La imagen de Dolores Vázquez en la serie documental 'Dolores. La verdad sobre el caso Wanninkhof' nos pellizca la conciencia. La repulsión y el desprecio que vertimos hace 20 años sobre esta mujer ahora se vuelven pena, culpa y bochorno. Es necesario volver a aquel 9 de octubre de 1999, cuando Rocío Wanninkhof, de 19 años, desapareció en Mijas, en la Costa del Sol, para observar nuestra respuesta como sociedad a este suceso.
Así lo ha hecho también, veinte años después, el documental estrenado por HBO Max el 26 de octubre y ahora por Telecinco, que reescribe la historia de la mano de Toñi Moreno y recoge minuciosamente los detalles de un asesinato que conmocionó al país a finales de los 90 y principios de 2000. Después de semanas de búsqueda infructuosa, el 2 de noviembre apareció el cuerpo de Rocío con indicios de haber sido brutalmente asesinada. Una de las sospechosas, Dolores Vázquez, ex pareja de Alicia Hornos, la madre de Rocío, no tardó en convertirse en la sospechosa perfecta.
Lo fue para la familia, la Guardia Civil, la judicatura y los millones de personas que seguían los acontecimientos a través de los medios de comunicación. Dolores Vázquez fue declarada culpable por un jurado popular y condenada a prisión, a pesar de que no tenía antecedentes ni había ninguna prueba que confirmara su responsabilidad. El asesinato cuatro años después de otra chica en la zona, Sonia Carabantes, destapó que el autor de este crimen y el de Rocío era Tony King. El documental hace sentir especialmente incómodos a los periodistas que cubrieron el crimen para sus cadenas o escribieron sus crónicas. Entre ellos, Marga y Félix, dos reporteros que prefieren no aportar demasiados detalles.
"La muerte de Rocío trajo el recuerdo del triple crimen de Alcácer que siete años antes había conmocionado a todo el país. Esto obligaba a los medios y a las autoridades a buscar un culpable necesario. La sociedad, de nuevo estremecida, necesitaba dar con el autor de forma más o menos apremiante. Investigadores, jueces, fiscales, abogados, periodistas y demás ciudadanos fuimos retroalimentándonos en una marea de datos poco relevantes, sospechas, habladurías y prejuicios", explican.
Cualquier movimiento que contribuyese a apaciguar la cólera de los vecinos y compensar el dolor de una familia rota se daba por bueno. La homosexualidad de Dolores, amiga cercana de la familia y expareja de Alicia Hornos, madre de la víctima, fue el componente perfecto para empezar a construir una trama que el país entero siguió con la fascinación de quien se apunta a un culebrón.
Periodistas, flashes, cámaras y gentes se amontonaban a su alrededor. En esa época aún existía un claro rechazo social a la homosexualidad femenina. Ser lesbiana era un tabú y la relación rota desde hacía cuatro años entre Dolores y Alicia se convirtió en principal arma arrojadiza. Tenía las mimbres de un crimen pasional. "No soy una lesbiana perversa", declaró impotente. Nadie tuvo en cuenta el cariño con el que había tratado a Alicia y cuidado de sus tres hijos. "El instinto queda pintoresco en esas señoras andaluzas que encontraban antipática y fría a Dolores Vázquez y en esos hombres mayores de la plaza de un pueblo que se extrañaban de verla tan machirula. Seca. Dura. Lesbiana, ¿Por qué no asesina?", escribió el escritor Vicente Molina Foix.
"Fue fácil describirla como una mujer masculinizada que actuaba por despecho. Un linchamiento social en toda regla", añaden Marga y Félix. A su homosexualidad se unió un sesgo más: la dureza de sus facciones y su falta de atractivo. El rostro impávido le hizo parecer una mujer calculadora, intrigante, fría y vengativa. Su imagen contrastaba con el desconsuelo de la madre. Su físico le hizo víctima de ese sesgo cognitivo que favorece a las personas bellas y mortifica a quien es menos agraciado. Si Dolores hubiese sido una mujer hermosa, habría gozado del llamado efecto halo, que nos lleva a atribuir cualidades positivas basándonos únicamente en la belleza.
El asunto era grave, pero nadie reconsideró esta inclinación a simplificar el comportamiento de Dolores a partir de unas características físicas. "Una vez que se levantó la sospecha, nadie confiaba en que pudiese ser una mujer con estabilidad emocional, bondadosa, honesta, generosa y con más habilidades sociales que otras más agraciadas", recuerdan los reporteros. Construimos un culpable a la medida de lo que la sociedad demandaba.
Algún psiquiatra trazó su perfil de asesino sin ni siquiera haberla conocido, llegando a asegurar que tenía el rostro de la maldad. "Cada mirada era sometida a escrutinio y cada movimiento lo interpretábamos como una prueba. Entre todos atábamos cabos y la fuimos conduciendo al cadalso". Fue un ataque colectivo y un proceso de descalificación muy perverso. Tal y como fue sucediendo, tuvo difícil defenderse. Conseguimos que hubiese una repulsa consciente o inconsciente hacia ella. Incluso el modo de informar estaba mediatizado por ese sentir general".
En este contexto, los investigadores tampoco tuvieron en cuenta el aviso de la Interpol sobre la presencia en Andalucía del conocido 'estrangulador de Holloway', Tony King. "Mi corazón me dice que sí, que a mí me parece culpable», aseguró la popular reportera Margarita Landi en un programa de televisión. También el jefe de la Guardia Civil llegó a decir al jurado que "sentía en el corazón que había sido ella". Una testigo declaró que la reacción de Dolores al ver el cadáver fue rara y también se dio voz a una vidente que recordó que la acusada le había confesado que la persona de la que estaba enamorada "lloraría lágrimas de sangre".
La expectación por el juicio ocasionó largas colas de personas para entrar en la sala de la Audiencia Provincial de Málaga y sentarse en los bancos más cercanos a la acusada. La lectura se hizo en una sala abarrotada. España acababa de implantar la ley del jurado popular y, según se vio después, aún no estábamos preparados. Los integrantes, tras más de treinta horas de deliberación, emitieron un veredicto de culpabilidad para la acusada. En su última intervención, Dolores pidió que "España entera busque a los culpables" e insistió en que se estaba cometiendo un gravísimo error.
El documental analiza paso a paso todo lo que sucedió, desde la desaparición forzosa y el hallazgo del cadáver de Rocío Wanninkhof al crimen de Sonia Carabantes, que permitió, años después, dar con la verdadera autoría de la muerte de ambas mujeres Tony Alexander King y liberar a quien fue condenada sin pruebas durante 17 meses. La protagonista levanta por primera vez la voz para ofrecer su doloroso su testimonio. "Nunca he vuelto a ser la misma y nunca lo seré. Pero ha llegado el momento de enfrentarme a tantas sombras y contar por primera vez mi historia", dice mientras camina sobre la arena en marea baja de una playa de Galicia. Toñi Moreno, productora del documental, pide autocrítica para que algo así no vuelva a suceder. Fue una de las periodistas que cubrió el caso, con 26 años, y una de las pocas que mantuvo la fe en su inocencia.