Verano es sinónimo de fiesta, de alegría, de terraceo y de noches refrescantes en las que se baila hasta el amanecer. Salpimentando tan amenos ingredientes está la música: los éxitos estivales o el dance que nos anima con sus ritmos trepidantes. Y moviendo los hilos del festín de canciones, la figura del DJ, maestro de ceremonias del jolgorio vacacional. ¿Qué sería de esos chiringuitos a pie de playa, de esas discotecas costeras o de los chill-outs urbanos sin ese director de orquesta que nos incita a movernos al compás de sus mezclas aceleradas mientras apuramos un cóctel o un granizado? El DJ trabaja todo el año, pero es en verano cuando su medicina se disfruta más.
Es cierto que el universo de bailoteo noctámbulo engloba sobre todo a gente joven; por tanto, cabría pensar que el disc jockey, motor del negocio, también lo es. Pero hay profesionales de los platos que, con su buen hacer, entran en la edad madura manteniendo intacta su capacidad de conectar con el público. No es fácil, sin embargo. Son verdaderos supervivientes de modas pasajeras y de un estilo de vida a veces al límite. Hablamos con dos de ellos para que nos expliquen cómo es seguir encaramado a una cabina cuando ya se han cumplido los 50.
A sus 56 años, Emilio DJ Superlópez (también conocido en la noche como Elo-Max) es un veterano y conocido disc jockey madrileño, que no solo pincha sino que está consagrado a pelear por los derechos de sus compañeros como representante en la capital de la Asociación Española de DJs y Productores (AEDYP). Si continúa al pie del cañón es porque desde bien jovencito se dio cuenta de que para poder disfrutar de una carrera larga debía diversificar. El pasado 1 de junio cumplió 35 años en el oficio. Pasea sus maletas por discotecas, fiestas patronales, saraos privados… En 1994 fundó la ELOPRÓ DJs Academy, una de las primeras escuelas de formación de discjockeys. "Te adaptas como un camaleón o desapareces", dice. "Y eso te lo da la profesionalidad".
Admite que ahora resulta más difícil conseguir bolos: los hábitos de la clientela han cambiado. Lo sabe bien, porque lo comprueba desde su atalaya: "La cabina no deja de ser una torre de control desde donde ves todo como un vigía". Así describe la evolución del ocio nocturno: "Antes la gente salía a cenar y de ahí se iba al bar de copas o directamente a la discoteca. Ahora los usuarios de discotecas son gente joven. Los que salen a cenar, se quedan en el restaurante si les dan la oportunidad de escuchar música allí. La figura del DJ residente apenas existe: las discotecas van alternando DJs para que haya variedad".
Eso, y el "intrusismo" (como él lo denomina) de disc jockeys jóvenes que ofrecen sesiones a precio de saldo ha puesto en una situación complicada a los verdaderos profesionales. "Llegada una edad, o eres un DJ medianamente conocido o te quedas sin trabajo", lamenta. "Hay muchos que están en la sombra, pinchando en bodas, comuniones, bautizos…, lo que conlleva menor exposición".
Se mantiene en plena forma ("Me he cuidado siempre bien, no bebo, ni drogas, ni fumo… Hay que alargar la carrera, ya se saben los peligros de la noche. Tengo amigos que se han quedado en el camino por no tomarse esto como una profesión"), una de las claves para perdurar. Otra es intentar conservar la frescura. "Hay compañeros de mi edad que se apalancan, se hacen cómodos y se ciñen a sota, caballo y rey. Llevan 30 años pinchando lo mismo, y no se complican. A mis años, cuando me subo a un escenario todavía tengo el gusanillo en el estómago. Es imprescindible para que cuando pones la primera canción te transformes. Es muy difícil mantener ese entusiasmo, porque no se cobra ahora lo mismo que antes. Hay gente que se ha reciclado con otros trabajos. Aguantamos los más cabezones", señala Emilio.
Y a juzgar por la vehemencia con la que habla de su profesión, no cabe duda de que Emilio es de los muy cabezones. "Yo estoy a tope, pero porque voy siempre muy preparado. Disfruto de mi trabajo. Te da muchas satisfacciones. Pero es muy sacrificado. Los fines de semana no puedo viajar con familia por ahí, y en verano no puedo irme a la playa cuando quisiera". Se ve pinchando muchos años, como algunos de sus ídolos (cita a Giorgio Moroder y Kraftwerk, que empezaron en los setenta y siguen en activo; en el caso de los alemanes, pese al fallecimiento en 2020 de Florian Schneider, uno de sus componentes). Aunque también alega razones más prosaicas: "Al ritmo que vamos, tal como está la Seguridad Social, nos moriremos pinchando".
También Jorge Ballesteros (51) sigue en el candelero, más a nivel discográfico —el pasado diciembre publicó un nuevo single, What I feel for you— que en cuanto a actuaciones. Su historia es curiosa: compagina las cabinas con su labor como adaptador al castellano de letras de artistas italianos como Laura Pausini, Nek o Andrea Bocelli, faceta en la que le inició su padre, reconocido letrista. Este madrileño vivió sus años dorados como DJ entre 2000 y 2013. "En esa década trabajaba de jueves a domingo", recuerda. "En La Vieja Estación, en Kapital, en Velada… En la primera de esas salas trabajábamos todos los días, menos los martes, de 10 de la noche a 3 de la mañana".
Ahora su situación ha cambiado drásticamente. Un accidente de moto frenó su carrera y desde entonces no ha conseguido subirse de nuevo a la ola. "Ahora no pincho nada. Los derechos de autor, por las letras, son los que me dan de comer. Incluso he trabajado de operario de mantenimiento en un polideportivo estos últimos años. Ahora empiezo a retomar", explica. La pandemia no ayuda. "El año pasado ha sido horroroso", añade.
Culpa a las prácticas de muchos DJs jóvenes como responsables del declive de muchos veteranos. "Con las nuevas tecnologías cualquiera es DJ. Las multinacionales del sonido lanzan programas y mixers que secuencian y sincronizan solos. Los chavales se descargan música gratis de Internet, y como apenas han tenido gastos, pinchan por 50 euros y unas copas para sus amigos. Al empresario le sale a cuenta. Los llaman porque tienen un montón de seguidores en Instagram. Eso cuando no le dan al play a una lista de Spotify. Pinchar es otra cosa: se trata de tener dos discos sonando al unísono (la base de uno con la melodía de otro) para crear algo nuevo, un tema que no existe. Antes era más complejo. Teníamos que comprarnos los vinilos. Yo me gastaba en discos 200 euros en discos todas las semanas. Ahora es todo ganancias". También influye el cambio en los gustos. "El reguetón ha hecho un daño terrible en este sector. Lo tiene acaparado. Hay garitos que se han pasado a este estilo, y solo pinchan reguetón".
El DJ curtido posee un don muy valioso: la experiencia. "Pasa como con todos los oficios: a los 10 años ya eres bueno en lo que sea. Ahora sabes mucho más de música. Tienes que tener esa cultura musical: no puedes mezclar cualquier cosa, debe haber una coherencia. Los niños de ahora te mezclan mákina con deep house, y no puede ser: el sonido no es el mismo. Eso te lo dan la madurez, los periplos por las salas, el contacto con el público… Sabes anteponerte a las circunstancias: interpretas qué está pasando en la pista y qué va a pasar. Si el público quiere más caña, menos… Esa madurez te hace pinchar mucho más tranquilo". También es más reposada su actitud. "Ahora si pincho a las 3, a las 2.30 estoy en la sala, y si acabo a las 5, a las 5.50 estoy en mi casa. Ya ni fumo. Estoy mejor ahora que cuando tenía 40".
Por último, ¿puede un DJ pinchar para siempre? ¿Puede desafiar el paso del tiempo como muchos artistas de rock, caso de Paul McCartney o los Rolling Stones, que siguen subiéndose a los escenarios rondando los 80? "Sí, absolutamente. Mira Carl Cox (59), Sven Väth (56)… Son de lo mejorcito, saben de esto, llevan toda la vida". Pues ¡larga vida al DJ!