Murió sola. Lo cual en sí mismo no tiene nada de especial —le ocurre por desgracia a mucha gente—, pero cobra en su caso especial dramatismo si pensamos que aquel día Janis Joplin no quería estar sola. Había pedido a dos personas muy queridas que la visitaran en el hotel de Los Ángeles donde se hospedaba. No aparecieron. Le dieron plantón, lo que invita a pensar que, además de sola, Janis se sentía abandonada y decepcionada. El rechazo de la sociedad no era nuevo para ella.
Dos días después de aquel nuevo desengaño, el 4 de octubre de 1970 —hace ahora 50 años— su road manager la encontró sin vida, tirada en el suelo de su habitación, cerca de la cama, víctima de una dosis de heroína demasiado pura.
Un mes antes, el caluroso septiembre de aquel año, Janis había empezado a grabar en la misma ciudad californiana su cuarto disco, 'Pearl'. En 1970 gozaba ya de un sólido estatus de estrella consagrada.
Su escalada al éxito había empezado en 1967, cuando Clive Davis, director de Columbia Records (y descubridor más tarde de Patti Smith, Whitney Houston o Alicia Keys) la vio en el festival de Monterrey y escuchó su primer disco ('Big Brother & the Holding Company', 1967), publicado por una independiente; la fichó, lo reeditó con temas nuevos y preparó el lanzamiento a lo grande del segundo. La fama de la chica de voz ronca corría por todo el país; tanto es así, que el volumen de pedidos de ese segundo trabajo ('Cheap thrills', 1968) hizo que fuese disco de oro antes de llegar a las tiendas. En su primer mes a la venta despachó un millón de ejemplares y llegó al número uno.
¡Una chica rock star! ¿Cómo era posible, en el viril mundillo de los Mick Jagger, los Jim Morrison y los héroes de la guitarra que desplegaban sus solos a golpe de testosterona y cadera? Fue posible por una sencilla razón: Janis Joplin encarnaba una nueva feminidad.
Como otras mujeres del rock (Joan Jett, Chrissie Hynde, Suzi Quatro), Janis fue aceptada en el club de hombres del rock and roll porque blandía una desafiante actitud de 'machote'. Su masculinización fue revolucionaria, porque hasta entonces a quienes se permitía jugar con la ambigüedad sexual era a los hombres (las poses amaneradas de Jagger, el maquillaje de Little Richard, la ambigüedad de Bowie). Sus juegos afeminados les mostraban como personajes transgresores, lo que reforzaba su credibilidad.
En ese ambiente, Janis optó, como dice uno de sus biógrafos, David Dalton, por "convertirse en un tío más". Al principio fue recibida con alzamiento de cejas. Poco después, los chavalotes de la música la aceptaron como a un colega: era tosca, procaz, tenía tatuajes (infrecuentes por entonces), bebía y se drogaba a conciencia.
Janis Joplin, eso sí, no se gustaba: estaba llena de complejos. Desde pequeña le habían colgado el sambenito de bicho raro. Fue víctima de bullying en la escuela; gordita en su adolescencia, arrasada por un virulento acné que le dejó la cara sembrada de cicatrices. Como cuenta Holly George-Warren, autor de Janis Joplin. La biografía definitiva de la legendaria reina del rock (recién publicada en España por Libros Cúpula), la Janis de 14 años se detestaba, se sentía insegura con su aspecto, odiaba sus "ojillos de cerdo", como los definía ella misma; despreciaba su pelo, pensaba que su boca era demasiado grande, lo mismo que su nariz. Buscaba ansiosamente la aprobación y el afecto.
Posteriormente no tuvo suerte en el amor. Salió con muchos hombres y con ninguno cuajó. Sedujo a mujeres, y tampoco prosperó. Se vio inmersa en un círculo vicioso: curaba sus traumas con la bebida y las drogas y este era el motivo por el que muchas relaciones se arruinaban. Lo cual le producía nuevos traumas, y vuelta a empezar.
Nacida en Texas en 1943, se había desplazado a la Costa Oeste a mediados de los sesenta. San Francisco empezaba a erigirse como el epicentro del movimiento hippy, y eran muchos los jóvenes que llegaban a la soleada ciudad buscando una oportunidad musical.
Janis comenzó pasando el gorro en bares de poca monta, para luego gastarse lo recaudado en sus peligrosos pasatiempos. En su época dorada, vivía abrazada a su botella de Southern Comfort, un licor afrutado de bourbon.
Brindó a la marca tanta y tan desinteresada exposición, que sus ventas se dispararon y los dueños de la firma, como agradecimiento, le regalaron un abrigo de piel de lince. "¡Qué timo! Me pagan por haber estado dos años borracha", dijo ella.
Llegó un tercer disco, llegó Woodstock, y con su popularidad a niveles máximos arrostró el momento de grabar su obra definitiva, para lo cual su equipo reservó el estudio Sunset Sound Recorders en septiembre de 1970. Durante ese mes grabó gran parte del álbum (Pearl), que incluye clásicos como Cry baby, Me and Bobby McGee y Mercedes Benz.
A principios de octubre solo faltaban algunos retoques y registrar algunas pistas de voz, para las que solo se habían hecho tomas de referencia. El día 3, sábado, escuchó en el estudio la base instrumental del tema 'Buried alive in the blues' ("Enterrada viva en el blues") y acordó con su productor, Paul Rothchild, grabar la pista vocal definitiva al día siguiente.
Pero el domingo 4 Janis no apareció en el estudio. Extrañado, Rothchild llamó al road manager de la cantante, John Cooke, para preguntarle por su ausencia y le pidió que fuera a buscarla. Janis se alojaba en el Landmark Motor Hotel, en donde ese fin de semana debían haber comparecido dos personas muy cercanas a la rockera: Peggy Caserta (amiga y examante) y Seth Morgan (su novio en aquel momento).
Pese a que Janis había pedido a ambos que fueran a visitarla, ninguno lo hizo. Años más tarde, Caserta publicó un libro ('Going down with Janis') en el que revela que su plante puso muy triste a Janis (también explica que la telefoneó la noche del sábado pero la estrella había dado instrucciones en recepción de que no le pasaran llamadas).
Ya anochecía cuando Cooke y otros dos tipos llegaron al hotel en busca de la vocalista. El coche de esta —un Porsche pintado con colores psicodélicos—, aparcado en el garaje, anunciaba su presencia.
Sin embargo, en la habitación, Janis yacía sin vida en el suelo; había evidencias de consumo de heroína y alcohol. Una sobredosis fue la causa de la muerte. Al parecer, la droga era de una pureza letal, de lo que se deduce que el fallecimiento fue accidental. Pese a todo, el chute fatal no acabó al instante con ella. Tuvo tiempo de bajar a recepción a que le cambiaran un billete para la máquina de tabaco. Después regresó a la suite y ya no salió.
Completado con las tomas de referencia (y una sobrecogedora versión a capella de Mercedes Benz), Pearl se publicó a título póstumo en enero de 1971. Fue número uno de ventas. Con su marcha, Janis se sumó al aciago Club de los 27, inaugurado en 1969 por Brian Jones (guitarrista de los Rolling Stones) y engrosado, solo 15 días antes que Janis, por Jimi Hendrix (y, más tarde, por Jim Morrison, de los Doors, Kurt Cobain, Amy Winehouse).
Medio siglo después de su muerte, las grabaciones de Janis siguen impresionando. Desde aquel funesto 4 de octubre, sus álbumes se han seguido vendiendo en cantidades industriales, hasta alcanzar los 18,7 millones de unidades.
En 2020, cuatro millones de personas escuchan cada mes sus canciones en Spotify. Su impacto va más allá de lo musical. A su manera, ganó terreno para la liberación de la mujer. "No tenía miedo de romper barreras. Abiertamente bisexual en una época en que era ilegal, no temía ir a la cárcel o a juicio", dice el biógrafo Holly George-Warren. Pero por lo que será siempre recordada es por su voz única, rota y doliente, que ha inspirado a cientos de mujeres cantantes de rock, y que sigue arañando el alma de quien la escucha.