¿Puede una serie de televisión cambiar el mundo? No, pero sin duda puede hacerlo mucho más sexy. Hace ahora 35 años debutaba 'Corrupción en Miami', un drama policial que les enseñó a los hombres cómo vestirse, que mostró la diversidad racial estadounidense que la pantalla llevaba décadas ignorando y que redefinió la masculinidad de los 80: ser un tipo duro ya no estaba reñido con ser también sensible, vanidoso y moderno. Tal y como la definió la revista People, 'Corrupción en Miami' fue la primera serie que parecía algo nuevo y diferente desde la invención de la televisión en color.
La leyenda cuenta que el génesis de 'Corrupción en Miami' surgió cuando un ejecutivo de la NBC escribió en una servilleta dos palabras: policías, MTV. El canal de vídeos musicales marcó a toda una generación no solo en la propulsión de las estrellas del pop más opulentas (Madonna, Michael Jackson…) sino en su forma de consumir y de ver la vida: más rápida, más estética, menos racional. 'Corrupción en Miami' retomaba la premisa de los policiales clásicos americanos como 'Colombo', 'Starksy & Hutch' o 'Perry Mason' pero estilizando su aspecto y fusionando la energía de los videoclips con los valores de producción del cine de Hollywood: el montaje era trepidante, la fotografía tenía texturas y el sonido era por primera vez en estéreo.
Las canciones, las explosiones y los tiroteos que atronaban en cada episodio eran, por tanto, una experiencia audiovisual inédita para la audiencia. Su director Lee H. Katzin explicaba que la serie estaba "concebida para el público de la MTV, más interesado en las imágenes, las emociones y la energía que en la trama o los diálogos". El primer episodio empezaba con un tiroteo in media res, sin dar más explicaciones, asumiendo que el espectador sería capaz de comprender la acción sin que se la explicasen expositivamente o, en cualquier caso, despertaría su curiosidad para quedarse hasta el final del capítulo.
'Corrupción en Miami' era el programa de televisión que más molaba del mundo hasta tal punto que cuando Bruce Willis interpretó al villano en el octavo episodio (dirigido casualmente por David Soul, el Hutch de 'Starsky & Hutch'), consiguió un contrato para protagonizar su propia serie, 'Luz de luna'. De repente, otras series que también ofrecían violencia súper-viril para toda la familia como 'El equipo A' (estrenada un año antes) se quedaron obsoletas al heredar unos valores añejos: Sonny Crockett, como los hombres de Murdoch, también era veterano de Vietnam pero había dejado atrás sus traumas a golpe de americanas de lino, relojes de oro y champú acondicionador.
El productor Michael Mann (director de 'El último mohicano', 'Heat' o 'El dilema') impuso una regla estética: ni un solo plano de la serie podía incluir colores terrosos. Las fachadas de los edificios eran de tonos pastel (azul, rosa, verde), los coches solo podían ser negros, blancos o plateados y la ropa... la ropa era otra historia.
'Corrupción en Miami' importó la moda masculina italiana a Estados Unidos mediante diseños de Versace, Hugo Boss o Armani, quien popularizó el traje desestructurado, y los dos protagonistas se cambiaban de ropa hasta ocho veces por episodio (el teniente Castillo, interpretado por Edward James Olmos, era más conservador en su ropero para indicar sus valores tradicionales por contraposición).
De la noche a la mañana, las calles se llenaron de hombres de clase media con americanas blancas arremangadas, que ya no se llevaban con camisa y corbata sino con camiseta, mocasines sin calcetines y pantalones sin cinturón. El look de Sonny Crockett (Don Johnson) marcó tanto el canon de belleza masculino que empezaron a comercializarse maquinillas con cabezales ajustables para conseguir su aspecto permanente de barba de dos días.
A pesar de las aparatosas escenas de acción, el momento más memorable del primer episodio de 'Corrupción en Miami' es un paseo nocturno en descapotable de Crockett con su compañero Rico Tubbs (Philip Michael Thomas) mientras escuchan en silencio 'In The Air Tonight' de Phil Collins.
Hasta aquel momento, las series de televisión requerían que un músico compusiese un puñado de piezas instrumentales y las iban reutilizando en cada capítulo, pero la banda sonora de 'Corrupción en Miami' tenía las canciones más exuberantes del momento y el compositor escribía música instrumental nueva para cada episodio del mismo modo que una prenda de ropa nunca aparecía dos veces.
La canción de cabecera de la serie fue número 1 en Estados Unidos y el disco de su banda sonora fue el más vendido del país durante 12 semanas. Las discográficas pagaban para que la serie incluyera canciones de sus artistas. Al huir de la repetición en la música o en la ropa, la serie generaba en el espectador una sensación excitante, como la de comprarse un traje nuevo: se parece a los que ya tienes, pero llevarlo por primera vez es una satisfacción incomparable.
Los guionistas de 'Corrupción en Miami' pretendían hacer una meditación, aunque revestida de tiroteos, existencial y taciturna en homenaje al film noir de los años 40 (la segunda mujer de Crockett, Caitlin, era asesinada; Tubbs ansiaba venganza contra el mafioso Calderone por haber matado a su hermano), basándose en la insostenible corrupción real de una Miami asolada por el crimen y la inmigración mal gestionada (una promoción entera de policías de Miami llegó a terminar fulminada, con todos muertos o en la cárcel), pero la serie acabó convertida en una exuberante apología del consumismo.
Los 80 fueron la década de los excesos. Mucha especulación, muchas drogas, mucho pelo. Los yuppies tenían tanto dinero que no sabían en qué gastárselo pero por Dios que querían gastárselo, así que las multinacionales les dieron una solución: comprar ropa cara, decoración cara o cosmética cara ya no era solo cosa de mujeres sino que los hombres podían también producirse a sí mismos mediante símbolos de estatus.
Llevar un traje de Armani, un Rolex o un Ferrari Testarossa (el modelo que conducía Sonny Crockett, entre otros muchos coches de alta gama que aparecían en la serie cedidos en exclusiva por sus fabricantes) se convirtieron en sinónimo de triunfo para los millonarios y sueño aspiracional para los que ansiaban escalar socialmente: a partir de los 80, para ser un triunfador, había que empezar por parecerlo.
De repente, comprar objetos de lujo se convirtió en una forma de vida, en un estado de ánimo y en un chute de felicidad como si se tratase de una adicción. Una ideología puramente americana que se exportó vorazmente a Europa. ¿Qué le daba el Genio a 'Aladdín', en 1992, para convertirlo en príncipe? ¿Tierras? ¿Sabiduría? ¿Poder? No, se limitaba a ponerle un traje bonito y a montarlo en un elefante rodeado de sirvientes. Aladdín era un príncipe, sencillamente, porque lo parecía.
'Corrupción en Miami' no llegó a 1992, porque simbólicamente la serie desapareció con la década y fue cancelada en 1989 al no ser capaz de competir en audiencia con Dallas. La ciudad de Miami siguió creciendo en un fenómeno de realidad imitando al arte. Cuando empezaron a rodar la serie, Miami era una urbe fantasma llena de edificios art déco abandonados, criminales y jubilados judíos.
La serie creó una fantasía de playas tropicales con modelos con bañadores minúsculos jugando al volleyball, clubs nocturnos eufóricos, hoteles con piscina y mansiones tan suntuosas que el ayuntamiento vio una oportunidad de negocio turístico apostando por estos negocios y repintando todas sus fachas descascarilladas en tonos pastel. Durante los cinco años de emisión de 'Corrupción en Miami', la ciudad se maquilló, se perfumó y se vistió a toda velocidad para parecerse lo más posible a la Miami que se había inventado la serie.
Tres décadas después de su final, 'Corrupción en Miami' sobrevive en la memoria sentimental de todos los que vivieron los 80 al máximo los 80 (no parecía haber otra forma de vivir esa década). Ni Don Johnson se convirtió en la estrella que parecía destinada a ser ni Phillip Michael Thomas consiguió el cuarteto de premios que él mismo bautizó como EGOT (Emmy, Grammy, Oscar y Tony) cuando prometió que iba a convertirse en la primera persona en ganar los cuatro. Las Rayban wayfarer, cuyas ventas aumentaron en un 21% cuando se estrenó la serie, siguen estando de moda.
Tener un cocodrilo llamado Elvis como mascota y vivir en un barco llamado 'El baile de San Vito' fueron las únicas extravagancias de la serie que no acabaron de calar en el mundo real. Lo cierto es que en los 80 nadie tenía el estilo de vida de Sonny Crockett, pero todo el mundo lo deseó y lo intentó con tantas fuerzas que ahora, cada vez que la cultura pop mira hacia atrás, retrata aquella década pasándola por el filtro de los tonos pastel, las americanas arremangadas y las camisetas de Armani.
Cuando en 'Friends' contaban la adolescencia de sus protagonistas mediante un flashback, Ross y Chandler aparecían vestidos como Sonny Crockett y Rico Tubbs. No, una serie no puede cambiar el mundo, ni siquiera mostrarnos cómo era el mundo en realidad, pero sí ayudarnos a recordar cómo éramos nosotros.
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