Allá en los setenta, cuando éramos niños, cuando empezábamos a descubrir la música con inocencia y sin prejuicios -atributos propios de la edad-, los éxitos de la radio y la colección de nuestros padres o hermanos mayores constituían las principales fuentes de información. Y así, entre arrullos de Pink Floyd y latigazos de los Clash, asomaba una señora de aquí que nos parecía excesiva, rotunda en su conjunto; de voz grande, físico grande, noticias grandes. Sabíamos bastante cosas de ella porque salía todo el rato en las revistas y la tele. Era Rocío Jurado. Lo más parecido a una estrella del rock que teníamos a mano.
¿Una folclórica? En honor a la verdad, ignorábamos que la Jurado vistiese bata de cola, porque los discos que publicaba por entonces -segunda mitad de los setenta y primeros ochenta- eran de música pop; arrebatada, amasada en forma de brutales baladas, eso sí, pero pop al fin y al cabo. En la radio no hacían distinción: Como yo te amo fue número uno de LOS40 en febrero de 1980; Como una ola, en marzo de 1982. En la portada de este último disco lucía chupa de cuero a la moda de la nueva ola.
Unánimemente se la aclamaba como icono pop. Su voz de tornado y la calidad de las canciones que le bordaba a medida Manuel Alejandro no ofrecían discusión.
Aunque los más pequeños lo percibíamos entonces solo vagamente, su presencia escénica tenía una fuerte carga sexual, atrevida, incluso innovadora, en un país que acababa de salir de una dictadura. Tras el desnudo que se insinuaba en la cubierta de Señora, su álbum de 1979, cantaba sobre ardientes tríos, hombres que no daban la talla, amantes jóvenes que apenas sabían besar… En unos días en que aún se encomiaba a la mujer sumisa, se atrevía a dedicar una sarta de exabruptos a un varón: "Es un gran necio, un estúpido, engreído, egoísta y caprichoso", descerrajaba en Ese hombre.
Pero el mayor ejemplo de la audacia de aquel disco rompedor era la canción titulada Amores a solas. En 1979, hablar del placer femenino era tabú. Los productos eróticos (como las películas "S") se destinaban a los hombres. Faltaban cuarenta años para que se popularizara el Satisfyer. En este tema, Rocío describía, con suma elegancia, eso sí, una escena de placer solitario a la orilla del mar.
"Es [una canción sobre] una masturbación en la playa, más clara que el agua", dijo Manuel Alejandro en el documental dedicado al compositor jerezano en el programa de TVE Imprescindibles. "Y sin embargo ella se atreve a hacerla y lo hace perfectamente, cuando tenía un pudor tremendo". No era fácil encontrar transgresión semejante en cualquier otro ámbito de la cultura.
No había modo de frenarla. Consciente de la voluptuosidad de su cuerpo, sabía sugerirlo a su manera ingobernable, simplemente porque a ella le daba la gana. En 1972, acudió como invitada al programa de televisión de José María Íñigo. Como recordaba el añorado periodista en su libro Ahora hablo yo, la chipionera empezó su actuación cubierta por una capa que le llegaba hasta los tobillos, pero en un momento dado se despojó de la amplia prenda para quedarse con un escueto vestido negro de raso.
Causó tal conmoción que el censor presente en el estudio ordenó echarle un chal por encima. Los teléfonos de Prado del Rey se colapsaron de llamadas indignadas por la "inmoralidad" de la cantante y el diario Arriba describió el momento como "una exhibición de taberna portuaria". La que liaron los Sex Pistols cuatro años después en el programa de Bill Grundy era un juego de niños en comparación.
Su vida personal no tenía nada que envidiar en términos de enjundia mediática a la de las grandes estrellas internacionales. Mientras Camilo Sesto cubría con celo su intimidad y Raphael vendía su placidez hogareña (casado desde 1972 con Natalia Figueroa), de Rocío se documentaba puntualmente una privacidad tan excesiva como todo lo que la rodeaba.
Contrajo matrimonio en 1976 no con un galán de cine ni un acicalado presentador, sino con un rudo forzudo: el boxeador Pedro Carrasco (Mi bruto bello fue uno de los éxitos de Rocío de 1985). Con Pedro retirado de su actividad profesional, la cantante era el pilar de la casa.
A pesar de que estaban muy enamorados, se rumoreaba que no se llevaban bien. Precisamente fueron las obligaciones artísticas de Rocío Jurado, sus constantes viajes, lo que desató el conflicto. Como comentó el poeta Antonio Murciano -uno de los amigos más cercanos de la cantante- a Vanity Fair en 2018, "Pedro salió con una mujer y tuvo relaciones mientras Rocío estaba en América. Jurado se enteró, le sentó muy mal". En 1989, Interviú desvelaba el fin de su convivencia. "Es verdad, nos hemos separado", decía la cantante. "Para mí es muy duro", confesaba el exboxeador.
El divorcio, consumado en 1993, fue de los más sonados en España: aunque la ley lo permitía desde 1981, no era una práctica tan normalizada con lo sería muchos años después (la cifra récord de separaciones legales no llegó hasta 2006, con 126.952 sentencias). En 1995, otra boda de tronío: con Ortega Cano. El torero y la folclórica. El cliché made in Spain por definición.
Exponentes de su huracanada personalidad no faltan en su biografía, en la que hay, cómo no, rivalidades furibundas. En 1980, Manuel Alejandro compuso para ella Como yo te amo.
Pero antes de que pudiera presentar la canción al mercado latinoamericano, un hábil Raphael se le adelantó grabando su propia versión, logrando que el público del otro lado del Atlántico identificara en lo sucesivo el tema con el repertorio del de Linares. La maniobra sentó fatal a la Jurado, que retiró el saludo a su colega. Hubieron de transcurrir muchos años hasta que aquella herida cicatrizó.
Como otras grandes divas de la canción, de Barbara Streisand a Madonna, Rocío Jurado es referente gay, desde los tiempos en que intrépidos transformistas, meticulosamente caracterizados, interpretaban sus canciones en garitos de baja estofa. Ella lo llevó siempre a gala, demostrando ser más moderna en aquella época que muchos que se las daban de serlo.
En 1980, la periodista Maruja Torres le preguntó en Fotogramas sobre su condición de ídolo del colectivo homosexual. "Se sienten identificados, se vuelcan en nosotras. Ha sido una gente muy marginada y nosotras les hemos dado mucho calor. Independientemente de eso, considero que la marginación del homosexual es muy injusta", contestó.
En 1986, Mercedes Milá le sondeó sobre el mismo tema y respondió: "Les debo un mundo de ilusión, que es el que ellos crean para el artista". En los noventa, en el programa Lo + Plus volvieron a plantearle la cuestión. "Estoy orgullosísima de que eso ocurra. Son personas de muchísima sensibilidad", dijo, y rubricó su respuesta con un explosivo "¡Yo soy progay!". Cuando la revista Shangay
Tenía amigos en todas las esferas. De compañeros de tablas como El Lebrijano al diseñador de moda Antonio Ardón (su modisto de cabecera), pasando por periodistas como Carlos Ferrando (que empezó en su oficio cuando la madre de Rocío le encargó que confeccionase un boletín para los fans de su hija). Se movía en un universo de vibrante creatividad, formado por personas inquietas y de mente abierta.
Cuando se cumplen 15 años de su muerte, no queda duda de que Rocío Jurado fue más que una cantante; fue la persona con la que una generación aprendió lo que significa ser una estrella. Y, por encima de todo, encarnó un fenómeno social, viviendo una vida del siglo XXI cuando el anterior aún entraba en su último cuarto. "Con la fuerza de los mares": esa era Rocío.