De puertas afuera, la industria de la música es todo glamur, focos, alegría, purpurina. De lo que hay detrás, en la trastienda del negocio, poco llega al conocimiento del gran público. Aquellos que quieran hacerse una idea de lo que se mueve entre bambalinas deberían echar un ojo a Memorias de un mánager, el libro que ha escrito Carlos Vázquez (Madrid, 62 años). Tibu, como se le conoce en el mundillo, fue representante de Hombres G, David Summers en solitario, Luis Eduardo Aute, Javier Gurruchaga, José Mercé, Olé Olé, Javier Álvarez, La Guardia, Mägo de Oz y otros grandes nombres de los ochenta, noventa y primeros dos mil.
Quien sea ajeno a lo que ocurre entre bastidores deberá leerlo sentado: de tan demoledor, tira de espaldas. Según se desprende de sus páginas, la del pop y el rock en España es una historia de cocaína, maletines, prostitutas; de ídolos caprichosos, egocéntricos y desagradecidos. También de cárcel. Un litigio con 'El Canto del Loco', en el que el juez lo encontró culpable, arrojó a Tibu a la prisión de Soto del Real un año y ocho meses.
"Es la cara B de la música", explica una soleada mañana tras darle un sorbo a un café. “Las caras B tienen a veces temas mejores que las caras A”, añade. Su voz suave y actitud zen contrastan con el presumible talante de un hombre a quien muchos apodan 'Tiburón' por su implacable carácter. "La cárcel me ha hecho mucho más sensible", asegura. "Pero por lo mismo que te hace mucho más sensible, te hace mucho más cabrón". Fue en el trullo donde empezó a escribir estas memorias, muchas veces en presencia de Mario Conde, con quien hizo buenas migas (el banquero redactó, gratis, el recurso para conseguirle el tercer grado). Uno podría pensar que, por su aciago destino, el libro es una vendetta personal; pero lo que destila, sobre todo, es decepción: por los músicos y la industria.
!Cuando eres alguien, tu teléfono empieza a sonar a las ocho de la mañana. No llamas tú: te llaman a ti. Cuando dejas de serlo, no te cogen las llamadas. Eso inevitablemente te lleva al desengaño. A algún artista me gustaría mirarle a los ojos y decirle: "Si tus hijos van a un buen colegio es porque un día te vi encima de un escenario, aposté por ti y removí cielo y tierra para ponerte en lo más alto". Hay una máxima en este mundo: si el artista vende muchos discos y hace muchos shows, es porque es buenísimo; si no, es culpa de la compañía de discos o el mánager, que es un hijoputa. Los abrazos son falsos. No puedes ser amigo de los artistas. Se arriman a ti porque eres quien eres. Si fueras el jardinero no se arrimarían a ti. Hay que aprender nadar entre pirañas", define.
Antes que mánager, Tibu fue un reputado bajista. Su andadura con las cuatro cuerdas arrancó en la segunda mitad de los setenta, cuando en los locales de ensayo madrileños se incubaba el rock urbano de Ñu y Cucharada. Como miembro de WC, fue testigo cotidiano de los excesos escénicos de un joven y desatado Ramoncín (Tibu relata cómo el pionero del punk llegó a orinarle encima en un concierto a Manuel Fraga). Se enroló más tarde en La Orquesta Mondragón. Los aficionados al heavy metal lo recuerdan sobre todo por Banzai, poderosa banda que fundó en 1983 con el soberbio guitarrista Salvador Domínguez. Como soldado del ejército rockero, comprobó con resquemor cómo los grupos de pop de la nueva ola ganaban la batalla (al menos en términos de popularidad).
QSociológicamente, después de la dictadura, se normalizó el 'todo vale'. Eso lo aplaudo y me parece una jugada maestra. Como músicos…, menuda mierda. Para tocar en los grupos de rock, tenías que ser músico. Tenías que ganarte el puesto. En la movida madrileña, todo valía para apuntarse al 'soy moderno'. Almodóvar se ha vuelto respetable, pero en los ochenta era un pinchauvas que iba al Rock-Ola y las liaba pardas. Pero no era un gran director de cine, igual que Radio Futura no eran unos grandes músicos. Y ya no te quiero contar de Glutamato Ye-yé, Derribos Arias… Eran cosas a mí como músico me costaba mucho digerir. Cada vez que iba a los locales de ensayo de Tablada, salía horrorizado. Escuchaba a Nacha Pop, y pensaba: ’¿Y esto es lo que mola?’. Con Auserón, lo mismo. Solo con el tiempo aprendieron a tocar", dice.
Como bajista de estudio tocó en canciones míticas, como Aire, de Pedro Marín. "En quince minutos te preparabas la bazofia que ibas a tocar. Aluciné cuando llegué al estudio: ‘¿Pero van a grabarle un disco a este tío?", recuerda. También lo llamaban para suplantar al bajista de tal o cual banda, incapaz, por su torpeza, de dar la talla en el estudio; una práctica a la que él mismo recurrió ya convertido en productor y mánager. "Era algo que se asumía, y pasaba con la inmensa mayoría de grupos", confiesa. "Yo toqué en discos de Pistones…, de muchos. Puedo decir sin acritud que el bajo y las baterías de Hombres G, hasta su regreso de 2002, jamás los grabaron ellos. El batería era Sergio Castillo. Se ahorraba tiempo de estudio, sonaba mejor… Al final el grupo lo único que quería era salir en la portada". A veces el grupo ni siquiera sabía del cambiazo. “Me sucedió con 091. Habían grabado unas guitarras que de composición eran impecables, pero de ejecución, espantosas. Llamé a Luis Cruz, maravilloso guitarrista, y en dos horas clonó el sonido y metió unas guitarras fabulosas. Al día siguiente los chicos de 091 lo escuchaban y decían: !Jo, qué bien nos ha quedado?. Y el ingeniero y yo mis mirábamos…".
!La época más golfa fueron los ochenta", asegura. "Recuerdo que en CBS hicieron una auditoría… Cuando llevaba a Olé Olé tenía que pelearme con los de CBS pagaran sus gastos de comida, y sin embargo, luego celebraban unas convenciones anuales en Marbella en las que se gastaban una pasta indecente… En la auditoría en la que se demostró que robaban hasta los lápices. De repente venía un señor de Brasil y lo ponían de director de una multinacional. ¿Qué hacía? Vivir a saco. Era lema era: 'Diviértete todo lo que puedas, y si Michael Jackson vende discos o no, ya es problema de Michael Jackson".
Uno de los pocos artistas que salen bien parados en el libro es Antonio Flores, a quien Tibu describe en varios momentos del relato como "mi mejor amigo". Lo retrata como una persona extremadamente sensible y cariñosa. Durante un cumpleaños en casa de Tibu, Antonio le regaló un bolígrafo y un libro del VIPS. Al cabo de un rato, llamó el Pescaílla, padre de Antonio. “Tibu, ¿te ha llevado algún regalo?”, preguntó. El bajista le dijo que sí. “Pues no sé cómo lo ha comprado porque no le dejamos tener ni un duro para que no se lo gaste en droga”. Cuando Tibu le interrogó a Antonio sobre el origen de los obsequios, este admitió que, por no acudir con las manos vacías, los había robado en el VIPS. En otro párrafo Tibu cuenta que un mendigo les abordó en un semáforo. Como no tenía dinero, Antonio le dio su Rolex de oro para que lo vendiera. "Era un ángel", decreta. "Yo le decía: ‘Tu disco Gran vía es de puta madre, pero no te perdonan que seas el hijo de Lola Flores’. Y él respondía con humildad: 'Bueno, ya me lo perdonarán, ¡ya vendrán tiempos mejores!'. Como compositor, era muy bueno y muy natural. Te sentabas con él y te hacía un tema sobre la marcha"
En 1987, Tibu actuó en el festival de Eurovisión, en Bruselas, acompañando a la cantante Patricia Kraus y tuvo oportunidad de comprobar la desidia y el despilfarro de los delegados de su discográfica y de TVE. "Allí a lo que iban era a comer y estar en megahoteles, todo a costa del erario público. Flipé con el derroche que había. Alucinaba: lo último de lo que se hablaba era de Patricia Kraus. De hecho, cuando quedó la penúltima, miré a los de TVE y a los de la compañía, y pensé: 'Menudo marrón'. Y les daba igual. Ese goteo te va haciendo conocedor de la realidad de esta industria. El motor que la mueve, el artista, es lo que menos cuenta".
Por las páginas de 'Memorias de un mánager' desfilan ilustres personajes de la música nacional que Tibu disecciona sin remilgos. De Javier Gurruchaga alaba su talento, pero destaca su personalidad excéntrica ("En su casa se organizaban fiestas dignas del Imperio romano", escribe. "Te podías encontrar enanos, personas con alguna deformidad, prostitutas gordas… Todo un submundo de criaturas sacadas de una pesadilla") y le afea su divismo: “"s el mejor showman con el que he trabajado, pero de una intensidad que nadie se imagina. Desborda. Lleva dentro algún alien que puede con el Javier vasco y de la calle. Es generosísimo, tiene una cultura enorme, pero muy maquiavélico. Para él, el fin justifica los medios sin lugar a dudas", nos cuenta.
De Manolo Tena ("un genio" y "un tío supertímido que jamás quiso ser cantante") cuenta cómo sus adicciones provocaron que nadie ("ni los músicos, ni la compañía discográfica, ni su esposa") lo respetara: "Como a Antonio Vega, Enrique Urquijo, Antonio Flores…, le dolía la vida. Su particular visión de no soportar lo que les toca vivir les lleva a meterse en los laberintos de la droga. Son gente de una sensibilidad sobrehumana y acaban sucumbiendo a ellos mismos".
Su relación con Hombres G fue estrechísima. Tanto es así, que da a entender que tanto David Summers como él tenían parejas estables en México, a donde viajaban juntos con frecuencia. Un desliz de un empleado de Tibu en los pagos de conciertos rompió su asociación. "No acabé con ellos todo lo bien que habría deseado", nos dice. "Cuando empecé a trabajar con ellos, odiaba a Hombres G. Representaban todo lo que odiaba del pop de los ochenta. Empiezo a trabajar con David Summers y me doy cuenta de la inmensa riqueza que les da valor. En la gira que hicieron con El Canto del Loco eran capaces de devorar a estos en su mejor momento. Hasta el productor Nigel Walker me dijo: 'Se los están comiendo'. Tienen ese don".
Con Luis Eduardo Aute se ceba especialmente. "No puede salir bien parado porque era una careta continua”, sostiene Tibu. "Soy el primero al que le encanta vivir a toda hostia. Lo que no soporto es la falsedad. No puedes pretender tener un Ferrari y una casa en Fuente del Berro con personal de servicio y luego decir: 'Viva la revolución'. Como persona, cuando empieza decirte que tiene que viajar en business, y los hoteles deben ser de cinco estrellas, 'y si no, no actúo', a partir de ahí ya estamos jodidos”.
En diversos pasajes del libro habla de la industria de la música como una burbuja de estilo de vida insostenible condenada a explotar. Los tejemanejes con los políticos para firmar galas de verano eran constantes. "Iba a hablar con el alcalde de un pueblo, normalmente en un puticlub, y, con los contratos para las fiestas aún sin firmar, me decía: 'Mi hija se va a casar y no tiene ni los muebles de la cocina'. Yo el mensaje lo percibo y le digo: ’Yo me encargo. ¿Dónde tiene la lista de boda?'. Ocho años más tarde era delegado del gobierno en una región y hablaba contra la corrupción. Veo en la tele a personas con cargos importantes a las que les he enviado más de un jamón".
En 2009, la crisis económica, el freno de créditos bancarios, la cicatería de los ayuntamientos en la contratación de bolos y una gira de El Canto del Loco que se cae en el último momento abocan a Tibu, acostumbrado a desayunar en el Ritz, a la ruina. "En un mes pasé de tener un velero en Ibiza a que me cortaran la luz en la empresa", dice.
Tuvo que cerrar su agencia, Aire de Música, en la que trabajaban 28 personas (y seis en México). Entonces llegó la puntilla: El Canto del Loco lo demanda alegando irregularidades en las cuentas. Aunque asegura que probó su inocencia, defendida incluso por la fiscal, ingresó en prisión. Reseteado profesionalmente, ahora vuelve a representar al cantautor Javier Álvarez. Ha terminado otro libro, este sobre vivencias personales fuera de la música. Pese a las tremendas revelaciones del que ya está en las librerías, nadie se le ha lanzado a la yugular; asegura que porque saben que lo que calla es aún más fuerte. "En este libro cuento lo superfluo", dice. "La Fosa de las Marianas la tengo, pero no la he sacado".