dijo 'oye…¡tú cantas bien!¡Deberías probar…!' No le tomé muy en serio pero insistió tanto que dije 'pues vale'. La primera prueba fue un fracaso estrepitoso por mis nervios".
Primera foto de Javier con Danza Invisible en el local de ensayo
Pero hubo una segunda oportunidad en aquel Torremolinos cosmopolita y nuevaolero. Y ese profundo arraigo a los amigos y al terruño ha marcado ya desde entonces su vida, su obra y todos sus deseos. Sueños de agua. Realizados, en torno a un micrófono pero sin perder un amplio horizonte de mar. Con Naranjito de fondo, en un hilarante año 82 que repartió, a partes iguales, grandes dosis de euforia y desencanto.
"Del Mundial 82, recuerdo que hubo un partido que se jugó en Málaga. Había un hondureño que se llamaba Costly, hizo un partido fantástico frente a España y lo fichó el Málaga pero luego de ahí no pasó. Como tantas otras cosas".
Es divertido leer al Javier Ojeda articulista. Hace muchos años decidió proyectar "su alter ego" y crear su heterónimo; como un "Pessoa adrenalínico", más de bares que de cafés; igualmente disfrutón en la tertulia, cofrade del club del alcohol pero también gran devoto en materia de pelis, libros, discos o cómics.
"Mejor que no se sepa este desdoblamiento. Ya me he inventado dos o tres personajes más. Escribo su biografía e incluso un perfil en Facebook. Es una 'herencia' de mi signo astral: géminis".
Conozco a ambos. Al periodista y al músico. Son buena compañía. Una mezcla perfecta de vitalismo, sabiduría y talento. Da rabia, por eso, que tantos al escuchar su nombre recurran al tópico y prefieran quedarse, entre doscientas canciones, solamente con el estribillo de una. Dulce condena de todo súper éxito.
Pero Javier Ojeda 'sabe' a mucho más que eso…
"Treinta y siete años de carrera. Y sí, ya pienso en lo siguiente. Verdaderamente creo que los ochenteros somos los músicos más salvajes, de hecho yo veo a las generaciones nuevas mucho más light… No sé si es bueno o malo pero es así".
Danza Invisible en el Palace
Escarbo en el pasado más remoto del malagueño. Me vienen a la cabeza trallazos de imágenes. Muy locas. Las primeras visitas a aquel Madrid que regentaba el viejo profesor Tierno Galván. Se cierran noches sonando a gloria en Rock-Ola. Bailando tecno en el Kitsch. Muchas risas en 'El Cutre Inglés' de una Malasaña más descolorida y auténtica.
"Por aquel entonces no me interesaba nada la política pero es verdad que Madrid era un hervidero. Lo que me importaba era la pura diversión, pasármelo en grande y mi preocupación básica era intentar ligar aunque no me comía un rosco por entonces".
Amaneceres con gafas de sol. Cuando era posible recorrer las calles insomnes de 'El Foro' en el pequeño utilitario de mi amiga, Yolanda, con todos los Danza apretujados "cantándole por Pablo Milanés".
Aparcábamos, a veces, muy cerquita del 'Gabinetíssimo' Cuatro Rosas, donde frente a una barra, muy Caligari pero diminuta, lucía, en persona, el mejor 'recopilatorio' de La Edad de Oro del Pop Español.
También aplaudíamos con ganas 'los directos' en las fiestas del Diario Pop, uno de los programas estrella de Radio-3 desde 1979. Jesús Ordovás, su director, obraba como maestro de ceremonias, cada año, en la entrega de premios; ya fuera en Jácara Plató o en el Rock Club, la preciosa discoteca que montó Jorge del grupo 'Ilegales', embarcando en la aventura a los más impensables socios: gente del gremio de la construcción en buena racha económica.
El Rock Club abrió sus puertas en 1988 con la presentación del álbum de 'Ilegales' 'Chicos pálidos para la máquina'; toda una declaración e intenciones por parte de los de Oviedo y su nuevo 'templo rockero'. Allí se trasladó 'la parroquia' junto a, prácticamente, todo el equipo de seguridad y los camareros de la clausurada sala Rock-Ola. Más que sueño, el local había sido el delirio de una noche de Jorge en plena borrachera. Pero su mánager lo apuntó en libreta. Tremenda sala. Y muy rentable. Por un tiempo.
A pocas calles de allí, brillaba el 'Ambigú', otro club inaugurado por el periodista y gurú musical Diego Manrique y dos miembros de 'Los Ronaldos'. Cúanto frenesí 'derramado' al milímetro de cada metro cuadrado donde era posible ver al mismo Ojeda versionando in situ a Van Morrison al lado de Ariel Rot o Josemi Carmona. Todo era bien recibido entre esas cuatro paredes menos la mala música y el aburrimiento.
No hay mejor fresco de aquel final de década que sus espacios, estrechos, abarrotados de mentes anchas. Los de Torremolinos los recorrían casi en liturgia, pagana, en cada uno de los viajes a la capital. Siempre sin frenos y, a veces, casi sin hotel por cierta afición 'a pelearse' con el mobiliario 'en el límite del bien y del mal' como cantaba y canta su buen amigo Javier Andreu al frente de 'La Frontera'.
Sus canciones ejercían la frivolidad de tantas noches ochenteras pero también, arremolinaban, sin vergüenza, exquisitas citas literarias a las que eran igualmente adictos los Danza Invisible. De la 'filosofía acuática' de Bachelard al 'pesimismo lírico' de T.S Elliot; en la más pura tradición cultureta que también destilaban los 80.
"Lo que me tocaba mucho las pelotas es que nos dijesen siempre eso de 'los Simple Minds de Málaga' aunque era una referencia muy evidente, también nos gustaban mucho otras cosas: 'Roxy Music', 'Talking Heads'. Yo leía mucho a Scott Fitzgerald, Graham Greene, Peter Handke; y en el cine… me encantaba ese rollo de Win Wenders".
'Ni Agua sin sueño' ni 'El fin del verano' fueron canciones llamadas a lo más alto de las listas en un país, como el nuestro, más amante del culebrón que de lo etéreo. Quiso el azar que casi un descarte o, como mucho, una cara B, les pusiera en bandeja las mieles del éxito en 1988.
"El éxito de 'Sabor de amor' fue una gran alegría y una gran sorpresa. Todos tenemos ese punto de vanidad y cuando empiezas a ver que todas las niñas guapas empiezan a gritarte como posesas, a ver… ¿a quién no le gusta? Y más siendo un joven tonto y alocado como era yo, claro. Pero fíjate que, sin embargo tengo muy presente otra historia. Cuando terminamos de escribirla con el letrista Rodrigo Rosado -por supuesto que tenía muy claro el doble sentido de la canción, 'su lado porno'- pero… al principio al cantarla, sentía cierto rubor porque ¡había frases muy moñas! Me preguntaba ¿qué dirá el público de esto…? Al final, lo que piensa la gente no tiene nada que ver con los prejuicios que uno pueda tener".
Danza Invisible con el disco de oro y platino de 1989
No estaba en el guion pero la banda y su vocalista sobrevivieron, también, a los años 90, las giras multitudinarias y tanto festejo. Los locales de entonces ya no existen y, aun así, cuando entras con Javier a tomar una copa en cualquiera de los nuevos puedes ser recibido, para su sonrojo, a los compases del hit 'treintañero'.
"A mí me ha llegado a pasar estar en un karaoke y ver a una pareja subir a cantar 'Sabor de amor' y a mitad de canción arrancarme al escenario a cantarla con ellos. Todavía me río al recordar sus caras porque ¡no sabían que yo estaba allí! Lo que sí da mucho corte es cuando de repente un DJ cambia la música que está poniendo y suena 'Sabor de amor' ¡como para anunciar que estoy allí! Eso sí da repelús, sí".
Muy lejos de renegar del pasado de Danza Invisible -imposible no quererles- y de 'A tu alcance' el disco que disparó su espectro, Javier reivindica con mucha ilusión su otra banda, la que le permite enfrentar, en solitario desde 2000, un repertorio más ecléctico.
Javier Ojeda en el escenario
"Para muchos, soy un superviviente de la Movida. Se conocen mis 80s y hasta mis 90s en canciones pero no todo lo que he hecho en el Nuevo Milenio ¡y es mucho! Quería recuperar temas no tan conocidos pero en los que creo y, también, remezclar otros que, al grabar, no me habían dejado del todo satisfecho. Al final, he hecho una antología: 36 títulos que resumen mis grabaciones desde el año 2000 hasta 2019. Canciones con suficientes variantes para hacerlas atractivas a quienes sí conozcan mis once últimos discos".
Javier Ojeda / Foto: Víctor Frutos
En 'El vaivén de las olas' Javier es capaz de versionarse a sí mismo en doble pirueta o llevar a su terreno temazos con la huella de Jeff Buckley, Roberto Carlos, Beach Boys, Miguel Ríos o Savia Nueva… porque sí… ¡en su coctelera se bate hasta un grupo folclórico boliviano!
"Disfruto como un enano y cada año más todavía. Soy artista de directo. Este año superaré el centenar de conciertos. Soy un friki de la música. Este era mi sueño".
¡Cómo resistirse al último de sus proyectos! Nuestro 'Benjamin Button' patrio no para quieto. El músico que no cesa se confiesa, cumplidos los 55, un hombre, si cabe, más prolijo, más híperactivo y temerario.
"Las palabras, por simples que parezcan escritas, siempre crecen con una buena melodía. Puedes decir cualquier cosa cantando. Ser cursi y hablar del amor sin tapujos. Y hasta mola".
Mola mucho haber vivido tanto.
Y 'vestirse de agua' en la portada de un disco.
Agua marina que la luz del sol salpica de sal.
Y que, en Javier, ha condensado canciones tan carnales.
Javier Ojeda - El vaivén de las Olas (Foto de José Cortés)
"Con 'El vaivén de las olas' cierro un ciclo, un año histórico ¡el mejor de mi carrera! ¡En todo! Creo que es momento para recapitular y de paso pensar lo que voy a hacer a partir de ahora. Sí tengo claro que lo próximo serán composiciones propias. Me gustaría hacer un cambio en la producción. Quiero inventarme alguna cosa, vamos…"
Perpetuo viaje el del creador e infinitas sus olas.
Siempre iguales y distintas.
Crestas Ariscas. A surfear, ignorando su silueta difícil.
Rizos románticos, para abrazar. Mirando cielos claros.
Olas. Que van y vienen. Como las canciones. Todas las contiene la voz de Javier Ojeda sin pisar la playa de la Malagueta; en su condición de frontman histriónico y desvergonzado. De adolescente eterno. De lector incansable y artista total. De inquieto aglutinador de amigos y buena gente. Como él.
Electrocutante cantante. Que soñó fluir. Y ser… ¡JO!
Porque el mejor resumen de sí mismo… lo escupen sus dos iniciales.
* Paloma Concejero es documentalista y periodista experta en música. Además, es la creador del programa Ochéntame y la directora del documental de Antonio Vega 'Tu voz entre otras mil'.